Lecciones y elecciones

La primera reflexión que deberían hacer algunos de los participantes en la reciente campaña madrileña es que la superioridad moral en cualquier democracia reside en los votos y no en quien los pide. No hay –no puede haber– otra en una democracia liberal. La segunda, es que las lecciones en democracia las dan los votantes a los candidatos y no al contrario.

Digo esto porque, tras la victoria de Isabel Díaz Ayuso, han sido muchas las declaraciones de dirigentes orientadas no a hacer una lectura sobre las causas de los resultados y lo acertado o desacertado de sus estrategias electorales, sino a tratar de interpretar interesadamente o, incluso, reprender incomprensiblemente las tendencias de voto de los más de tres millones seiscientos mil ciudadanos que acudieron a las urnas el 4 de mayo.

Estos comicios, como casi todos, han tenido y seguirán teniendo muchas interpretaciones en próximas semanas, pero harán bien quienes nos gobiernan o nos representan en analizar las elecciones de los ciudadanos en lugar de tratar de darles lecciones por lo que votaron el día que fueron convocados.

Una de las lecturas que más interés pueden tener de cara al futuro es su efecto en la política nacional. Porque es indudable que la mayoría de los partidos han buscado intencionadamente otorgar una dimensión española a estos comicios madrileños. La candidata del Partido Popular lanzó su candidatura como una confrontación directa con Pedro Sánchez, mientras Moncloa prácticamente ha dirigido la campaña de Ángel Gabilondo, con una intensa participación de los ministros y del propio presidente. Por si eso no hubiera sido suficiente, un vicepresidente acabó –y nunca mejor dicho– de candidato de Unidas Podemos; Ciudadanos situó como cabeza de cartel a su portavoz en el Congreso de los Diputados y Santiago Abascal ha figurado como el jefe de campaña de Vox.

Todos se pusieron de acuerdo en nacionalizar la campaña, pero ahora no parecen estarlo para valorar, en términos nacionales, sus consecuencias. Cada cual está haciendo la interpretación que le conviene, unos para evitar reconocer que el Gobierno de España está desgastando a quien lo lidera mucho más de lo que parecía; mientras que otros pretenden presentar como una ola imparable lo que, por ahora, es sólo una gota –de gran tamaño, eso sí– en el océano. Olvidan, unos y otros, que la verdadera clave de la repercusión nacional de las elecciones en Madrid dependerá del aprendizaje que cada partido saque de ellas.

Algunas de esas enseñanzas son claras. La primera, que no se han producido grandes movimientos entre bloques y sigue primando la división entre los votantes de una y otra parte del tablero político. Si bien Díaz Ayuso parece haber sabido convencer a cierta parte del electorado socialista desencantado, no se puede determinar si es fruto de la capacidad atractiva de la candidata o el inicio de una tendencia que pueda continuar de forma sostenida.

La segunda evidencia es que dentro de los bloques ideológicos sí se han producido movimientos importantes. Por un lado, el PP ha sabido construir un proyecto político en el que se ha sentido representada la mayor parte de los votantes del centroderecha, con dos consecuencias directas: recoger los apoyos que ha dejado escapar Ciudadanos tras las decisiones adoptadas en los últimos años; y frenar la capacidad de ascenso que Vox venía demostrando en las encuestas y, sobre todo, en las últimas elecciones catalanas. Por el contrario, el PSOE no sólo ha perdido una tercera parte de los representantes obtenidos en las elecciones de hace dos años sino que, además, ha cedido el liderazgo del bloque de la izquierda a Más Madrid. Unidas Podemos ha certificado el agotamiento de su planteamiento antisistema institucionalizado, cuya mejor demostración es el abandono de su líder y fundador, Pablo Iglesias.

En fin, algo se mueve en el centroderecha hacia un mayor aglutinamiento en torno al PP, mientras que el voto de la izquierda se disgrega sin que el PSOE sea capaz de atraer a la inmensa mayoría de estos electores. En unas elecciones con una sola circunscripción este hecho tiene una importancia relativa, pero si continuara esta tendencia hasta la celebración de las próximas generales, en las que la dispersión del voto sí tiene coste en escaños, este hecho adquiriría una trascendencia muy distinta.

Lo que sí se ha movido ya es la nueva política y parece que hacia la puerta de salida. Los dos creadores de ese término y de los partidos en que se sustentó han pasado a esa historia política española que intentaron cambiar y que, al final, les acabó cambiando a ellos. Lo fácil ahora es interpretar que el 4 de mayo supone el inicio de un retorno al bipartidismo, como lo fue en su día vaticinar que había desaparecido para siempre.

En cualquier caso, parece que falta tiempo para unas elecciones generales –quizá, ésa es la primera consecuencia nacional de las elecciones madrileñas–. Y, hasta que se celebren, tenemos por delante una convocatoria en Andalucía, cuyo adelanto está en boca de todos pero sólo en la mano de Juanma Moreno; unas primarias del PSOE en esa comunidad autónoma que harán correr ríos, como mínimo de tinta; y una investidura que se votará en el Parlament de Cataluña y se decidirá lamentablemente en un chalé de Waterloo con efectos –muy directos– en el Congreso de los Diputados. Sin olvidar las dos citas clave que suponen el congreso federal del PSOE y la convención nacional del PP. Y, por encima de todo, la gestión de la crisis sanitaria después del estado de alarma, así como de sus consecuencias económicas que sí están teniendo repercusión en la calidad de vida de los españoles y las tendrán en el futuro político del país.

La única conclusión indiscutible de las elecciones en Madrid es que el Partido Popular ha mantenido un Gobierno, el PSOE ha perdido una oportunidad, Ciudadanos lo poco que le quedaba y Podemos a su líder. Todo lo demás está por decidir. Y dependerá, sobre todo, de las lecciones que cada uno sea capaz de encontrar en estas elecciones.

José Luis Ayllón es director de contexto político en LLYC.

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