Lecciones de la «Primavera de Praga»

La decisión de nuestra sociedad de apartarse por completo del comunismo, y que últimamente ha adoptado forma de ley, ha tenido como consecuencia lógica el que la atención prestada a los acontecimientos de 1968 en Checoslovaquia se limite ahora fundamentalmente a criticar la falta de entusiasmo y el antagonismo interno de los políticos comunistas de la reforma que entonces dirigían el país. Por consiguiente, sería aconsejable, en el XXV aniversario de la invasión de Checoslovaquia por parte de los ejércitos del Pacto de Varsovia recordar también otros factores y dimensiones de aquellos acontecimientos.

Ante todo, no hay que olvidar que los cambios conceptuales y de personas que tuvieron lugar a principios de 1968 en la cúpula del Partido Comunista, así como en el Gobierno, no fueron sólo una especie de golpe entre los líderes comunistas. No fueron tampoco una mera consecuencia de la presión ejercida por comunistas partidarios de la reforma que entonces actuaban en todos los puestos y estructuras del poder.

De hecho, esos acontecimientos fueron el resultado de la distancia cada vez más grande existente entre la verdadera opinión y la verdadera voluntad de la sociedad por un lado, la ideología y las prácticas políticas oficiales por otro. Se debía a una crisis social cada vez más patente y al también cada vez más patente deseo de cambio de la opinión pública. Por tanto, no es sorprendente que nuestra sociedad empezara a llenar rápidamente el espacio de la libertad que se abría ante ella y que era consecuencia de la política ejercida por los llamados dirigentes posenero, y que muchas veces lo hiciera tan enérgicamente y con tanta determinación que los jefes políticos se quedaran sorprendidos y no se mostraran a menudo excesivamente predispuestos. Los periódicos empezaron a contar la verdad; la gente empezó a formar organizaciones y asociaciones independientes, y el espíritu libre de los ciudadanos y el pensamiento político libre empezaron a despertar y a evolucionar.

Gracias a la lucha de los ciudadanos de las más diversas tendencias políticas, Checoslovaquia empezó a convertirse en una pequeña isla de libertad y de una vida al menos relativamente respetable en medio del océano sombríamente gris del bloque soviético de Breznev. Así, el país no tardó en ganarse el respeto de todo el mundo, y la «Primavera de Praga» se convirtió para mucha gente del Este y del Oeste en un gran motivo de esperanza e inspiración, a veces excesivo, dado el verdadero cariz de los acontecimientos. Para Occidente fue un mensaje de que el régimen comunista no gobernaba únicamente sobre esclavos manipulados que no tenían ninguna esperanza, de que existía, aunque reprimido, un gran potencial creativo que aprovecharía la más mínima oportunidad para expresarse y transformarse en instituciones democráticas y en una opinión pública democrática. El Este vio en nuestra «Primavera» una fuerza inspiradora para todas las fuerzas de resistencia y desafío.

Tener una imagen verdadera de nuestra historia es una de las condiciones básicas previas para desarrollar un sentido de la dignidad verdaderamente democrático, y vale la pena, por consiguiente, recordar incluso la dimensión de acontecimientos históricos que muchos de nosotros, inmersos en la atmósfera actual, tendemos a olvidar o a ocultar en las sombras.

Cuando las tropas extranjeras invadieron nuestro país al amparo de la oscuridad de la noche del 20 al 21 de agosto llevándose por medio a nuestros dirigente políticos, sucedió algo en cierto modo sin parangón en la historia moderna. En un par de horas, y cuando nadie lo esperaba, nuestra sociedad se las arregló para unirse en una justificada defensa de la independencia de nuestro país y de las libertades cívicas recientemente alcanzadas. Numerosas y bien armadas tropas se enfrentaron a prácticamente toda la población, que ideó, recurriendo a un ingenio y a una imaginación admirables, miles de métodos no violentos para oponerse a las fuerzas invasoras, frustrar sus intenciones y paralizar, de hecho, sus movimientos.

«El ánimo derrotará a la simple fuerza», decía uno de los muchos eslóganes que surgieron casi de la noche a la mañana por las calles de nuestras ciudades. Los medios de comunicación, recurriendo a las más variadas y a veces ingeniosas formas y técnicas para ser más listos que las fuerzas de ocupación, lograron seguir funcionando e integraron a toda la sociedad en un complejo movimiento de resistencia contra la política del agresor y su escasa ayuda local. El país se negó a reconocer la ocupación.

La situación, que indudablemente constituyó la experiencia clave para toda nuestra generación, no duró, ni podía durar mucho, dadas las circunstancias. Sin embargo, aquel gran esfuerzo admirable y verdaderamente valiente de nuestro pueblo sigue siendo para todos nosotros una prueba evidente de todas las fuerzas buenas latentes en nuestra sociedad.

Deseo que al menos algunas de esas fuerzas buenas que hay en todos nosotros logren transformarse de modo que puedan estar permanentemente al servicio de nuestro objetivo común. La difícil labor de la transformación a gran escala de nuestra sociedad y del desarrollo de un Estado democrático debería considerarse un incentivo para cultivar esas buenas cualidades que descubrimos en nosotros mismos y que fueron desplegadas de forma tan magnífica en las situaciones más extremas en agosto de 1968 o en noviembre de 1989. Cuando más cultivemos estas buenas cualidades más fácil nos resultará llevar a cabo las difíciles tareas de nuestra era.

Por Vaclav Havel, expresidente de la República Checa y dramaturgo.

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