Legalizar el trabajo del sexo

Suele decirse que los puritanos de izquierda son más duros que los puritanos de derechas. Parece que el dicho lleva razón, pues fueron ministras socialistas las que hace muy poco se zambulleron en espinosos temas de contenido moral sin hacer los pertinentes distingos y matizaciones. Por ejemplo: ¿son todas las prostitutas esclavas y por ende significaría la prostitución (en bloque) tráfico de carne humana, como con durísimo gesto decía Bibiana Aído, hasta no hace mucho ministra de Igualdad?

Yo hice hasta hace un año un programa en RNE-5 titulado Las aceras de enfrente. Duró dos temporadas y en él tuve varias ocasiones de entrevistar a mujeres (sobre todo transexuales) y chicos que se presentaban, abierta y voluntariamente, como trabajadores del sexo. Me dijeron -a ningún marginado le asusta la expresión abyecta- que no temían la palabra puta o chapero, pero la denominación que ellos mismos utilizaban era esa: trabajadores del sexo.

Estaban de acuerdo en el nombre y también en que la calle no es el lugar ideal para la prostitución; al contrario, sostenían que eso era feo, sucio y podía molestar a quienes no quisieran… Y es que tanto para prostitutas como para clientes, hablamos de un asunto íntimo y voluntario, sin la menor coacción. Los entrevistados y yo coincidíamos en que el proxenetismo era perseguible y condenable, pero según sus datos y los de la asociación Hetaira el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución dicen hacerlo voluntaria y libremente, así es que prefieren trabajar con su cuerpo (alquilar su sexo) antes que ser camareras o limpiadoras, por ejemplo.

Sólo un 20% de las encuestadas preferiría otro trabajo mejor de haberlo. Pero si no lo había, como era el caso, se quedaban con la prostitución, porque ganaban más que como empleadas de hogar, por ejemplo. A un trabajo voluntario, ¿se le puede llamar esclavitud cuando las partes están de acuerdo y la remuneración es elevada respecto al trabajo medio? Ni aunque se tratara de prudente sadomasoquismo sería esclavitud, pero en esa deriva no voy a entrar. Las y los trabajadores del sexo que yo entrevisté y con los que hablé estaban conformes en que la calle es mala no sólo por falta de higine sino, como ya he apuntado, porque el servicio puede ser visto por gente que no quiere ver e incluso por niños, que deben quedar aparte. No querían ejercer en la calle, pero sabían que los pisos, las casas (incluso un chalé aislado), resultaban en teoría ilegales…

Una vieja axiología de evidente origen religioso otorga diferente valor a las partes del cuerpo humano: trabajar con las manos es noble -aunque sea en un trabajo tan insalubre como picador minero- pero trabajar con el sexo es abyecto aunque se haga voluntariamente y a nadie se obligue. Se dice, por contra, que nadie es de vocación vital prostituta. Quizá no, aunque tengo mis dudas y antes de negar la premisa preguntaría a algunas de las ahora llamadas famosas.

Pero supongamos que efectivamente la prostitución no es una vocación, sino un trabajo al que te llevan las necesidades o irregularidades de la vida. Pregunto entonces: ¿es vocacional picar carbón bajo tierra, con la insalubridad y peligro del grisú? Incluso más: ¿es una vocación ser taxista, o es simplemente una dignísima manera de ganarse la vida cuando no tienes otra cosa mejor? Parece que por ahí van los tiros.

Pero vocación o circunstancia, lo que nos interesa aquí es que quienes realizan cualquiera de esos trabajos lo hacen libremente. El ideal de las trabajadoras del sexo es la plena legalización de su oficio. Piensan que así se evitaría la calle, la presencia de proxenetas o de menores ejercientes o simplemente que miran, y al tiempo mismo habría garantías de higiene y salubridad en todos los ámbitos y hasta ell@s podrían cotizar a la Seguridad Social y tener los derechos y deberes de cualquier otro trabajador, como un horario laboral de máximo ocho horas y el derecho a vacaciones remuneradas. Ahora mismo no tienen nada de eso. Los horarios (obviamente es un exceso) a menudo son de 24 horas.

El concepto de liberalismo moderno no nos pide ser partícipes de lo que aprobemos, sino aprobarlo porque muchas personas necesitan esa forma de sexo, de culto o de hábito. Naturalmente, igual que se regula la presencia en calles y plazas de prostitutas se pueden regular los necesarios anuncios (que pueden ser discretos y claros sin necesidad de mostrar tetas y culos) en los periódicos y en internet, donde el tema es masivo. No hace falta más que darse una vueltecita por la Red para dar la razón sin ningún género de dudas a un informe norteamericano que aseguraba, hace unos meses, que casi el 60% del dinero que se mueve en internet tiene como referente el sexo, sea pagado o gratis. Porque hay chicos y chicas que se masturban o manipulan su sexo con una webcam a solas y luego venden el vídeo a una red sexual. Ni ellos ni ellas son prostitutos, pero venden sexo; hacen pornografía, que es también un negocio muy floreciente.

qué debe hacer un legislador, un político liberal? ¿Prohibir o legalizar? Legalizar es lo que permite, siendo coherente con la idiosincrasia de la libertad, controlar el tema y que no haya excesos o maldades de ningún género evitable. Aunque no haya por qué acudir siempre a los ejemplos clásicos, recordemos que Pompeya y Herculano (ciudades de ocio junto a Nápoles) abundaban en burdeles. Y algunos de alta calidad. La prostitución no era un problema. Y es lo que hoy buscan las trabajadoras del sexo, que quien no quiera no lo vea ni por supuesto le fuercen, pero que quien lo quiera tenga garantías de salubridad, discreción, higiene y derechos laborales. Nada de calle ni parques nocturnos al albur de cualquiera. No. Dignidad, respeto. Porque si entendemos que el sexo no es malo, si hablamos de la vida sexual de ciertos famosos casi ad nauseam, trabajar con el sexo no tiene por qué ser un mal, si se hace libre y voluntariamente.

Fuera del integrismo religioso (dentro, pues, de una sociedad civil y civilizada), me cuesta trabajo entender por qué no se dignifica el trabajo sexual y se prefiere el como puta por rastrojo. Los griegos contaban que Zeus ganó y poseyó a Dánae convirtiéndose en lluvia de monedas doradas… Escribió en un dístico epigramático el celebrado Estratón de Sardes: «¿Pides cinco, doy 10, aunque tendrás a tu disposición 20./ ¿Te conformas con oro? También se conformó Dánae». ¿Somos más lerdos que los helenos antiguos?

Por Luis Antonio de Villena, escritor y colaborador de El Mundo.

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