Lecciones de una campaña

Según los sondeos, una mayoría de franceses considera que la actual campaña electoral para la presidencia no tiene interés. Se equivocan; aporta importantes enseñanzas.

La primera es clara y diáfana: en periodo de crisis y de incertidumbres, los electores esperan, en primer lugar, que sus inquietudes sociales y dificultades sean reconocidas. Y en este sentido la campaña aporta dos lecciones.

Por una parte hace visibles a sectores enteros de la población que se habían vuelto invisibles durante los años 80 y 90. En particular, cabe decir que el mundo obrero prácticamente había desaparecido de los medios de comunicación desde hace una veintena de años. En el pasado la clase obrera constituía la sal de la tierra y el proletariado obrero, según las célebres palabras de Karl Marx, debería, al librarse de sus cadenas, liberar a toda la humanidad. Pero el final del comunismo real, el declive del sindicalismo y las transformaciones de la producción industrial volvieron invisibles a los obreros, que se alejaron masivamente no sólo del centro de las ciudades sino también de las banlieues llamadas difíciles. Más del 20% de la población francesa es todavía obrera, pero en muchas ocasiones lo es por vivir en zonas alejadas, a menudo rurales, por trabajar en fábricas de subcontratación y por haber dejado de aparecer en los medios si no es cuando una factoría cierra o cuando la violencia parece la única reacción posible.

Ayer, los obreros eran vistos como participantes de un conflicto estructural en el que jugaban un papel central, eran una fuerza respetable y eran capaces de emanciparse y de comprometerse en la lucha que debía conducirles, creían muchos, a instalarse en el poder. Hoy, en el imaginario colectivo, aglutinan la masa de los pobres, de los sin dinero, ya no son tanto explotados como ignorados, excluidos, empobrecidos y despreciados. Los candidatos a la presidencia no se esconden de mostrar que se interesan por estas categorías sociales que la política, de un modo general, parece haber redescubierto.

Este descubrimiento, o redescubrimiento, de lo social se acompaña por un interés nuevo, o renovado, por la industria. Durante muchos tiempo, Francia creyó que podía desindustrializarse y perdió unos 750.000 empleos industriales en veinte años. En la actualidad, ha tomado conciencia de la importancia de la economía real y se lamenta por la pérdida de su capacidad industrial cuando se compara con Alemania. La actual campaña es la ocasión para reflexionar sobre la crisis económica preguntándose por la capacidad de relanzar el crecimiento mediante el empleo industrial.

El regreso de lo social, en Francia, va de la mano de un fenómeno mucho más inquietante: la incapacidad de hacer frente como es necesario a los desafíos culturales de los tiempos actuales. Aquí, la campaña presidencial aporta la posibilidad de funcionar a dos niveles: o bien por defecto, rechazando abordar estos desafíos, o por exceso, dramatizando, simplificando o caricaturizando los problemas al punto de desnaturalizarlos. La izquierda se inclina por rechazar abordar clara y tajantemente estos desafíos. Insiste sobre las virtudes del modelo republicano a la francesa, que considera que en el espacio público no hay lugar para las minorías culturales y que la laicidad debe instalar los particularismos religiosos únicamente en la vida privada La izquierda es muy prudente en lo que respecta al ecologismo y al medio ambiente y el candidato socialista, François Hollande, observa como si fuera una golosina que su rival ecologista, Eva Jolv, no logra despuntar en los sondeos. Jolv evita comprometerse en aspectos como la diversidad, no ha hecho suya la cuestión del multiculturalismo yes abiertamente criticada por la derecha y la extrema derecha que hablan de fracaso.

Por el contrario, la derecha apuesta por el exceso, la radicalización y se aproxima a la extrema derecha en sus opciones sobre el islam, la religión y la inmigración; habla como la extrema derecha de amenazas a la identidad nacional, señala o acusa a los inmigrantes, empezando por los que llegan del Norte de África, de ser la causa de todos los males que sufre el país. Intenta cazar en las tierras del Frente Nacional. Habla alto y claro, dramatizando, a veces de modo provocador, como cuando el ministro del Interior compara la civilización francesa a otras supuestamente inferiores, o cuando el primer ministro critica las prácticas de sacrificio ritual de los animales por los musulmanes o los judíos.

Entre el exceso y el defecto, los candidatos a la elección muestran que en Francia es difícil tratar las cuestiones culturales, mientras que las sociales y económicas son, si no bien tratadas, al menos ampliamente tomadas en consideración.

Tercera lección de esta campaña: las dimensiones internacionales de la política no han entrado en el debate más que tangencialmente, a partir de una información aparecida en la prensa alemana y luego desmentida con la boca pequeña por los interesados: los grandes líderes de la derecha europea, a instancias de Angela Merkel, habrían llegado a un pacto para no recibir al candidato socialista, Franyois Hollande. Por un momento el debate puso el foco en Europa pero de modo superficial. En Francia, como en todas partes, una campaña presidencial se centra en los temas internos, no en los internacionales.

Omnipresencia de lo social y de la economía, ausencia o dramatización de lo cultural, ignorancia o casi de lo internacional, la campaña da a los franceses una imagen de sí mismos y de su sociedad que ciertamente corresponde a algunas de sus esperanzas y de sus miedos. No deja lugar para un auténtico debate de ideas, no permite a los franceses proyectarse hacia el futuro más que andando hacia atrás, con la obsesión de ver empeorar la situación económica y social y el miedo de ver puesta en entredicho la homogeneidad de la nación. No comporta ninguna dimensión utópica, ninguna visión fuerte y ambiciosa del futuro. Esta campaña da la imagen de un país inquieto, tentado a creer en vanas promesas populistas y demagógicas y que sabe muy bien que harán falta medidas rigurosas, incluso sacrificios, para enderezar la situación económica y financiera. La suerte de Francia, respecto a otros países de Europa sometidos a dificultades similares, es disponer de un sistema político que le aporta aún la esperanza de poder tratar sus problemas por los medios clásicos de la política. Es, hoy en día, el único gran país de Europa que puede vislumbrar de modo realista el acceso al poder de una izquierda eficaz. Y es el único donde si se confirma la derrota de Nicolás Sarkozy que anuncian las encuestas, la derecha podría descomponerse en las elecciones legislativas que tendrán lugar en la vorágine de la elección presidencial. Francia marcha a la vez con retraso, políticamente, y con adelanto, al poder constituir un laboratorio donde se reinventará en un primer momento una nueva izquierda, nacida de la crisis económica y financiera y, luego, una nueva derecha, alejada del liberalismo económico de los pasados años, y quizá también abierta a las temáticas nacionalistas xenófobas encarnadas por el Frente Nacional.

Por Michel Wieviorka, sociólogo. Profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

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