Lecciones desde el Sur del mundo sobre la reforma del capitalismo global

A comienzo de abril, los periódicos de medio mundo reportaban con cierto asombro las declaraciones de la secretaria el Tesoro de la Administración Biden, Janet L. Yellen, realizadas frente al Chicago Council on Global Affairs, sobre la necesidad de crear un impuesto global sobre las rentas generadas por las multinacionales. El nuevo gravamen, para Yellen, tendría que servir para impedir a las empresas transnacionales evadir las fiscalidades nacionales y reforzar así las mermadas capacidades de recaudación de los Estados. La propuesta de Yellen se enmarcaba en el giro radical emprendido por la Administración Biden con el objetivo de reformular en profundidad los cimientos del modelo económico americano, distanciándolo de aquel régimen económico neoliberal que lo había caracterizado desde el final de los años setenta.

Con el anuncio del impuesto global sobre la actividad de las multinacionales, Yellen estaba retomando, sin citarlo directamente, el espíritu y la letra de una serie de propuestas lanzadas por los principales líderes de los países en desarrollo a mitad de los años setenta. Bajo el rótulo de New International Economic Order (NIEO), estas propuestas planteaban la necesidad de empoderar a los Estados nacionales, reforzando sus capacidades de intervención en la economía y generando acuerdos internacionales que pudiesen hacer frente a la fuerza que habían adquirido los mercados financieros globales y las empresas transnacionales especialmente en el Tercer Mundo. Uno de los nudos centrales que el NIEO intentaba encarar era, justamente, la forma en que las multinacionales lograban evadir cualquier forma de control fiscal por parte de aquellos países en los cuales las empresas generaban una parte importante de sus ingresos multimillonarios. Muchas de las propuestas avanzadas por el NIEO apuntaban hacia un modelo de globalización socialmente responsable y, por eso, parecen tener una relevancia importante para avanzar en la ineludible reforma del capitalismo que nos plantea el presente.

Fue en abril, pero de 1974, cuando el presidente argelino Huari Bumedian tomó la palabra desde el pódium de la Asamblea General de las Naciones Unidas para demandar la instauración de un Nuevo Orden Económico Internacional. El líder del país norteafricano hablaba representando a un heterogéneo grupo de países del otrora llamado Tercer Mundo. A pesar de sus múltiples diversidades, estos países tenían como objetivo común una reforma de las estructuras económicas internacionales que les permitieran escabullirse de las cadenas del subdesarrollo económico. La United Nation Conference on Trade and Development (UNCTAD) y el G-77 representaban los foros principales donde las propuestas que habrían de articular al NIEO habían sido debatidas desde la primera mitad de los años sesenta.

Sin embargo, fue solamente en el contexto de las fuertes convulsiones económicas internacionales del comienzo de los años setenta, que condujeron al colapso del sistema de Bretton Woods, que las ideas de reforma acuñadas por la UNCTAD y el G-77 adquirieron una centralidad político-económica inédita. Esta fuerza fue sin duda incrementada por la forma en que los países productores de petróleo, reunidos en la OPEC, empezaron desde comienzo de la década de los años setenta a promover una agenda de aumento de los precios, y que, como consecuencia de la guerra del Yom Kippur de octubre 1973, llegaron incluso a imponer un embargo de suministro en contra de Washington por su apoyo a Israel en el conflicto. La crisis del capitalismo y el dinamismo de los países de la OPEC parecía mostrar que la reforma del orden económico internacional según las ideas acuñadas en el Sur del mundo era posible.

El NIEO era un contenedor de propuestas distintas y no siempre coherentes. Sin embargo, en términos generales, se puede decir que éste planteaba una forma de integración económica internacional, esto es, una globalización de orden no-neoliberal, donde los Estados retenían fuertes prerrogativas de regulación e intervención. En el fondo, los países del Tercer Mundo pedían que el liberalismo atemperado que había estado en la base de Bretton Woods fuera ampliado, renovado y extendido a las periferias del mundo, permitiendo a los países orientar el funcionamiento de los mercados en pos del bienestar común. Estabilizar los precios internacionales de los productos primarios, garantizar su acceso en los mercados de los países desarrollados, generar una fiscalidad global que obligara a las multinacionales a devolver parte de sus ingresos a los países del Tercer Mundo en lo cuales esta riqueza era generada y reforzar la capacidad de regulación del estado sobre los actores económicos representaban algunos de los puntos de fuerza de esa agenda de reforma.

Contradicciones y conflictos internos entre los países proponentes, así como la crisis de la deuda en parte denotada por el Volcker shock de 1979, contribuyeron a sepultar bajo los escombros de la crisis económica que asoló al Tercer Mundo a principio de los años 80 las propuestas del NIEO. En lugar de la globalización atemperada propuesta por los países de la UNCTAD y del G-77, fue la globalización neoliberal de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher la que triunfó en la década clave de los años setenta, produciendo los resultados que todos conocemos.

Frente a la nueva crisis del capitalismo global que caracteriza en forma dramática nuestra época, sería quizás útil que las clases dirigentes mundiales revisaran parte de las propuestas que Bumedian presentó al mundo aquel abril de 1974, algo que en una forma probablemente no del todo consciente la administración Biden parece haber empezado a hacer.

Vanni Pettinà es profesor de Historia Internacional en El Colegio de México y profesor visitante en la Università Ca’Foscari @PettinaVanni

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