Lecciones de la pandemia para la cooperación internacional

Lecciones de la pandemia para la cooperación internacional

Decía Antoine de Saint Exupery que al futuro no es suficiente preverlo, sino hacerlo posible. La crisis global provocada por la pandemia nos llena de incertidumbre; lo que preveíamos se derrumba y nos sentimos vacíos de certezas. Si poco podemos prever ¿cómo actuar? A nivel individual intentamos lidiar con nuestras necesidades inmediatas, revisar nuestras prioridades y apoyar a nuestro círculo cercano. Las sociedades se reorganizan ante la pandemia con mejor o peor criterio, y con diferentes resultados inmediatos, preocupadas a medio plazo por posibles nuevos brotes y por cómo recuperarse del impacto económico. A nivel global se nos manifiesta la enorme interdependencia entre los seres humanos y con nuestro entorno. Ya no se trata de un desastre aislado geográficamente, afectando a un sector social o económico, sino que se trata de un desastre biológico con efectos cascada a todo nivel, en todos los sectores. Estamos ante un verdadero desastre global.

De hecho, las tendencias de crecimiento han exacerbado la naturaleza sistémica de los riesgos. Existe hoy en día una compleja interacción entre el sistema financiero internacional, la tecnología de la información, las cadenas de suministros y otros sistemas humanos y políticos con nuestro medio ambiente. Ello hace que unos huracanes o un desastre químico puedan tener un impacto en todo el sistema con consecuencias impredecibles. Tendencias crecientes como la urbanización, la degradación ambiental y la movilidad humana aumentan esa complejidad. Si hay una enseñanza manifiesta que nos deja la pandemia es el grado de interconexión de los seres humanos, entre sí, y con todo lo que nos rodea.

En este contexto ¿cómo enfrentamos los riesgos crecientes? ¿Qué reflexiones supone este contexto para las políticas públicas? Y ¿qué papel puede jugar, entonces, la cooperación internacional en la construcción de un futuro en el cual la incertidumbre es la nueva norma?

Michael Mann, reconocido científico y activista climático, nos recuerda que la incertidumbre no es excusa para la inacción. De hecho, todo lo contrario. Nunca sabremos a ciencia cierta cuándo un terremoto, una sequía o una epidemia tendrán lugar. Pero sabemos con certeza que, tarde o temprano, llegarán. Para mitigar el impacto de estos desastres deben ponerse en marcha ex-ante medidas muy concretas que aumentan el conocimiento del riesgo, reducen nuestra exposición, fortalecen nuestras capacidades para manejarlo y se sostienen en el tiempo mediante políticas públicas que aseguran los mecanismos de gobernanza y asignación de recursos para el éxito de esas medidas. La Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Riesgo de Desastres (UNDRR) trabaja junto a gobiernos y socios de todos los ámbitos para fomentar la implementación de estas medidas, orientadas por el Marco de Sendai para la Reducción de Riesgo de Desastres 2015-2030.

Sin embargo, la inversión en la reducción del riesgo de desastres siempre se ha topado con un desafío de marketing. Debe convencer, en un mundo de recursos limitados, en la necesidad de realizar acciones e inversiones para que algo que podría suceder, no suceda. En otras palabras, el éxito de reducir el riesgo de desastres se da en la medida en que, a partir de acciones e inversiones concretas, una amenaza (natural o antropogénica) no se convierta en desastre. La prevención salva vidas. No obstante, la inversión en reducción de riesgo de desastres es 20 veces menor que lo que se destina globalmente a atender emergencias humanitarias. Mientras tanto, las necesidades humanitarias van en aumento y sobrepasan el financiamiento disponible para atenderlas. Por ello, la cooperación internacional debe hacer más para enfrentar los riesgos existentes y prevenir la generación de nuevo riesgo. Para ello, se debe entender a la reducción de riesgo de desastres como pieza fundamental del desarrollo.

Desafortunadamente, poco han servido los estudios de coste-beneficio, con metodologías variadas pero con resultados siempre a favor, sobre las bondades de reducir el riesgo de desastres. Esos estudios indican que un dólar invertido en reducir el riesgo de desastres nos ahorrará entre cuatro y quince dólares en la recuperación de un desastre. Así y todo, el costo de las inversiones necesarias es observable e inmediato, mientras que los beneficios - entendidos como el daño evitado- son poco visibles. Justamente en este enfoque radica uno de los problemas de comprensión de este tipo de inversiones.

Un estudio del Banco Mundial nos recuerda que la reducción de riesgo de desastres va mucho más allá de ser un mecanismo de seguro contra daños y pérdidas. Este tipo de inversiones pueden hacer una contribución integral al desarrollo y a la reducción de la pobreza, estimulando la innovación, las inversiones productivas y el crecimiento económico. De hecho, existe una relación directa entre la implementación del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 y la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La cooperación internacional debe ubicar a la reducción de riesgos en el corazón de las medidas para resguardar y promover los avances del desarrollo sostenible. En este sentido, la reducción del riesgo de desastres supone una excelente inversión.

Las causas de los desastres se encuentran no en las amenazas, sino en la falta de comprensión de los factores que impulsan el riesgo, la exposición y la vulnerabilidad. Los desastres ponen de manifiesto los modelos que generan desigualdad y exclusión, y las dinámicas negativas que hemos creado los seres humanos en relación con el medio ambiente. Esta pandemia global exacerba aún más los crecientes riesgos y las vulnerabilidades existentes. En este contexto, la cooperación internacional, comprendiendo también en ella los mecanismos regionales e interregionales de colaboración entre países, solo será efectiva si aumenta el esfuerzo global para atacar a los riesgos de raíz.

Mami Mizutori es representante especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la reducción del riesgo de desastres.

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