Levantándose frente al catalanismo

Va cundiendo la idea de que la respuesta al desafío nacionalista está llegando de la calle. Si algún efecto positivo cabe buscar en la inacción e incompetencia no ya del Gobierno, sino del Estado español, a la hora de poner pie en pared, ésta es la de la consolidación de un tejido social que no comulga con el credo del catalanismo, un nuevo actor social formado por catalanes que se han levantado para cuestionar la hegemonía de esa otra sociedad semi-civil, fuertemente subvencionada, que ha sido motor del denominado procés.

Ese verbo, levantarse, de indudable pedigree revolucionario, resulta muy atinado para expresar lo que está ocurriendo, por fin, en Cataluña. Es un verbo que connota la existencia de una opresión y la voluntad de librarse de ella. Para que se entienda mejor, voy a contarles una tira cómica de Quino, impresa en el libro de 1989 Potentes, prepotentes e impotentes. Son seis viñetas: en las dos primeras aparece un poderoso leyendo el periódico cómodamente sentado sobre el lomo de un humilde; en la cuarta, acabada su lectura, el poderoso se abraza al humilde diciéndole: "¡Como siempre, gracias, y hasta mañana!", y en la sexta y última, tras la despedida, el deslomado humilde dice para sus adentros: "Un día de estos yo debiera agarrar y decir algo, pero, ¡qué se yo!, ¡arruinar una amistad de tantos años!…".

Como digo, me parece una descripción luminosa de lo que ha sucedido en Cataluña durante estos últimos treinta años. El catalanismo transversal que ha regido el país -la suma del nacionalismo explícito burgués y el nacionalismo implícito del catalanismo progresista- ha logrado sus objetivos en muy buena medida gracias al consentimiento de la mayoría silenciada. La sociedad catalanista privilegiada ha descansado sus posaderas durante décadas sobre las espaldas de una población trabajadora mayoritariamente no catalanista, esgrimiendo los conceptos de "cohesión social" y de "un solo pueblo" para evitar que nadie se levantase mientras leían su prensa subvencionada sobre ellos. Venían a decirles: "¿Reclamar vuestros derechos en la escuela, en los medios de comunicación, en las instituciones… y arruinar una amistad de tantos años?". Y ese mensaje fue calando, y así han sido pocos los que se han levantado, porque la buena gente, la pobre gente, no rompe amistades.

Mas, ¡ay!, los dioses ciegan a quienes desean perder, y sucede que esta sociedad catalanista, una de las más privilegiadas del planeta, se vino arriba desde el 2012, y en su ceguera muchos hasta se creyeron su propia mentira de "nación oprimida". Y tan arriba se vinieron, y con tanto ímpetu y descuido, que se les cayó la careta -a unos pocos también la cara de vergüenza-, y de este modo muchos deslomados descubrieron que, bien considerado, mantener esa amistad tal vez no era lo más saludable para sus espaldas.

Resulta muy significativo que una de las asociaciones más activas en esa contestación al atropello catalanista a la que me refería se llame precisamente Levántate (Aixeca’t).

Son ellos quienes iniciaron la organización de brigadas de limpieza de símbolos inconstitucionales, responsabilizándose de un trabajo para el cual la Administración catalana, en teoría intervenida por el 155, ni estaba ni se le esperaba. Esto tiene una relevancia enorme. Quienes saben de psicología social valoran hasta qué punto es importante impedir que unos vándalos se adueñen del espacio compartido. Es conocido cómo el alcalde Giuliani logró reducir drásticamente los asesinatos y robos en la ciudad de Nueva York centrándose en prevenir y perseguir delitos menores, como pintar graffiti o colarse en el metro. Su tolerancia cero se inspiraba en la teoría de las "ventanas rotas" propuesta por el profesor de Harvard James Q. Wilson. Los de Levántate se han mostrado igual de intolerantes con la imposición de símbolos sectarios e insultantes del catalanismo hiperventilado, y con ello han impedido que Barcelona se convierta en Belfast, o en el casco viejo donostiarra de los años de plomo.

Pero las aportaciones de esta asociación van más allá de la acción directa en la calle. También son una fuente importante de discurso, un grupo que elabora ese relato del que el Gobierno español demuestra estar muy necesitado. Es importante que el Gobierno español atienda esas voces antes de emprender el proceso de diálogo anunciado que pretende mantener con el pseudopresident indisimuladamente racista Quim Torra.

Uno de los pilares del discurso de Levántate debería ser especialmente atendido. Dice así: "Rechazamos que la salida a esta crisis sea el retorno a una situación anterior a la de su fase crítica y terminal. La solución no está en atajar los abusos del nacionalismo, sino en abandonar los usos que han propiciado esos abusos, es decir, la bóveda ideológica del catalanismo". Me parece que este punto pone el foco en el meollo del problema catalán al denunciar que el proceso de ruptura con España que ha hecho erupción los últimos años no es una perversión imprevisible del catalanismo, sino, por el contrario, su consecuencia lógica e inevitable. La campana ideológica del catalanismo dentro de la cual se ha desarrollado la vida en Cataluña no era otra cosa que un huevo de serpiente, porque todo totalitarismo lo es.

Y desde luego hay que andarse con tino cuando se dialoga con el totalitarismo. Antes de emprender ese diálogo los responsables del Gobierno español tendrían que estar avisados de los peligros de las políticas de consenso y apaciguamiento. La búsqueda de consenso es una estrategia indefectiblemente perdedora cuando tu interlocutor posee una posición hegemónica.

Fue Antonio Gramsci quien mejor analizó las estructuras de la opresión, distinguiendo entre el poder, que se ejerce mediante el uso o la amenaza de la fuerza, y la hegemonía, que se ejerce mediante el consenso, logrado a través del control del sistema educativo, los medios de comunicación y la ideología institucional. Y sucede que, en Cataluña, la hegemonía del catalanismo, hasta ahora absoluta, tan sólo ha empezado a ser cuestionada por colectivos como Levántate, sin que acertemos a ver, en cambio, que haya sido cuestionada por un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de emplear la herramienta del 155 para empezar a desmantelar esas estructuras de medios, escuela e instituciones que sostienen el paradigma hegemónico.

Ahora el Gobierno español ofrece diálogo a un Govern catalán que supone la quintaesencia de la negación, no solo del diálogo, sino incluso del interlocutor, al no considerar como tales a más de la mitad de sus supuestamente representados. Pero si se plantea diálogo, debería ser en los términos que propone gente como Levántate: un diálogo sin líneas rojas, un diálogo en el que se plantee la tesis de acabar de una vez con ese modelo cultural catalanista que separa a los catalanes del resto de españoles, un diálogo practicado cara a cara: confrontando modelos, y hablando de todo, no sólo del acomodo de los catalanistas en España, sino también -o mejor: sobre todo, pues el porcentaje de incómodos es muchísimo más importante- del acomodo de la población no catalanista en Cataluña; un diálogo con todos los interlocutores en pie.

Pedro Gómez Carrizo es editor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *