Por Ludolfo Paramio, profesor de investigación en la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC (EL PAÍS, 03/03/03):
De creer a Porfirio Díaz, los males de México venían de estar muy lejos de Dios y muy cerca de Estados Unidos. La historia da muchas vueltas, y ahora algunos males de América Latina le vienen de su lejanía con respecto a Irak. En Washington habrían sonado todas las alarmas si en cualquier país de Oriente Próximo se hubieran producido hechos como los de los días 12 y 13 de febrero en Bolivia. Murieron 32 personas, el presidente Sánchez de Lozada tuvo que ser evacuado del palacio de Gobierno, y no sólo debió retirar el proyecto de presupuesto que había dado origen a las protestas, sino también recomponer su Gobierno, reduciendo el número de carteras para dar ejemplo de austeridad.
Ahora nadie confía mucho ya en su capacidad para controlar el déficit público, que el año anterior se desmandó hasta el 8,6% del PIB. Pero el Gobierno necesita 4.000 millones de dólares, y el Fondo Monetario le había exigido una fuerte subida de sus ingresos fiscales: un impuesto del 12,5% sobre los salarios, en un país empobrecido, desató la huelga policial que dio origen a los enfrentamientos. ¿Qué puede hacer ahora Sánchez de Lozada? Hace sólo seis meses que tomó posesión, y su primer Gobierno (1993-97) arrojó un buen balance, pero le será muy difícil recuperar la iniciativa política: la Central Obrera Boliviana promueve la huelga general y el principal líder de la oposición, Evo Morales, portavoz de los indígenas cocaleros del Chapare, exige su renuncia.
Hay un problema de representación: en Bolivia el Congreso elige al presidente entre los dos candidatos más votados, y Sánchez de Lozada fue elegido pese a haber recibido solamente el 22,5% del voto. Lo más grave es que los dos candidatos que le seguían, Morales y Manfred Reyes, sumaban casi el 42%, y ambos han decidido permanecer en la oposición. El sistema boliviano de elección presidencial se solía considerar bueno para la gobernabilidad, en cuanto que obliga a negociar gobiernos de coalición estables en un sistema de partidos fragmentado, pero en este caso tiene el inconveniente de que puede dejar sin representación a los electores frustrados. Los electores de Morales y Reyes son votantes antisistema, que no tienen la menor confianza en este Gobierno ni razones para prestársela.
Bolivia es sólo un caso extremo de una situación general, la de un electorado que ha visto incumplidas las promesas de crecimiento y estabilidad que en años pasados justificaron las reformas estructurales. Cuando, tras el repunte del año 2000, se vino abajo de nuevo la economía de la región, la credibilidad de las reformas y de sus defensores se derrumbó también. De no ser por el desastroso balance que arrojan ya los cuatro años de Chávez en Venezuela, las elecciones del año pasado podrían haber conducido a una marea de políticas populistas. Pero las bases más radicales de Lula en Brasil y de Lucio Gutiérrez en Ecuador se sienten traicionadas por el giro a la moderación de sus líderes una vez que están en el poder.
Es injusto, por supuesto. Tanto Lula como Gutiérrez -aunque con más improvisación en el caso de este último- sólo están intentando crear condiciones para financiar el crecimiento económico, y eso implica negociar con el Fondo Monetario, establecer una buena relación con Estados Unidos y cortejar a los mercados. No tiene sentido creer que hay atajos y que se puede distribuir lo que no se tiene. Pero este realismo no es tan fácil de aceptar para los electores golpeados por la crisis ni para los cuadros políticos radicales, que en Brasil posiblemente creían a pies juntillas que el Gobierno de Cardoso era de derechas y que se podía ir mucho más allá y más deprisa tanto en la política social como en el crecimiento.
Un grave problema adicional es que ni Lula ni Gutiérrez tienen mayoría parlamentaria, por lo que inicialmente sólo se apoyan en su popularidad. Lula tiene fama de buen negociador, y es posible que logre acuerdos -al menos para la aprobación de reformas fundamentales- con el PSDB de Cardoso y con el heterogéneo PMDB del ex presidente Sarney. La elección de éste como presidente del Senado apunta hacia la creación del consenso parlamentario que necesita el nuevo Gobierno. Pero sus pasos iniciales van a ser duros: la elevación del objetivo de superávit primario -antes del pago de deuda- del 3,75% al 4,25%, y la elevación de los tipos de interés, son señales muy necesarias para convencer a los mercados de la estabilidad de la economía brasileña, pero van a tener un coste (por ejemplo, la reducción del gasto social del 2,4% del PIB al 2,2%).
Pese a esa dificultad, Lula goza inicialmente de una muy alta popularidad, y está rodeado de un grupo de políticos decididos y hábiles que harán todo lo posible para explicar a los sectores críticos del PT la necesidad de los tragos más amargos, y para mantener la disciplina si estas explicaciones no resultan suficientemente convincentes. Más difícil lo tiene Lucio Gutiérrez, que ha debido pasar en pocas semanas de ser visto como un émulo de Chávez a tratar de ser el Lula ecuatoriano. Gutiérrez se hizo famoso en enero de 2000, siendo coronel del ejército, al apoyar un levantamiento popular e indígena contra el presidente Mahuad. No intentó hacerse con el poder, pero conservó una leyenda de enemigo de los políticos corruptos y defensor del pueblo. Sin embargo, probablemente ni él mismo confiaba en su victoria este pasado año.
Ecuador tiene grandes posibilidades como exportador de petróleo y, si consigue superar las barreras legislativas para atraer inversiones, podría entrar en una fase de crecimiento. Pero las enfáticas expresiones de amistad a Estados Unidos que Gutiérrez ha utilizado en su reciente viaje a Washington han puesto nerviosos a buena parte de sus seguidores, que tampoco han sido nunca una fuerza tan estructurada como el PT brasileño. Pachakutik, el partido popular e indígena que le apoyó junto con su propio partido ad hoc (Sociedad Patriótica), tiene algunas serias diferencias internas y con la política presidencial, y aún más radical e imprevisible es la Conaie, el movimiento indígena muy ligado en sus orígenes a Pachakutik. Con un sistema de partidos fragmentado, caótico y un tanto corrupto, Gutiérrez necesitará bastante suerte para lograr gobernabilidad y crecimiento económico.
¿Qué pasaría si fracasa Lula? Su Gobierno es el único referente para los electores frustrados de la región dentro de la política democrática. Si la suerte no le acompañara, y se perdiera la fe que tantos latinoamericanos tienen hoy puesta en él, no sería raro que se extendieran a otros países las protestas violentas e imprevisibles que ahora sólo vemos en Bolivia. Teniendo en cuenta además la situación explosiva de Venezuela y la profundidad del conflicto colombiano, la región merecería más atención, tanto de Europa como de Estados Unidos. Para empezar, el Fondo Monetario podría plantearse renegociar las condiciones de su crédito para Bolivia.
Pero sin duda el factor clave de los próximos años será el regreso del crecimiento a los países desarrollados: si no crece la demanda para sus exportaciones, las economías latinoamericanas no estarán a su vez en condiciones de volver a crecer, y sus electores se sentirán cada vez más frustrados. En ese sentido, aun estando tan lejos de Irak, América Latina es hoy una víctima más de las incertidumbres sobre la guerra, y de sus consecuencias económicas.