Lecciones bosnias

En otoño de 1995 una tardía, pero decidida, actuación de la comunidad internacional puso fin a la guerra de Bosnia, la república exyugoslava que después de tres años de sangría obtuvo la paz con el acuerdo alcanzado en la base aérea de Dayton por los presidentes Alia Izetbegovic, Slobodan Milosevic y Franjo Tudjman. Bosnia mantuvo así su integridad territorial, pero quedó dividida en una entidad serbia (la República Srpska) y una entidad croato-musulmana (la Federación de Bosnia y Herzegovina), a su vez dividida en cantones de mayoría musulmana o croata.

Hoy, 15 años después, Bosnia y Herzegovina es un Estado claramente fallido. Según el Índice de Percepción de la Corrupción que elabora la oenegé Transparency International, Bosnia es el país más corrupto de Europa. En una escala que va del país menos corrupto (Nueva Zelanda) al más corrupto (Somalia), Bosnia ocupa la posición número 99 (España está en la posición 32, por delante de Portugal e Italia, pero muy por detrás de Dinamarca y Suecia). Según Srdjan Blagovcanin, director de Transparency International en Bosnia, el motor de la corrupción son las élites políticas. Un indicio interesante son las declaraciones de patrimonio publicadas por los candidatos a las elecciones legislativas del próximo 3 de octubre: en el curso de los últimos cuatro años, el patrimonio de casi todos ellos (serbios, musulmanes o croatas) se ha acrecentado de manera sospechosa. Son las mismas élites que con sus rifirrafes nacionalistas frenan las necesarias reformas y tienen al país sumido en una tasa de paro que se sitúa en torno al 40% (España, la campeona del paro en la Unión Europea junto con Letonia, está en el 20%).

Según Doris Pack, la eurodiputada encargada del informe sobre Bosnia que debatió el Parlamento Europeo el pasado mes de junio, el panorama es desolador: en partes del país la lucha contra la corrupción ni siquiera ha empezado; la corrupción y la debilidad del sistema judicial ahuyentan a los inversores y de este modo impiden la creación de puestos de trabajo, especialmente para los jóvenes, que ya se ven castigados por un sistema educativo ineficiente. Y ello por no hablar del retorno de los refugiados, que el Estado bosnio alienta oficialmente, pero los políticos locales sabotean con métodos tan elocuentes como bloquear el suministro de agua o de electricidad.

Ante este panorama, ¿cuál es la actitud europea? Durante la presidencia española de la Unión todo lo que se consiguió es dar largas a los bosnios en la cuestión de la liberalización de los visados. En un episodio bastante desapercibido (entre tanto fiasco diplomático), el ministro Miguel Ángel Moratinos logró presidir el 2 de junio en Sarajevo una cumbre con los países balcánicos occidentales. Pero los medios se fijaron más en el hecho de que representantes de Serbia y de Kosovo se sentaran en la misma mesa que en los posibles efectos beneficiosos del encuentro para el país anfitrión. En este sentido, el comunicado oficial resulta decepcionante: una vez más se entona la cantinela de la «perspectiva europea» de los países balcánicos occidentales, pero no se pone ninguna fecha a la liberalización de visados para los ciudadanos bosnios.

En las próximas elecciones del 3 de octubre habrá candidaturas reformistas que se proponen explícitamente superar las divisiones étnicas que lastran el desarrollo del país. Allí estarán Zdravko Krsmanovic, el carismático alcalde de Foca, uno de los pocos políticos serbios personalmente empeñados en el retorno de los desplazados musulmanes de su localidad, o Danis Tanovic, el realizador de la oscarizada En tierra de nadie, un sarcástico retrato del enfrentamiento entre serbios y musulmanes. Pero lo más probable es que los partidos nacionalistas tradicionales (serbios, musulmanes y croatas) se lleven de nuevo el gato al agua.

Las elecciones del 3 de octubre suponen una encrucijada para Bosnia. Si los partidos nacionalistas vencen, la parálisis política se prolongará y no podrán descartarse desarrollos traumáticos como una declaración unilateral de independencia de la República Srpska o el desmembramiento de la Federación de Bosnia y Herzegovina con la creación de una entidad croata. Si el reformismo logra imponerse, habrá alguna esperanza para la viabilidad de Bosnia. De algún modo, lo que está en juego es la idea misma de federación plurinacional como Estado eficiente. Tras la disolución de la URSS, de Checoslovaquia y de la misma Yugoslavia, las dos únicas federaciones plurinacionales que subsisten en Europa son Bélgica y Bosnia. Si Bélgica termina evaporándose del todo y Bosnia termina enquistada en la nada o simplemente estallando, deberán tomar buena nota de ello los que todavía creen, especialmente después de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, que el futuro de España está no ya en un Estado federal al estilo alemán, sino en una federación plurinacional de las que ya no existen.

Albert Branchadell, profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.