Lecciones españolas para Estados Unidos

Por Philip H. Gordon, miembro docente del Centro de Estudios sobre Política Exterior de la Brookings Institution (EL PAIS, 23/03/04):

Para la Administración de Bush, el sorpresivo rechazo del domingo 14 de marzo al Gobierno conservador español fue una noticia terrible desde cualquier punto de vista. Sustituye a uno de los principales aliados conservadores de Bush en Europa por los socialistas, con los cuales tiene poco en común; supone un golpe decisivo a la noción de que Estados Unidos tiene un amplio apoyo de la coalición en Irak; y envía a los Gobiernos de toda Europa el mensaje de que más les vale pensárselo dos veces antes de alinearse con Estados Unidos. Y, lo que quizá sea más importante, puede animar a los terroristas a creer que sus atroces métodos pueden contribuir a volver contra Estados Unidos a los electorados europeos. La tentación para el Gobierno de España será hoy la de consolidar su fuerza distanciándose aún más de Estados Unidos, y ya ha empezado a hacerlo con su promesa de retirar las tropas españolas de Irak y sus llamamientos a Bush y Tony Blair para que se retracten de la guerra. Existe el riesgo, igualmente grande, de que la Administración de Bush se sienta traicionada por el que en su momento fue un aliado incondicional y que Bush responda peleando con mayor determinación aún su "guerra contra el terrorismo" como mejor le parezca, tanto si les gusta a los europeos u otros aliados como si no. Si ambos lados se dejan llevar por estas tendencias para plegarse a sus respectivas políticas internas, el resultado será una dilatación de la grieta trasatlántica que en muchos sentidos se había reducido a lo largo de los últimos meses.

Resulta difícil exagerar cuando se explica hasta qué punto la derrota del Partido Popular español ha sido también una derrota para Bush. Durante años, y en particular desde la guerra de Irak, siempre que se atacaba a la Administración con la acusación de que su política había aislado a Estados Unidos, o de que no tenía aliados en Irak, mostraba orgullosamente el ejemplo de España para rebatir la imputación. Enfrentándose a su población, de débil voluntad y contraria a la guerra, el presidente conservador José María Aznar defendió inquebrantablemente a Estados Unidos y fue un aliado indispensable en la guerra de Irak, en la que sirvieron con valor 1.300 soldados españoles. Por lo demás, con todas las encuestas apuntando hasta el jueves anterior a una victoria del Partido Popular, Bush tenía confianza en poder demostrar que los dirigentes europeos no tenían que pagar ningún precio por apoyar a Estados Unidos y que los que estaban aislados en Europa eran los líderes franceses y alemanes, no los que apoyaban a la coalición. Esta teoría quedó hecha trizas el día 14 por el amplio margen de victoria de los socialistas. Si los estadounidenses pudieran alegar de forma convincente que el partido de Aznar ha sido rechazado por razones que tenían que ver con la economía, o por otra razón de política interna, el daño a Bush se vería reducido al mínimo y se deduciría que el resultado no tenía nada que ver con la guerra de Irak. Pero el hecho de que el desenlace cambiase de forma tan drástica después de los atentados, y de que muchos electores atribuyeran específicamente este vuelco al deseo de distanciarse de la guerra de Irak, nos deja solamente la conclusión de que los conservadores españoles pagaron el precio de haber apoyado la guerra y de su alianza con Estados Unidos.

La forma en la que el Gobierno de Aznar manejó el atroz atentado no hizo más que agravar las cosas. La conclusión prematura y categórica de que los separatistas vascos estaban detrás de los atentados a pesar de que éstos llevaban el sello de Al Qaeda, y la terca negativa a retractarse de esta conclusión, hizo que el Gobierno quedara como un mentiroso ante los españoles. Si Aznar hubiera definido desde el primer momento el asesinato en masa de Madrid como un ataque contra la democracia misma, a lo mejor no habrían sido tantos los votantes que se hubieran permitido entregar en mano a los terroristas el cambio que éstos al parecer querían. En vez de eso, dio la sensación de que el Gobierno estaba intentando utilizar los atentados para reforzar su baza política y justificar su línea dura contra ETA, con lo que consiguió que los indignados electores estuvieran aún más resueltos a hacerle pagar el precio. Tras su mella en la política española, los atentados de Madrid empezarán ahora a repercutir también en Estados Unidos. Bush pretenderá interpretar los atentados como una prueba más de que él tiene razón al ver la guerra contra el terrorismo como el desafío que define a nuestra época, un desafío que demanda un liderazgo contundente y agresivo de Estados Unidos en el mundo. Sus adversarios demócratas, por otra parte, señalarán las elecciones españolas como una prueba más de que la política de Bush ha aislado a Estados Unidos y le ha dejado con menos amigos y más enemigos en todo el mundo. Los estadounidenses que se oponen a la guerra de Irak afirmarán que la guerra desvió recursos de la auténtica lucha, contra Al Qaeda, y que la ocupación de Irak por Estados Unidos está creando más terrorismo en lugar de reducirlo.

El potencial que tienen estos debates para producir divisiones aún más profundas -tanto entre los estadounidenses como entre Estados Unidos y Europa- es, por consiguiente, muy grande. El nuevo Gobierno español, con un mandato cuestionable por haber sido elegido en los días cargados de emoción que siguieron a la peor atrocidad terrorista que ha vivido el país, tiene que tener mucho cuidado de evitar sacar conclusiones precipitadas y no dejar que el resultado de las elecciones se le suba a la cabeza. Es fácil que cualquier señal equivocada procedente de Madrid durante las próximas semanas haga llegar a los terroristas islámicos el mensaje de que otros atentados podrían reportarles ganancias políticas, un mensaje que invitaría a los terroristas a plantearse la posibilidad de nuevos ataques en lugares como Roma, Londres o Varsovia. Al mismo tiempo, la Administración de Bush debe evitar también una respuesta emocional que consista en tachar a todos los europeos de estar sólo a las maduras y sacar en conclusión que Estados Unidos puede ganar por su cuenta la guerra contra el terrorismo. La verdadera lección que tiene que aprender Washington de las elecciones españolas es que el poder y la contundencia por sí solos no son suficientes para ganarse el apoyo duradero de los aliados democráticos. En los meses venideros, Bush tiene que demostrar a los europeos que la alianza con Estados Unidos les aporta algo más que riesgo.