Lecciones desde Francia para un PSOE centrífugo

“El PSOE vuelve a ser el partido de la izquierda de este país. Cuando hablamos del centro es para poner en el centro de la acción política la agenda de la izquierda”. Estas dos únicas menciones a la palabra "centro" en el discurso con que Pedro Sánchez ha iniciado su nuevo mandato pretenden ser un disclaimer por si alguien le encontrara en la hemeroteca alguna reivindicación de este espacio político del que ahora reniega.

El reelegido líder socialista inaugura un PSOE centrífugo (es decir, que huye del centro), revirtiendo la trayectoria que en el congreso extraordinario de 1979 marcó Felipe González, con la que consiguió una abrumadora mayoría absoluta en las siguientes elecciones generales. El paralelismo formal para legitimar este golpe de timón resulta claro. González, que llevaba aún pocos años liderando el partido (desde 1974 en Suresnes), perdió la secretaría general en mayo del 79 porque se rechazó su propuesta de abandonar el marxismo, lanzó un órdago y se impuso en septiembre logrando que se aceptara su línea política. Ahora, el relato de Sánchez que ha respaldado una mayoría de militantes es que, tras tres años al frente del PSOE, se tuvo que ir en octubre por no lograr imponer el “no es no” y vuelve ahora para dejar claro que “somos la izquierda” (y nada más, aunque con otros más).

Lecciones desde Francia para un PSOE centrífugoPocas horas después de pronunciar Sánchez su discurso, su homólogo en el Parti Socialiste francés, Jean-Christophe Cambadélis, dimitía al diezmarse literalmente esta fuerza política, que pasaba de ser la primera de la Asamblea Nacional con 295 diputados a la cuarta con solo 30. Veamos diferencias y similitudes con la posible evolución del PSOE.

La estructura institucional y electoral francesa poco tiene que ver con la española. Allí se elige por un lado directamente al presidente de la república y por otro, un mes después, a los diputados en circunscripciones uninominales. Aquí la investidura del presidente del gobierno no la expresan directamente los ciudadanos en las urnas, sino 350 diputados, cuyo escaño a su vez no depende tanto de su tirón individual como del puesto en una lista cerrada y bloqueada que le ha asignado su partido.

¿Qué significa esto? Se pueden sacar muchas consecuencias pero la principal es que en Francia el perfil individual de cada candidato es más importante mientras que en España se ha consolidado una “democracia de partidos”. Por eso, al norte de los Pirineos, cuando aparece alguien con suficiente inteligencia y capacidad organizativa para la acción electoral –como señaladamente Macron ha demostrado en menos un año– puede lograr derrumbar súbitamente, como en un golpe de mar, a sus rivales internos y a las demás formaciones. En España, sin embargo, existe una mayor inercia. Políticos tan instintivos como Iglesias y Rivera han tardado cerca de una década en armar organizaciones bastante personalistas antes de entrar en el Congreso de los Diputados como tercera y cuarta fuerzas.

Sánchez sabe bien lo potente que sigue resultando pese a todo la marca “PSOE”, como una gran berlina que al repararle la carrocería luce más que un pequeño utilitario nuevo. Pero se ha equivocado al pretender pintarla de rojo iluminado. Lo que puede parecer un anecdótico lapsus de una de sus más directas colaboradoras demuestra bien la actitud intransigente de quienes consideran que tienen el monopolio de la verdad y de las buenas intenciones. Iratxe García –que Sánchez ha designado de nuevo como su portavoz en el Parlamento Europeo– loaba así al recién fallecido Helmut Kohl: “Gran socialdemócrata, gran europeísta…”. Más que un difícilmente justificable desliz en quien ocupa desde hace 13 años un escaño en Bruselas, se explica por la ceguera de quien no puede imaginar que un líder conservador hiciera tanto por todos los europeos, acostumbrada a defender sin necesidad de reflexión ni justificación que la verdad y los aciertos están siempre del lado de “los suyos”.

Esta estrategia frentista es la que Sánchez está intentando construir hacia fuera y hacia dentro en el PSOE. Hacia fuera cuando declara “no competimos más que con el PP” y presenta a este partido como un “enemigo” de la Constitución y del Estado. ¿Cómo pretenderá entonces lograr pactar una reforma de la Carta Magna en la que es imprescindible contar con este partido? O bien, cuando al listar las plagas que por culpa del PP asolan España llega a decir “hoy asistimos al horror de ver a mujeres y sus hijos asesinados por sus parejas”, obviando que (siendo por supuesto una sola de estas muertes un terrible drama gobierne quien gobierne y debiéndose intentar todo cuanto sea posible para atajarlas) la tendencia en los últimos años ha sido a la baja.

Cuando se miran los sucesivos gobiernos democráticos en España desde 1977, aunque no haya habido nunca una coalición postelectoral, se cubre un amplio espectro de pactos de investidura. Pero tienen en común dos características. La primera es que siempre ha gobernado el partido más votado, y la aritmética electoral hace muy difícil que no sea así sobre todo cuando se tiene como ahora a 19 diputados independentistas (ERC, Convergència, Bildu) no solo ajenos sino interesados en sabotear la gobernabilidad de España. La segunda es que el gobierno siempre se ha formado ocupando el centro del tablero político, logrando allí el ganador una buena parte de sus votos y pactando con otros partidos que habían también pescado votos en ese caladero. Juntando ambas razones, acertó Felipe González en su vídeo enviado este fin de semana al congreso del PSOE al desear que volviera a ser “la primera fuerza” del país (no solo de la izquierda), previniendo así contra el estéril juego de suma cero con Podemos para evitar el sorpasso mientras se descubre el flanco central.

Así le ocurrió al candidato socialista francés, Benoît Hamon. Su propuesta más icónica, la renta básica universal, había sido formulada inicialmente principalmente por liberales tanto de izquierda como de derecha, y podía en consecuencia haber servido de imán para la transversalidad de apoyos que necesita el ganador de unas elecciones. En lugar de eso, se preocupó en intentar vender el simplismo de asimilar “liberal” (la etiqueta que solo Macron reivindicaba) con “neoliberal”, y darse golpes de pecho para competir en izquierdismo con Mélenchon, con el resultado conocido de acabar recibiendo el 6% de respaldo electoral (frente al 29% de Hollande en la primera vuelta de 2012).

Los frentes de Sánchez hacia dentro del PSOE los ha establecido evitando contrapesos a su poder y obstruyendo el debate interno. Su ejecutiva, pese a ser una de las más numerosas, es la menos integradora en más de dos décadas (solo Patxi López no fue uno de sus apoyos) y la menos apoyada por el congreso, aparte de que también sorprendentemente retrocede de manera significativa la paridad. En el comité federal abundan los secundarios que deben sus cargos a que los coloquen en una lista e incluso los empleados del partido, por lo que difícilmente podrá ser cuestionado por quienes se juegan el sueldo, cuando además en muchos casos nunca han tenido una carrera profesional fuera de la política. Contrasta con la ausencia de jóvenes diputados (Jonás Fernández, Ignacio Urquizu, Juan Lobato, por citar uno de Bruselas, otro nacional y un autonómico) o más experimentados (como Torres Mora) que han demostrado saber pensar por sí mismos y cuentan con un reconocimiento profesional al margen de la política, que dan prueba de la voluntad de quemar cantera y cualquier forma de competencia.

Otra prueba es que Sánchez y su equipo –aunque se lo habían reclamado muchos de los militantes que lo apoyaron– han evitado cuestionar el elevado porcentaje de avales (ni el exiguo plazo para recabarlos), que son muy superiores a los de cualquier otra formación que realiza primarias. Son conscientes de que la próxima etapa es la designación del candidato del PSOE a La Moncloa, donde Sánchez arriesgaría mucho si hay competencia ya que la elección no se dirimiría entre militantes sino que podría participar cualquier ciudadano. Ojalá me equivoque y se adopte la aplaudida propuesta de Patxi López de eliminar avales y establecer dos vueltas.

Es importante señalar que Susana Díaz se lo ha puesto fácil tras su derrota. Descreída de todo lo que no fuera ostentar ella misma el poder, se ha desentendido de la responsabilidad de seguir siendo la locomotora hasta el congreso de quienes no deseábamos la victoria de Sánchez sobre todo por razones programáticas y de coherencia política. Quedó tristemente demostrado que si las primarias entre tres facciones del aparato llegaron a ser tan duras fue solo porque el injusto filtro de los avales dejó fuera de la contienda a militantes que no fueran “políticos profesionales”. Pero en cuanto tocó elegir delegados y hubo opciones de barajar las cartas, los tres pactaron “listas de unidad”, cuyo resultado real es excluir toda dialéctica de la elaboración del programa. Justo al contrario de como debería haber sido: un congreso plural que obligara a esforzarse en pensar y convencer con soluciones ilusionantes pero realistas, y una ejecutiva más integradora para coordinar mejor la acción de todo el partido.

La demostración del insuficiente diálogo es que en el congreso no hubo sorpresa alguna con las resoluciones adoptadas; apenas un poco de expectación sobre la gestación subrogada y la referencia a la república que terminaron ahormándose en las posiciones oficialistas. Se aprobó sin dificultades hasta lo más grave: una vaporosa referencia a la plurinacionalidad (aunque aún no se aclare no solo ni de cuántas naciones hablamos sino que hasta se hace creer que no sería preciso definirlo…), que se intenta legitimar con una cita descontextualizada de Peces-Barba cuando intentaba buscar espacios de entendimiento en el debate constituyente.

La solución al conflicto en Cataluña requiere, no solo la firmeza de las instituciones, sino también un debate abierto para que evolucione nuestro modelo territorial, para el que el PP demuestra una absoluta falta de ideas, o incluso peor, una estrategia irresponsable de “cuanto peor, mejor” para forzar la polarización entre ellos y Podemos. Pero no debe confundirse esa necesaria búsqueda de soluciones que no cuestionen que somos libres e iguales con intentar seducir con señuelos ambiguos, precisamente cuando el Estado democrático y de derecho que hemos construido todos los españoles se encuentra como nunca amenazado por el chantaje e insubordinación de quienes utilizan la lengua y la cultura como principal vehículo separatista (¿se pondrían a debatir de la legislación de reinserción penitenciaria con quienes les están atracando?).

Hay quien piensa que Sánchez sabrá ir moderándose para extender su apoyo de los 74.000 militantes que lo han elegido a los al menos 8 millones de votos con que se puede intentar formar gobierno (en las pasadas elecciones, se quedó a más del 30% de esa cota). Una primera prueba sería que, tras toda una campaña puño en alto, en el congreso se cuidó de mantenerse abrazado a sus compañeras en el estrado mientras se cantaba la Internacional. Veremos si el muelle ideológico de Sánchez tiene tono para volver a negociar pactos como el que firmó con Rivera o, si por el contrario, el resorte ya se ha dado de sí y ha quedado vencido, atrapado por el magnetismo populista de su maltratador Iglesias. A día de hoy, el PSOE está dejando huérfano un amplio espacio ideológico, como el que en Francia supo aprovechar Macron, y como en España podría intentar ocupar Ciudadanos desde el centro-derecha pero incluso también el PP.

Con todo, lo más peligroso del terreno en que entra el PSOE es que quienes cuestionamos la línea de la ejecutiva (aparte de que se nos exija pedir perdón por defender democráticamente opiniones distintas) nos encontramos con una materia pegajosa, a la que es difícil oponer argumentos sin quedar manchado de la sospecha de “no ser de izquierdas”. Sin llegar al error de Lambán calificando de “rojo” a Sánchez, de manera implícita parece que todo quien no reivindique el “somos la izquierda” es de derechas.

Sería caer en la trampa de reducir la izquierda a la izquierda frentista o sectaria. En cambio, una izquierda reformista simboliza el más eficaz sinónimo de progreso, libertad, igualdad, solidaridad o justicia no asusta a nadie. Es más, se reconocen en esos valores una amplísima mayoría de votantes, incluso entre los actuales del Partido Popular, a los que no hay que imaginar como retrógrados complacientes con la corrupción, sino como meros electores de un mal menor entre una clase política que de manera general está muy poco valorada. Por eso, el PSOE si quiere ganar, y después gobernar con acierto (no para “la mayoría” sino para todos, sin matices), debería volver a abanderar no solo la izquierda sino también el centro.

Víctor Gómez Frías es militante del PSOE.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *