Letonia como un espejo

Algo más de 2.800 kilómetros separan en línea recta Madrid de Adazi, una pequeña ciudad ubicada a media hora al noreste de Riga. Desde la primavera de 2017, y con el ánimo de defender el flanco este de la OTAN, la Alianza Atlántica ha puesto en marcha una operación militar en los tres países bálticos para dotarlos de fuerza disuasoria frente a la amenaza rusa. En Letonia, las fuerzas aliadas se encuentran acantonadas en una vieja base militar de la época soviética ubicada a las afueras de Adazi. España tiene allí a más de 300 militares desplazados y es la primera vez que los espectaculares vehículos acorazados españoles, en este caso los Leopardos y los Pizarros, salen de nuestras fronteras en misión de combate.

La existencia de un cinturón de Estados que recorriera una línea imaginaria que fuera desde el Mar Negro hasta el Báltico, y que supusiera un tapón que dificultara la expansión rusa hacia Occidente, fue teorizada por el estadista polaco Józef Piłsudski. Para el mariscal Piłsudski, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, esta doctrina, a la que llamó Intermarium (Entre los mares) buscaba repetir la realidad que supuso la Confederación polaco-lituana haciendo de tapón entre el Imperio de los Habsburgo y el Imperio ruso durante siglos. Aunque el paisaje geopolítico sigue cambiando, ni Alemania en particular ni el Oeste en general son ya un problema para ellos, por lo que polacos y bálticos miran de nuevo hacia el Este cuando se interrogan acerca de su seguridad. De hecho, el intento de debilitar Intermarium está detrás de la pendenciera política exterior rusa de la última década, desde sus ataques a Georgia hace más de 10 años hasta la injerencia en todos sus Estados vecinos con el fin de evitar que se conviertan en Estados de derecho y queden así congelados en el tiempo como países tan fallidos como miserables.

Fue precisamente el temor a un nuevo golpe de Putin contra estos Estados el que llevó a la Alianza Atlántica a poner en marcha la operación Presencia Avanzada Reforzada en las naciones bálticas. La presencia española en Adazi es un buen motivo para reflexionar sobre un país que ejemplifica como pocos las paradojas de las identidades y de la geopolítica en los albores del siglo XXI. Y es que pocos lugares ilustran mejor que Letonia las contradicciones a las que nos enfrentamos los europeos en estas primeras décadas del siglo XXI. El pequeño territorio letón, de apenas dos millones de habitantes y con una superficie menor que la de Castilla-La Mancha, ha sido muchas cosas en el pasado; sin ir más lejos Riga, su capital, ha sido en los últimos cuatro siglos y de manera sucesiva una ciudad sueca, polaca, rusa y, finalmente letona, y en ella aún hoy el letón es la lengua materna de poco más del 40% de sus habitantes. Aunque sea miembro de la Unión Europea, el miedo entre la población –sobre todo la de lengua materna letona (un 60% de los ciudadanos)– a su vecino ruso ha dejado sin derechos políticos, como el derecho de voto, a una parte de su población, la rusoparlante que fue traslada de manera forzosa desde otras partes de la Unión Soviética durante la dictadura comunista.

El problema es complejo y muestra las contradicciones que albergan las democracias liberales: negar derechos a una parte de la población por motivos étnicos va contra la lógica de la Unión, un club de Estados y no de naciones. Además, esa población no es la única rusófona del país: Letonia formó parte del Imperio ruso desde principios del siglo XVIII, por lo que hay población de habla rusa en Letonia desde hace más de tres siglos. Estas contradicciones son azuzadas de continuo por los medios de desinformación al servicio del Estado ruso, que amplifica o inventa problemas, tal y como se detecta desde StratCom, la oficina de la OTAN encargada de luchar contra la desinformación y ubicada precisamente en Riga.

Las identidades han sido, en el este de Europa, históricamente demasiado ambiguas y variables como para ser aceptadas por los primitivos nacionalismos del siglo XIX. ¿Se puede ser letón sin hablar la lengua letona? ¿Qué lealtades tiene derecho un Estado a exigirle a un ciudadano? Heredero en muchos aspectos de la vieja Monarquía de los Habsburgo, el proyecto europeo representa hoy lo mejor de nuestros valores: Estados que permiten desarrollar identidades flexibles y múltiples y en los que las minorías son respetadas. Y es que, aunque parezca mentira leyendo la prensa, la modernidad casa mal con el exclusivismo que demandaban las naciones cuando se crearon, en el siglo XIX, un mundo en el que solo unos pocos podían viajar y los horizontes se compartían sólo a escala nacional. Como señala Michael Ignatieff e ignoran los nacionalistas de toda laya, a estas alturas de la vida «no puedes forzar a nadie a elegir entre sus identidades».

Isaiah Berlin, uno de los más grandes pensadores del siglo XX, nació en Riga en 1909 el seno de una acomodada familia de comerciantes madereros de identidad judía y con intereses económicos tanto en Riga como al otro lado de la frontera con Rusia. En su casa se hablaba yiddish por la línea paterna y ruso por la materna, aunque la familia se manejaba también en alemán y en letón. Berlin abandonó pronto Riga, pero quizá sus descendientes, de haberse quedado, habrían votado hoy al socialdemócrata Saskana –Armonía en letón– el partido mayoritario y al que vota la minoría rusófona. Saskana sufre un cordón sanitario para que no acceda al poder, ya que para los letones étnicos (signifique esto lo que signifique) nos son auténticos letones, o desde luego buenos letones.

Hace unos años, el Gobierno letón publicó un libro titulado Cien grandes letones que puede consultarse en cualquier hotel de Riga con la reseña biográfica de los que se consideran los letones más destacados de la historia. Allí pude hojearlo hace unas semanas, en el marco de una visita a las instalaciones de la OTAN organizada por el CESEDEN. Ordenados por año de nacimiento, está lleno de folcloristas, poetas y maestros, gran parte de ellos nacionalistas letones. El primero que aparece es el pedagogo Janis Cimze, nacido en 1814, e impulsor de la recopilación de la música popular letona. No había, antes de 1814, ningún letón ilustre, posiblemente porque para el Gobierno letón no eran letones. No hace falta decir que Isaiah Berlin, quizá el más grande politólogo del siglo XX, y casi el único que lo atravesó sin mancharse las manos de sangre, no aparecía en la lista. Y es que olvidar o aprender mal la propia historia es uno de los factores esenciales para la construcción de un país, como señaló hace tiempo el francés Ernest Renan.

Manuel Mostaza Barrios es politólogo y director de Asuntos Públicos de Atrevia.

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