Leopoldo López quiere regresar, pero aún no se ve su hoja de ruta

El opositor venezolano, Leopoldo López, durante la conferencia de prensa en Madrid el martes 27 de octubre de 2020. (Andrea Comas/AP Photo)
El opositor venezolano, Leopoldo López, durante la conferencia de prensa en Madrid el martes 27 de octubre de 2020. (Andrea Comas/AP Photo)

La primera puesta en escena del carismático dirigente opositor venezolano Leopoldo López, recién llegado a Madrid luego de salir clandestinamente de Venezuela, estuvo llena de gestos simbólicos. Su comparecencia el martes 27 de octubre ante la prensa despejó algunas dudas sobre cuáles son sus planes, pero dejó la persistente incertidumbre: cómo puede él ayudar a crear un cambio real en Venezuela, desde el exilio.

López escogió una frase del “padre de la democracia” Rómulo Betancourt, expresidente venezolano y líder fundamental del partido socialdemócrata Acción Democrática, quien dijo en algún momento “We will come back”, parafraseando al fallecido general estadounidense Douglas MacArthur, y en referencia a una derrota electoral. Con esta frase, López buscó disminuir el impacto de su salida, apropiarse de la narrativa y conectarse con millones de personas que han migrado de Venezuela. Sin embargo, no parece haber tomado en cuenta las mismas advertencias que hizo Betancourt sobre el impacto del exilio y la necesidad de ser realistas en el análisis de las condiciones para alcanzar los objetivos políticos.

López, quien junto a su partido Voluntad Popular es considerado parte del ala radical de la oposición venezolana, lo cual les ha hecho blanco de una cruel persecución, ha sido uno de los presos políticos más emblemáticos del país. El 12 de febrero de 2014 encabezó una manifestación en Caracas, que dejó un saldo de dos personas muertas por armas de fuego. La Fiscalía levantó cargos en su contra. Se entregó a las autoridades el 18 de febrero de 2014. Fue sometido a un juicio lleno de irregularidades y sentenciado a 13 años y nueve meses de cárcel. Pasó cuatro años en la prisión militar de Ramo Verde, dos años en su casa con un grillete electrónico, y 18 meses en la residencia oficial de la embajada de España, en Caracas. Allí llegó luego de protagonizar la polémica “Operación Libertad” del 30 de abril de 2019.

Durante la conferencia de prensa, López dijo que en esta etapa se iba a dedicar a tres cosas: promover una elección presidencial libre, “hacer lo que corresponda para que los responsables de violaciones de derechos humanos sean sometidos a la justicia internacional” y buscar los mecanismos para materializar la ayuda humanitaria.

Respondió varias preguntas, evadió otras y desistió de dar detalles comprometedores sobre su salida de la residencia del embajador de España. Prefirió concentrarse en el impacto que causa su libertad. Y tal vez es lo razonable, entendiendo las limitaciones que puede significar una lucha a distancia.

Él y el equipo con el que se ha rodeado saben cómo abrir muchas puertas. Prueba de ello es el trabajo que hizo su esposa, Lilian Tintori, entonces inexperta en las lides políticas (fue presentadora de televisión y deportista). Durante el encarcelamiento de López, ella se convirtió en su vocera mundial y logró ser reconocida internacionalmente como una activista de derechos humanos, con llegada a líderes de alto impacto. A sus gestiones, bien articuladas tras bastidores, se atribuye la visibilización de la situación de los presos políticos en Venezuela. Incluso el Nobel de la Paz Desmond Tutu abogó por la liberación de López.

En estos 21 años de gobiernos chavistas, López ha sido una piedra en el zapato para el oficialismo y para ciertos sectores de la oposición. La vida de este hombre, educado en Harvard, descendiente de una rama de la familia del Libertador, Simón Bolívar, y criado, según sus adversarios, con la convicción de que sería presidente de Venezuela, quedó marcada cuando ganó a contracorriente la alcaldía de la municipalidad de Chacao en el 2000. Tenía 29 años, personalidad carismática y una vocación de poder que no ocultaba.

Todo esto ha contribuido a una suerte de leyenda negra sobre su influencia en las últimas decisiones que se han tomado en la política venezolana, especialmente desde que Juan Guaidó llegó a la presidencia de la Asamblea Nacional.

Esta percepción me recordó una advertencia que hizo recientemente en una entrevista conmigo la historiadora Margarita López Maya, quien estudió los archivos del expresidente Betancourt, especialmente en los años de 1948 al 52. Obligado a uno de sus varios exilios, luego del golpe de Estado de noviembre del 48 contra Rómulo Gallegos; y ante la incipiente dictadura militar, analizaba cuidadosamente las opciones.

De acuerdo con López Maya, Betancourt, aun con pocas semanas fuera del país, recibía cartas en las que algunos les pedían que no se preocupara, que ese año se comerían las hallacas (plato típico para celebrar las navidades venezolanas), a lo que Betancourt contestaba que no, que eso no iba a ocurrir. “Este año no nos vamos a comer las hallacas”, afirmaba, explicando sus razones al respecto.

Si diseña una buena estrategia, López puede contribuir a que el caso venezolano no quede en el olvido en medio de los retos que la pandemia plantea al mundo. También es posible que, si escoge bien a sus aliados, pueda salir de la trampa polarizada de derecha-izquierda. López puede administrar bien el capital político que se le abre y evitar dejar de ser una novedad, como ha ocurrido con algunos otros líderes en el exilio.

Pero para que su partida dé todos estos resultados, las metas y batallas deben ser concretas y realizables. El foco debe estar puesto en López el gestor, no el personaje mítico. Ese cable a tierra, con el que contaba Betancourt, es lo que, me parece, le sigue faltando López. No dudo de su capacidad de trabajo, ni de su compromiso con sus ideas, lo que no me queda claro es si es capaz, como lo fue el expresidente, de diferenciar entre sus objetivos y las posibilidades reales de conseguirlos.

Luz Mely Reyes es periodista y analista política. En 2015 cofundó el medio independiente ‘Efecto Cocuyo’, del que es directora.

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