Lección que hay que extraer del desastre de BP

¿Por qué el vertido de BP en el Golfo de México, una de las catástrofes ecológicas más graves de la historia de EEUU, no ha llevado a una toma de la Bastilla de las grandes empresas petroleras? ¿Por qué no se abordan los problemas más urgentes de nuestro tiempo, como la crisis medioambiental y el cambio climático, con idéntica energía, idéntico idealismo e idéntico optimismo que tragedias de tiempos pasados como la pobreza, la tiranía y la guerra? El estado actual de la industria del petróleo tiene reminiscencias del Antiguo Régimen en vísperas de la revolución.

La catástrofe tiene múltiples caras. La incompetencia de BP es una de ellas. Y también, la ausencia de una supervisión del Legislativo. Lo que hasta hace poco era objeto de elogio porque se entendía que era una política de estímulo de la economía, se critica ahora porque se entiende que es connivencia con unos sinvergüenzas.

El jefe de BP, Tony Hayward, se echa encima ceniza y habla de «una serie de accidentes sin precedentes». En una audiencia ante la Cámara de Representantes de EEUU, un congresista demócrata le puso delante no sólo la lista de accidentes de BP, sino otra realidad: que hay centenares, incluso millares, de plataformas petroleras sólo en la zona del Golfo de México, y otras muchas repartidas por todo el mundo, de las que son responsables las grandes empresas petroleras. Arremeter exclusivamente contra BP es injusto.

Nadie puede afirmar que lo que ha sucedido no se veía venir. A lo largo de dos siglos, máquinas y motores se han movido gracias a la combustión y al vapor. Aun así, toda una generación se ha hecho adulta sabiendo de antemano que la industria de los combustibles sólidos estaba quemando sus propios cimientos. Hace más de un siglo que Max Weber pronosticó el fin del capitalismo basado en el petróleo. Sin embargo, ¿por qué un mundo que recibe cada día del sol una fuente gratuita e inagotable de energía contempla impasible que grandes masas de petróleo se arrojen a las profundidades del mar? Precisamente, es en estos momentos cuando necesitamos ese famoso poder innovador del capital y el entusiasmo utópico de los ingenieros.

«Transformar las espadas en arados» fue el lema del movimiento pacifista. «Transformar los desiertos en energía solar», debería ser ahora nuestro lema. Ahora que el petróleo se pierde a borbotones está saliendo a la luz la verdad. «Subestimamos las complicaciones implícitas en la perforación en busca de petróleo a profundidades de 1.500 metros», confiesa Hayward. Nadie está en posesión de la tecnología de seguridad que se necesita para impedir que se produzca una cosa así o para dar una respuesta cuando se ha producido. Los ingenieros han perforado a profundidades aún mayores bajo el supuesto de que se podrían controlar los riesgos. La deprimente realidad es que el riesgo residual de la exploración petrolera en aguas profundas se fía a la ignorancia. BP calculaba que, en el supuesto de que fallara la tecnología de seguridad, transcurrirían de dos a cuatro años hasta que el petróleo se vertiera completamente en el mar.

Ante esta catástrofe a largo plazo, Obama ha declarado la guerra al oscuro enemigo de las profundidades. Pero, ¿qué se supone que tiene que hacer el comandante en jefe? ¿Enviar su flota de submarinos a torpedear la fuga de petróleo? ¿Lanzar un ataque del ejército contra la dirección de BP? En la guerra contra el terrorismo, George W Bush echó la culpa de la existencia de Al Qaeda a Afganistán e Irak. ¿Debería Obama seguir su ejemplo en esta otra guerra del Golfo y declarar al Reino Unido, como país de origen de BP, responsable de un ataque catastrófico en las costas de EEUU?

La propia BP ha sido devorada desde hace mucho tiempo por la globalización. La antigua British Petroleum [literalmente, Petróleo Británico] ya no es británica. En 1998 la empresa se fusionó con el gigante norteamericano del petróleo Amoco y aprovechó la oportunidad para abandonar la B de británico y sustituirla por la B de beyond [en inglés, más allá]. Se nos invitaba a pensar que BP era el comienzo del futuro sin petróleo. Por otra parte, es imposible identificar la globalizada BP con una nación: sus propietarios son también estadounidenses, su plataforma de exploración petrolera fue construida por coreanos y paga el impuesto de sociedades en Berna (Suiza). Sin embargo, de la misma manera que el accidente de Chernobyl se llevó todas las críticas y vituperios porque era un fallo de un reactor comunista, las culpas ahora se echan sobre el país con el que Estados Unidos disfrutaba hasta ahora de una relación especial: el Reino Unido. Por decirlo con sus propias palabras, Obama necesita «dar una patada en algún culo».

La prosperidad de la posguerra sentó en Occidente los cimientos de la conciencia medioambiental. En estos momentos, ésta debe proporcionar las bases de la prosperidad de los países en desarrollo, que van a adoptar políticas sostenibles hasta el punto de que los países ricos inviertan en su desarrollo y adopten un nuevo concepto de lo que son la prosperidad y el crecimiento económico. China, India, Brasil y algunos países africanos no se conformarán con planteamientos de ningún tipo que traten de limitar sus esfuerzos por conseguir la equiparación económica, y con toda razón.

Sea como sea, ¿va a cimentarse el futuro en una política medioambiental global basada en la compraventa de carbono, que es como decir en la venta de indulgencias a escala mundial a cambio de los pecados de CO2? ¿O tendremos el valor de inventar y hacer realidad una nueva era de energía solar en la que la prosperidad no sea un pecado medioambiental, cuando todo, desde las vacas a los cepillos eléctricos de dientes, es culpable de contribuir a las emisiones de CO2?

«Ha llegado la hora de introducir formas limpias de energía», ha dicho Obama. Si es capaz de anunciar una era que responda verdaderamente a las siglas de BP, pero de Beyond Petroleum [más allá del petróleo], la Bastilla de las grandes petroleras estará condenada a caer.

Ulrich Beck, sociólogo y profesor de la Universidad de Múnich y de la London School of Economics.