Lecturas del no

Por Kepa Aulestia (LA VANGUARDIA, 22/02/05):

El referéndum sobre el tratado constitucional europeo ofreció el pasado domingo un resultado que para sí quisieran muchos de los demás gobiernos comprometidos en su ratificación: casi un 77% de quienes decidieron ir a votar lo hicieron con la papeleta del sí. Sin embargo, los noes en España, siendo probablemente muchos menos de los que se darán en países pioneros de la unidad europea, tienen connotaciones más preocupantes que en el resto de la Unión. Los noes en sociedades con una más larga tradición democrática representan la contestación a determinados aspectos del proceso constitucional europeo, la réplica dada desde unos u otros intereses particulares, o incluso la expresión de las profundas reticencias que -como en el caso de los británicos- afloran cada vez que se somete a la consideración ciudadana la institucionalización de la Unión. Pero, en buena medida, los noes cosechados por el texto refrendado el domingo reflejan en España las flaquezas de un sistema político cuya centralidad y cuyos fundamentos de consenso pueden quebrarse con suma facilidad en Euskadi y -en menor medida- en Catalunya, aunque también en las relaciones entre el centroderecha y el centroizquierda.

Ni la elevada abstención ni los votos negativos podrían empañar en el caso español el sentimiento europeísta de la ciudadanía. En todo caso es el alambicado, indescifrable y distante proceso de unidad europea lo que, una vez homologados con los países del entorno, rebaja el entusiasmo hacia las instituciones de la UE. Eso y la convicción de que el futuro de ésta no depende tanto de la voluntad ciudadana como de los intrincados manejos que se traen los distintos gobiernos. Lo señalado invita o debería invitar a la preocupación. Pero nada de ello resulta inquietante. La inquietud surge, en todo caso, del significado profundo que encierran muchos de los noes, e incluso de los noes que podrían entreverse en una parte de la abstención.

A lo largo de las semanas anteriores a la consulta se sucedieron los llamamientos y las invitaciones a rechazar la Constitución europea por parte de líderes de opinión, alguno de los cuales halló en la mofa y en el uso de palabras gruesas el recurso para argumentar poco menos que el plebiscito se refería a la persona de Rodríguez Zapatero. Cabe pensar que tales actitudes ref lejaban un ánimo pasajero de revancha por la sorpresiva victoria socialista en el 14-M. Pero también que obedecían a la dificultad de reconocer en el tratado sometido a consulta un espacio para la moderación y el consenso o, simple y llanamente, intentaban sabotear la eventualidad de semejante espacio al precio que fuese. Como si se tratara de un reflejo en alguna manera simétrico al representado por IU respecto al PSOE, a la derecha del panorama político español se está gestando un foco de opinión y de influencias nada proclive a admitir que el Gobierno de Rodríguez Zapatero podría acertar en algo, siquiera por casualidad. Pero lo inquietante no es eso. Lo inquietante es que sus mensajes tremendistas están surtiendo efecto incluso -quizá habría que decir sobre todo- cuando faltan a la verdad de los hechos.

Los otros focos del no se situaron en los nacionalismos vasco y catalán, y en buena medida reflejaron los límites y contradicciones a que se ven sometidas las formaciones que en dichas nacionalidades han representado hasta hace bien poco la moderación y el pragmatismo. Ni el PNV quiso o supo empeñarse a favor de la Constitución europea, ni CiU logró contrarrestar los efectos del rechazo republicano al tratado constitucional. Pero si bien en este último caso las contradicciones atañen también y principalmente al socialismo catalán, el récord establecido por Euskadi en la prueba combinada de abstención más voto negativo representa mucho más que una disidencia puntual frente al texto constitucional: es la última expresión de un desafecto profundo que recela de todo cuanto suene a compromiso institucional, aunque -eso sí- manifestado a sabiendas de que tal rechazo no comporta coste alguno para quien decida pronunciarse en contra.

Buena parte de la cultura política que viene auspiciando la actuación del nacionalismo gobernante en Euskadi ha acabado alineándose con quienes conciben que nada de lo posible resulta suficiente. Pero ello sólo en lo que respecta a cuanto se salga del alcance del poder que ostenta el propio nacionalismo. La voluntarista interpretación del plan Ibarretxe como un proyecto compatible con el articulado de la Constitución europea tuvo su correspondencia en la también voluntariosa lectura de los resultados del referéndum como éxito compartido por parte del presidente del Euskadi Buru Batzar, Josu Jon Imaz. Pero basta comprobar que el 63,27% de los guipuzcoanos no acudió a votar y que de entre quienes sí lo hicieron el 40,77% optó por la papeleta del no para concluir que la cosecha del pasado domingo no augura nada bueno de cara a la moderación de la política vasca y a su acercamiento hacia un clima de entendimiento entre los vascos -incluidos los vascos que no se consideran españoles- y el resto de los ciudadanos de España.