Lección de Quebec: si pierdes, pierdes dos veces

Cataluña sigue preparándose para su eventual referéndum y la Generalitat está realizando numerosos estudios sobre diversos aspectos relacionados con la viabilidad de una Cataluña independiente. También sería útil que los políticos pudieran, al mismo tiempo, ponderar las consecuencias de una derrota en el referéndum. El caso de Quebec ofrece valiosas enseñanzas en este sentido.

El Gobierno de Quebec ha celebrado dos referendos para obtener la soberanía: uno en 1980 y otro en 1995. En sendas ocasiones, la población de Quebec rechazó la propuesta. Ambos plebiscitos fueron democráticos y alimentados por animados debates públicos que implicaron a todos los partidos políticos, tanto de ámbito “provincial” (léase regional o autonómico) como de ámbito federal (léase general). Los resultados fueron aceptados tanto por la ciudadanía como por los principales actores políticos. Con todo, pese a sus dos derrotas, el movimiento por la soberanía no se ha dado por vencido. Aunque minoritaria, una parte significativa de la población de Quebec todavía es partidaria de la opción soberanista y muchos partidos secesionistas la promueven.

La experiencia de los referendos de Quebec es muy valiosa y de ella pueden extraerse varias lecciones. En primer lugar, se realizaron en el marco de reglas legales y políticas aceptadas por todas las partes con intereses en juego. Esta condición era esencial para que se reconociera la legitimidad y se aceptase el resultado de los referendos. Segundo, los actores sociales y políticos adoptaron estrategias y usaron argumentos que dejaban poco margen a la negociación y concesiones mutuas. Sin embargo, como veremos, las promesas hechas y su cumplimiento (o no) atizaron la desconfianza y el descontento de muchos quebequeses respecto al Gobierno central canadiense. Tercero, la doble derrota de las propuestas de soberanía no dio lugar, en absoluto, a una “vuelta a la normalidad”.

Tras cada uno de los referendos, se realizaron cambios significativos en la estructura institucional canadiense. El fracaso de 1980 fue seguido por una reforma constitucional que pasó a limitar de manera considerable la autoridad del Gobierno de Quebec sobre la identidad cultural, a saber, sobre su política lingüística. Por añadidura, la nueva Constitución no ha mostrado ninguna apertura al reconocimiento de Quebec como sociedad distinta, sino todo lo contrario: la Constitución reformada se basa en la estricta igualdad de estatus y derechos entre las “provincias”.

Por su parte, el fracaso de 1995 llevó al Gobierno de Canadá a regular, legislativa y judicialmente, los procesos de referéndum. Por primera vez, las condiciones en que se habían llevado a cabo las dos consultas precedentes ya no se aceptarían: el Gobierno central asumió el derecho a rechazar la pregunta, a interpretar por sí mismo los resultados de un nuevo referéndum, y a negociar una posible partición interna de zonas territoriales de Quebec que deseen permanecer en Canadá. Considerada la demanda de los nacionalistas de Quebec, durante 35 años, de que se reconociese su “derecho a la autodeterminación”, esta fue una importante victoria para los federalistas. Este derecho no ha quedado suprimido por completo, pero ahora queda acotado por la legislación y la interpretación del Tribunal Supremo de Canadá, a lo que se ha hecho referencia a menudo en el ámbito internacional.

Por último, ambos referendos han limitado significativamente el espacio de maniobra del Gobierno de Quebec respecto al cambio constitucional. Los quebequeses que apoyaron el NO dos veces —la vasta mayoría— esperaban que estos resultados empujaran a Canadá a satisfacer las necesidades de los quebequeses. Esto no sucedió.

En realidad, el sistema político canadiense se transformó profundamente y aumentó la tutela federal sobre Quebec. El “ganador” de las batallas plebiscitarias no solo mantuvo su autoridad, sino que también se las arregló para fortalecer su control sobre la “provincia” (Estado federado) disidente, de suerte que los referendos ayudaron a fortalecer los elementos centralizadores dentro del sistema político canadiense. Haciendo balance, los “perdedores” fueron los jugadores individuales, la causa que defendían, y Quebec en su conjunto.

Preparar el futuro de una Cataluña independiente es ciertamente prudente. Sería igualmente prudente que los actores políticos, especialmente los que promueven la independencia, tuvieran también un plan para la derrota, a fin de evitar una reacción política y constitucional del Estado central que podría dar como resultado no una mayor fortaleza, sino un debilitamiento político de Cataluña.

François Rocher es full professor (catedrático) de la School of Political Studies, University of Ottawa (Canadá) y catedrático visitante en la Universidad Pompeu Fabra. Traducción de Enric Martínez Herrera.

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