Léxico criminal

Léxico criminal

La incorporación a la lengua común de vocabulario especializado es un fenómeno corriente que no alarma las conciencias y que constituye uno de los procesos de cambio semántico más elocuentes. Hoy cualquiera puede sufrir un “trauma”, tener o no tener “poder adquisitivo”, vivir una experiencia “kafkiana” o “dantesca” e incluso dar un “salto cuántico” sin necesidad de ser psicoanalista, economista, crítico literario o físico, y desde luego sin sentirse coartado por el hecho de que esos creativos ámbitos técnicos sean el origen del término que de una forma ya tan “natural” dice y disfruta. Este tipo de vocabulario sumamente culto, sin embargo, no revela necesariamente cierta cultura, o ciertas lecturas, sino pura receptividad a la transmisión “de oídas”: del mismo modo que para decir que uno es “honesto” en vez de “honrado” o “sincero” no hace falta saber inglés (honest), para sufrir un “trauma” no hace falta tener ni la más remota idea de quién era Freud.

Desde el punto de vista estilístico, parece conveniente, sin embargo, que uno sepa cuándo está aplicando un tecnicismo, más que nada para no crear connotaciones indebidas. Hay que ver si realmente el tecnicismo está vulgarizado (en el sentido objetivo del término) y, por tanto, encaja bien o no en el nivel lingüístico que hayamos elegido. Recuerdo que una vez recibí una traducción de un libro de finales del XIX en la que se había traducido por “una preadolescente” la expresión inglesa a girl in her first teens. Le pedí a la traductora que por favor no convirtiera al autor, lego en esas lides, en un psicólogo y descartara ese tecnicismo abrumador que, por lo demás, resultaba anacrónico en un texto del XIX. Y otra vez le pedí a otro traductor de una novela del mismo siglo que no tradujera por favor engross the attention por “monopolizar la atención” como proponía, sino por “llamar”, “atraer”, “ganarse” o incluso “cautivar”, verbos libres de asociaciones económicas al igual que el verbo inglés original.

Si, en este último caso, no se hubiera tratado de un texto del XIX es muy posible que “monopolizar la atención” hubiese funcionado perfectamente, porque hoy, en una combinación como ésa, el uso continuado ha borrado ya de nuestro pensamiento el significado y el carácter técnico de la expresión. De estos procesos de neutralización quisiéramos hablar un poco hoy.

Pues un caso flagrante de olvido de los orígenes es el vocabulario penal, ejemplo fehaciente de que ciertos ámbitos siniestros están muy activos en nuestra conciencia y, a la vez, de que la lengua es capaz de neutralizar hasta lo más terrible. “So pena de descomunión” decía Alfonso X en su Primera partida (1256-1263) (Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison, 1995, fol. 43R); “so pena de quinientos maravedís”, proclamaban las Ordenanzas del Concejo de Gran Canaria de 1531-1555 (Cabildo Insular de Gran Canaria, 1974, p. 98). Y hoy Lluís Llongueras dice tranquilamente:

“… era imposible parar [el coche], so pena de quedarse atascado” (Llongueras tal cual, Planeta, Barcelona, 2001, p. 248).

Con los siglos han variado las penas, y sin inmutarnos hemos ido rebajándolas, alejándonos benéficamente de ellas. Hasta el punto, a veces, de volvernos insensibles a su mismo significado, porque ya me dirán ustedes qué significa so pena de aquí:

“Añadió que no se le ocurriera subir esas escaleras, jamás:
–Jamás, so pena de que vengas a decirme que eres médico. Y yo no bajaré mientras tú estés abajo y sigas siendo un contable de pacotilla” (Dulce Chacón, La voz dormida, Alfaguara, Madrid, 2002, p. 90).

¿Es posible que la autora se haya hecho un lío con “a menos que”?

Las acepciones “duras” y “blandas” del vocabulario penal suelen coexistir pacíficamente, sin que su polisemia ocasione dramáticas escisiones en la psique del hablante. Hoy ya no es frecuente ver la palabra reo en sentido figurado, como en esta sentencia tremenda de Juan de Valdés: “… el que come, i bebe indignamente, es reo de lo que come, i de lo que bebe” (Comentario o declaración familiar y compendiosa sobre la primera epístola de san Pablo… (1557), S. E., Madrid, 1856, p. 212). Ni siquiera lo es en versión diluida, como cuando Miguel Asín Palacios, en La escatología musulmana en la Divina Comedia (1919), acusaba a alguien de “reo de negligencia en la investigación” (Instituto Hispano Árabe de Cultura, Madrid, 1961, p. 275). En cambio, el tipo que está preso en la cárcel y el que es preso de alguna pasión o turbulencia conviven perfectamente en nuestra lengua, sin que uno nos recuerde al otro.

Léxico criminalLa historia del preso figurado es antigua en español: hay ya un “preso de amor” en el Bursario (1425-1450) de Juan Rodríguez del Padrón (Universidad Complutense, Madrid, 1984, p. 127), un “preso de espanto” en el Cancionero de Estúñiga (1407-1463) (Alhambra, Madrid, 1987, p. 111) y un “preso de hiebre [fiebre]” en Arboleda de los enfermos (1455-1460) de Teresa de Cartagena (Real Academia Española, Madrid, 1967, p. 72). Hoy seguimos presos de múltiples contingencias, y ya no todas ellas malas:

preso de un nuevo regocijo” (Álvaro Pombo, El metro de platino iridiado (1990), Anagrama, Barcelona, 1993, p. 35).

preso de un placer indescriptible” (José Luis Najenson, Memorias de un erotómano y otros cuentos, Monte Ávila, Caracas, 1991, p. 34).

“… embriagado de amor, impaciente soñador por ser preso de tu calor” (Juan Ubago López, Cartas de amor, Entrelíneas, Madrid, 2005, p. 17).

Preso convive también y hasta se confunde con presa, aunque su origen sea un accidente gramatical distinto: presa viene de prensa, la forma neutra plural del participio de prendere (preso viene de la forma masculina singular, prensus) y su sentido literal es ‘acción de prender’ o ‘cosa prendida’ (“o robada”, añade el DRAE). Se ve muy bien en este pasaje de la Gran crónica de España, III (1376-a1391), de Juan Fernández de Heredia:

“… et entro en tierra de moros et corrieron muyto, et sacaron grant presa de uacas, de yeguas, de ouellas, de moros et moras catiuas” (Universidad de Zaragoza, 2003, fol. 263V).

Esta forma de botín no tarda mucho en volverse inmaterial. Ya en La Celestina (c1499-1502) hay “presa de amor” (Crítica, Barcelona, 2002, p. 315), y “presa de la amorosa fuerça” en Las sergas del virtuoso caballero Esplandián (a1504) de Garci Rodríguez de Montalvo (Universidad de Zaragoza, 2004, fol. 107R): ser presa de este sentimiento fue un tópico literario en los siglos XVI y XVII. Las otras pasiones están ya documentadas en las Poesías (1585-a1643) de Juan de Salinas: “presa de cruda rabia” (Castalia, 1987, p. 220).

Hoy seguimos siendo presa (“presas”, dicen algunos, como si el sustantivo fuera contable) de ansiedades varias, siempre intensas y en su mayoría desagradables, pero no solo:

“Sonia se tocaba las partes en donde él la besó presa de pasión” (Jordi Sierra i Fabra, Manicomio, ATE, Barcelona, 1977, p. 218).

presa de un entusiasmo infantil” (Damián Alou, Una modesta aportación a la historia del crimen, Anagrama, Barcelona, 1991, p. 141).

presa de su insaciable curiosidad” (Augusto Roa Bastos, Vigilia del Almirante, 1992, Alfaguara, Madrid, p. 22).

Un verbo interesante asociado desde antiguo a todo tipo de crímenes es cometer: “cometió crimen por el qual fue sentençiado a muerte” (Castigos e documentos para bien vivir ordenados por el rey Sancho (1293), IV, Indiana University Publications, Indiana, 1952, p. 40). No solo, por supuesto, se cometen crímenes de sangre, sino también errores, pecados, disparates, tonterías y –¡me encanta!–, en los antiguos tratados de retórica, figuras literarias. Sobre la figura retórica llamada expolitio o expolición, decía Juan de Herrera en sus Comentarios a Garcilaso (1580):

“Esta figura se comete cuando variamos en un mismo lugar la sentencia misma con unas y otras palabras, o cuando le atribuimos muchas palabras de casi una misma significación” (Gredos, Madrid, 1972, p. 484).

Estos octosílabos de sor Juana Inés de la Cruz, pertenecientes a sus Villancicos (1676-1692), nos resultan sumamente incitantes:

“Como Reina, es bien [que la Virgen] acete [acepte]
la antonomasia sagrada
que como a tal le compete;
y hoy, al Cielo trasladada,
la metáfora comete.”
(FCE, México-Buenos Aires, 1952, p. 14.)

Pero este uso tan curioso por el que de algún modo se vinculan las metáforas a los delitos es sin duda muy especializado y ya casi nadie –lástima– se acuerda de él. El uso común está tan ligado al léxico penal que, cuando no aparece cometer, suplantado vulgarmente por el omnipresente realizar, nos sentimos autorizados a reclamar su presencia:

“… medios para derrocar a líderes políticos extranjeros, incluida la capacidad para realizar asesinatos” (“La CIA”, Excelsior, 13/IX/96).

“Las dos mujeres […] realizaron el robo el pasado día 14” (“Detenidas dos mujeres por robar un cheque en blanco en un geriátrico”, El Mundo Baleares, 28/IV/09)

“… las milicias cristiano falangistas realizaron violaciones, degüellos y ejecuciones en grupo” (Ussama Jandali, “Vals con Bashir”, En Lucha, mayo 2009).

“… el desfalco que realizaron el ex presidente del Palau, Fèlix Millet, y su mano derecha, Jordi Montull, rebasa los 30 millones de euros” (“El desfalco del Palau de la Música supera ya los 30 millones de euros”, El País, 26/II/10).

Léxico criminal

Lo dejamos aquí por hoy. En una próxima entrega, seguiremos explorando nuestra familiaridad con el mundo del hampa y sus castigos, y nos veremos involucrados en otros crímenes perpetrados, con cierto número de interfectos.

Luis Magrinyà

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