Lealtad a la reconciliación constitucional: bipartición en bloques o bipartidismo

Mi padre dejó escritos unos Recuerdos de un marino de guerra cuya motivación fue transmitir a hijos, nietos y allegados que su actitud ante la Constitución del 78 fue responder «a la apelación reconciliatoria de la Monarquía». No la respaldó porque fuera monárquico o republicano. En un ambiente doméstico escindido por la guerra civil, en que unos asumieron competencias en la Aeronáutica de un bando y, otros, responsabilidades en la Armada del contrario, su mensaje fue reafirmar la armonía familiar y exudar la disensión. Esta invocación integradora determinó el significado profundo de lo que para el consenso constitucional supuso la obliteración de responsabilidades tras la amnistía que anticipa la Constitución de 1978. Desde entonces no habría vencedores ni vencidos, rojos ni nacionales, rebeldes ni legalistas.

Inquieto por las fisuras de una política que pone hoy a prueba la grandeza ética del fundamento constitucional y escinde a los españoles, evoco estos Recuerdos, publicados veinte años después de fallecer su autor.

La lealtad al Gobierno agrupa hoy a los desleales a la Constitución. Cuando el conflicto de Ucrania pone más en evidencia las antagónicas lealtades que dividen al equipo gubernamental, Sánchez apela a la unidad a la oposición sin reparar en la división de sus socios. No llama, al contrario, toma el teléfono a quien le concede su apoyo, no para agradecerlo, sino para reprochar que no vote la reforma laboral. Votar la reforma para que crezca electoralmente Vox y decrezca la derecha en su conjunto.

Hago mía la retórica empleada para justificar la moción de censura contra Rajoy: «Ante una necesidad sistémica de máxima urgencia, …tras una ristra interminable de escándalos y abusos del poder sobre los que el hasta ahora presidente nunca ha dado explicación alguna… lo más urgente es echar al presidente». Echar hoy a un presidente en minoría dependiente de socios desleales es más urgente que ayer lo fue echar a otro con menos causas de corrupción acumuladas y más lealtad parlamentaria respaldándole.

Echar a Sánchez es indispensable para la convivencia en discrepancia, pero tiene sus dificultades: «Con el PP atado a Vox, no hay alternancia: hay dos bloques», se escribe para explicar que la bipartición en dos bloques ha sustituido al bipartidismo. Aunque no fuera dudoso que «Unidas Podemos se ha integrado con total normalidad en el poder para sonrojo de aquellos inquisidores que ven demonios comunistas por todas partes», se escribe en El País, lo indiscutible es que la gobernanza queda predeterminada desde la moción de censura por la coalición de lealtades incompatibles: socialistas, con neocomunistas y separatistas unificados para conservar el poder. Ante esta obviedad es indiferente que se vean o no demonios. La investidura cimentó la debilidad parlamentaria del PSOE a cambio de repartirse el botín del BOE. Este bloque silencia que, mientras el socialismo no renuncie a sus socios, la fractura en bloques seguirá abriéndose. Se escuda en que «mientras el PP no renuncia a Vox lo tienen imposible».

Para legitimar la bipartición frente al bipartidismo se abona el terreno acusando de desleal la resistencia de la oposición a facilitar el derribo constitucional. El fertilizante argumental es simple. Si en Europa la ultraderecha suele ser aislada por el resto de partidos democráticos, en España lógicamente debería hacerse lo mismo. Aduce un comentario que la guía de la política de Merkel fue «ninguna coalición con la extrema derecha», y silencia, maliciosamente o no, que una unión con comunistas e independentistas era para Merkel, por simplificar, inconcebible. Se oculta que en Europa es imposible una coalición que administre una minoría parlamentaria afianzada por post terroristas, postcomunistas y nacionalistas más reaccionarios de lo que Vox pueda significar.

Estamos ante una fisura provocada por una coalición empleada a agrietar la unidad de los reconciliados al refrendar una amnistía constitucional. La bipartición en bloques que inicia el revisionismo histórico de Zapatero sustituye al bipartidismo, precipitado más por la corrupción común a socialistas y populares, que por la parsimonia de Rajoy. Gran ventaja al parecer. La confrontación pone a prueba la fortaleza del pacto de reconciliación entre españoles de un gobierno que supedita toda iniciativa política a asegurar su permanencia aglutinando la deslealtad. A esto se reduce la ventaja.

Están confundidos quienes piensan que el problema principal se resuelve echando a Sánchez. Es urgente para evitar el derribo, pero no basta como remedio para recomponer la dividida convivencia democrática entre españoles. El remedio es restituir la concordia nacional. La debilidad de Sánchez impide reconciliar España. Es urgente echarlo, no para que gane el bloque de la derecha o se mantenga el de la izquierda, sino para reponer la lealtad constitucional desvencijada por la memoria de Zapatero, rota por el independentismo, desmembrada por la moción de censura, agitada por el ninguneo entre alianzas que hostigan a la oposición para ahondar la dicotomía entre lealtad y deslealtad al pacto reconciliatorio. Ni es bloque, ni tiene por qué serlo, pues la idea de restaurar la conciliación no es igualmente compartida por Vox y el PP. Lo principal no es echar a Sánchez, sino echarlo para impedir que, a cierto plazo, se corrompa la tarea reconciliadora del 78. Un bloque compacto puede echarlo, pero solo se puede reconciliar si los bloques dejan de serlo.

Luis Núñez Ladevéze es profesor emérito del CEU

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