Lazos y libertad de expresión

Hoy en día la libertad de expresión ha mudado de la reivindicación de un derecho a un mantra que cubre cualquier ataque a la libertad de expresión misma. Si pregunto qué es eso, tanto los nacionalistas como los progres más modernos responderán en tromba que libertad de expresión es poder decir y publicar cualquier cosa sin miedo a sanciones ni a censuras. Pero la verdad no es tan sencilla. Ir en una manifestación amenazante gritando que hay que quitar el voto a las mujeres o expulsar al desierto a todos los pobres no creo que sea libertad de expresión, precisamente. Por tanto, esta afirmación absoluta de que en democracia todo se puede decir es falsa.

Debiéramos diferenciar entre decir una cosa y decir una cosa que insta o llama a otros a una acción ilegal. Pedir desde una tribuna -qué más da que sea Twitter o un púlpito- que se asalten los comercios no es robar, pero se le parece. Al oír este ejemplo, los partidarios de la libertad de expresión como coartada de todo me dirán que qué cosas digo, que no es lo mismo, que ellos reivindican la libertad de expresión en el ámbito político. Pedir desde la Presidencia de un territorio que ataquen al Estado, ¿qué es? ¿Pluralidad ideológica o un delito? Porque supongo, sin entrar en concreciones, que atacar las instituciones e incumplir las normas algún delito debe de ser.

¿Silbar al himno constitucional es libertad de expresión? Pues seguramente sí, pero me gustaría saber qué pasaría si en el estadio del Barça 10.000 personas silbaran Els Segadors.

Orwell decía que "libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír". Pero esta afirmación no les gusta demasiado a los defensores de la libertad de expresión total y siempre lo tachan de ataque antidemocrático a sus ideas. Este rechazo frontal a la menor crítica es porque lo que defienden no es una propuesta política, sino una verdad incontestable. La verdad nunca acepta críticas y éstas se convierten, de forma automática, en herejía.

Pero más allá de la afirmación, tan común en Cataluña hoy, de "lo mío es democracia, lo tuyo es fascismo", me preocupa la usurpación y la privatización del espacio público. Los vascos sabemos de eso; durante décadas los cascos viejos de los pueblos de Euskadi fueron secuestrados por el mundo de Batasuna, en algunos casos al extremo de impedir a los demás entrar en ellos, como en el de San Sebastián. Poner fotos de presos, pancartas y pintadas era también «libertad de expresión». Una libertad que expulsaba del espacio público cualquier otra expresión discordante. El objetivo no era expresar su opinión, sino imponerla al conjunto apoderándose del espacio público como algo privado. Cuando un grupo, una tribu o un partido secuestran y privatizan el espacio público en beneficio propio, ya no es libertad de expresión, sino su muerte, porque rompe la igualdad de opiniones. Por eso silbar al Rey sí me parece libertad de expresión, pero silbarle hoy en el Camp Nou, no. No, porque es un espacio privatizado en el que otras críticas no tienen sitio.

Para que haya libertad de expresión es necesario que el espacio público tenga cierta neutralidad, y sobre todo, algo a lo que los antiguos griegos le daban tanta importancia como a la igualdad política, la isegoría. La posibilidad de tener voz pública en igualdad de condiciones. Para la democracia liberal tan importante como los procedimientos formales es este acceso al debate público en igualdad. De la vieja expresión de Fraga de "la calle es mía" a la actual de CDR catalanes de "la calle siempre será nuestra", la verdad, no veo grado de diferencia en totalitarismo. Se pongan como se pongan, hoy en Cataluña, el espacio público está usurpado y privatizado por los soberanistas que, con arrogancia, imponen su ley y esos lazos amarillos no son libertad de expresión, sino su epitafio.

Este secuestro del espacio público tiene especial gravedad porque en Cataluña se está produciendo con el aliento del poder político, poniendo su autoridad y múltiples recursos públicos al servicio de la creación de una tiranía que impone su verdad en todo lo que controla.

No sólo los soberanistas están colonizando la opinión pública, creando lo que Stuart Mill definía como la "tiranía de la opinión pública". Una tiranía sorda y que se mete hasta en los resquicios más pequeños de la vida privada. Pero la tiranía actual tiene sus rasgos propios, no es ya la tiranía monolítica de la moral victoriana o de la ideología marxista en los países comunistas del pasado, no; es multiforme, cada tribu crea su propia tiranía y, curiosamente, conviven como colonias paralelas sin demasiado enfrentamiento entre ellos.

Junto al espacio público material, calles, medios de comunicación, etcétera, existe en los países democráticos un espacio público virtual, pero no menos real y necesario, que tiene su propia autonomía. Es en ese espacio deliberativo donde, desde la contraposición de razonamientos, se va creando una la opinión pública plural. Sin ese espacio deliberativo las mujeres jamás habrían conseguido el voto. A toda minoría que quiera plantear una nueva propuesta le es indispensable tener acceso a este espacio de la opinión pública donde defender y convencer con su propuesta.

Estamos viviendo tiempos en los que diferentes tribus de iluminados invaden el espacio público con verdades no discutibles creando una tiranía de la opinión pública que expulsa de la democracia y el debate público a cualquier discrepante. Son colonias diferentes con credo propio, pero tienen todas algo en común:el linchamiento público de cualquier discrepante.

A los grupos que se alzan hegemónicos en la opinión pública, e insisto que hoy estas hegemonías son tribales, como bantustanes contiguos, no les hace falta la libertad de expresión, es más, no les gusta nada que haya críticos que pongan en duda su verdad.

Rosa de Luxemburgo decía: "La libertad sólo para los que apoyan al Gobierno, sólo para los miembros de un partido por numeroso que éste sea, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente, para la minoría". Si esto es verdad, cada vez nos queda menos libertad de expresión.

Andoni Unzalu Garaigordobil fue secretario general del lehendakari Patxi López.

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