Líbano: donde Zapatero se engaña

Por Rafael L. Bardají (ABC, 07/09/06):

Puede que el actual presidente del Gobierno esté movido por su «infinita ansia de paz» y busque con el despliegue español que él personalmente ha impulsado lo mejor para el Líbano. Pero, de momento, los argumentos que ha ido empleando para justificar su decisión sólo parecen ir destinados a su peculiar guerra contra la oposición del Partido Popular y, además de simples, son engañosos.

El razonamiento de José Luis Rodríguez Zapatero puede resumirse brevemente: «Yo envío tropas al Líbano porque, a diferencia de Aznar, que obedecía a Bush, a mí me lo ha pedido el secretario general de la ONU; a diferencia del PP, yo envío tropas para la paz, no a la guerra; la ONU es una organización para la paz, que no hace guerras; y, a diferencia del PP, yo envío tropas con el respaldo de la ONU, no a una guerra ilegal». Todas frases dichas en las últimos días por él mismo o por sus portavoces en el Gobierno o el PSOE. Todas falaces.

A decir verdad, resulta sorprendente tanto su fe en las Naciones Unidas como su profundo desconocimiento de esta organización. Rodríguez Zapatero no siempre, como ahora quiere hacernos creer, ha sido un fervoroso seguidor de la ONU. Ni siempre ha acatado y respetado sus decisiones. Más bien todo lo contrario. Por ejemplo, él sigue diciendo que lo de Irak fue una intervención ilegal, pero no puede aportar ni una sola indicación de las Naciones Unidas en ese sentido. Simplemente porque no hubo resolución alguna del Consejo de Seguridad que lo apuntara. Ni siquiera la más mínima discusión. Es más, como Rodríguez Zapatero no podía aceptar esa ausencia de condena mientras él corría a ponerse tras la pancarta una y otra vez en contra del Gobierno del PP, nunca hizo caso de la resolución 1.483, de 22 de mayo de 2003, esto es, apenas dos meses del inicio de la intervención, votada sin que nadie, ni siquiera Siria, se opusiera y por la que se le daba a la coalición internacional el estatus legítimo y legal para gobernar Irak a la vez que se reconocía el consejo interino de gobierno iraquí puesto en pie con la ayuda de la coalición. Es decir, la ONU reconocía lo que Zapatero se negaba a aceptar: en contra de lo que gritaba en la calle -y sigue sosteniendo- Naciones Unidas legalizó la intervención militar contra Sadam.

Pero hay más. Rodríguez Zapatero, al poco de ganar las elecciones, dijo que retiraría las tropas si no se producía un traspaso de poder de la coalición a los iraquíes bajo control de la ONU, si no había una resolución del Consejo de Seguridad al respecto en un tiempo razonable. Pues bien, a pesar de conocer las discusiones y avances al respecto en el seno de la ONU, no le importó tragarse sus propias condiciones y ordenó la salida de Irak sin esperar la nueva resolución. La 1.546, de 8 de junio de 2004, por la que se cedió la autoridad al Gobierno transitorio iraquí, poniendo final a lo que el presidente español llamaba «ocupación militar». Pero Rodríguez Zapatero tampoco quiso reconocer este nuevo paso de la ONU.

Con esta trayectoria de desacato hacia las decisiones onusianas, no deja de sorprender el actual fervor del actual presidente de Gobierno por ejecutar la resolución 1.701 sobre el Líbano. De hecho, las perlas con las que nos regala los oídos día sí y día no legitiman la pregunta de si sabe en realidad lo que está haciendo. Dice Rodríguez Zapatero que el PP no distingue entre la paz y la guerra y que él hace uso de los militares en misiones de paz, porque la ONU no hace la guerra. Más engaños. Que se sepa, las tropas españolas que fueron a Irak no participaron en las acciones ofensivas. No estaban allí, sencillamente. El Gobierno nunca lo autorizó. Lo primero que hicieron fue prestar ayuda humanitaria, y luego, intentar mejorar las condiciones de seguridad para la población. Otra cosa es que su misión se complicara producto del empeoramiento de la situación sobre el terreno. ¿Pero es que acaso las tropas españolas que están en Afganistán por designio de este Gobierno no están sufriendo el empeoramiento de la seguridad en la zona donde están desplegadas? Las misiones de paz de las que se vanagloria el presidente a veces exigen acciones que trascienden con mucho su visión querubínica de las mismas. ¿Cómo explicaría si no Rodríguez Zapatero la reciente «operación Medusa» realizada por la OTAN en Afganistán, que se ha saldado con doscientos guerrilleros talibanes y cuatro soldados canadienses muertos? La misma OTAN y la misma misión en la que están los soldados españoles. Los militares, incluidos los nuestros, no están únicamente para repartir mantas y levantar hospitales o trazar alcantarillados.

En fin, puede que el presidente crea que la ONU es un organismo para la paz, pero eso no significa que sea un organismo pacifista. La ONU no condena la guerra, condena la agresión injustificada, pero se guarda el derecho de poder lanzar una intervención militar en defensa de la paz y la estabilidad internacional. Rodríguez Zapatero debería leerse el título VII de la Carta de San Francisco. O leer algo de Historia. Por ejemplo, fue Naciones Unidas la que autorizó la intervención americana en Corea; o más recientemente, la que aprobó, con su famosa resolución 683, la guerra del Golfo de 1991; o, por si quedan más dudas, la que solicitó a la OTAN su intervención en los Balcanes a mediados de los 90.

La paz, como bien saben los miembros de la ONU, suele ser el resultado de una guerra, y el loable afán de poner fin a las hostilidades cuanto antes, antes incluso de que se hayan resuelto los problemas de fondo, suele conducir a mayores estallidos, sólo que más tarde. El problema de Rodríguez Zapatero es que cree en la ONU pero no en sus miembros, los estados nacionales que la forman. Se ha creído que el secretario general de la organización es un miembro más de la misma, incluso un miembro con más legitimidad y autoridad que los propios estados miembros. Y no lo es. Además de portavoz oficial, Kofi Annan es una persona de carne y hueso, con sus intereses y debilidades personales. Y a Annan se le han ido encontrando demasiadas de estas últimas. Se puede entender que Rodríguez Zapatero le deba mucho al actual secretario de la ONU- al fin y al cabo, se ayudan en la propuesta de Alianza de Civilizaciones- pero eso no quita para reconocer que con Kofi Annan ha reinado la corrupción en la sede de Manhattan. Kofi Annan, de haber estado sometido a los controles de cualquier jefe de Gobierno, habría sido censurado y obligado a dimitir por la perversión del programa «petróleo por alimentos» y por haber ocultado que su propio hijo se vio beneficiado con sus gestiones. Y no hay que olvidar tampoco que el dinero que fue a parar a manos de los corruptos lo había sacado Sadam Husein de las partidas para comprar comida infantil y medicinas. No estamos hablando de carreteras que no se construyeron jamás, sino de la salud y supervivencia de los más desvalidos. Es un dinero manchado de sangre. Pero Annan, lejos de dimitir, ha hecho cuanto ha podido para tapar los escándalos que le rodean. El actual secretario de la ONU nies un santo ni tiene el don de la infalibilidad. Lo que cuenta de verdad en la ONU es lo que piensan, dicen y hacen sus miembros. Particularmente, los cinco con asientos permanentes y capacidad de veto en el Consejo.

Con todo, Rodríguez Zapatero cree ahora oportuno hacer cumplir los términos de la resolución 1.701 y el alto el fuego en el Líbano. Y para ello manda a 1.100 soldados a desplegarse a aquella zona. No hay razón alguna para que lo haga. La 1.701 no es producto de un ansia infinita de paz, sino del miedo y del error. Miedo a que Israel pudiera acabar con Hizbolá y provocara al mundo árabe y a su patrón, Irán; error del Gobierno israelí por detenerse antes de lograrlo. La resolución de la ONU es engañosa. Culpa a Hizbolá de la guerra, pero no se propone que los cascos azules vayan a desarmarla, eso lo deja en manos de un anómico ejército libanés y de un Gobierno en el que se sienta la propia organización terrorista. Lo que pide la 1.701 es reforzar a la Finul y para eso, 1.100 soldados son muchos. Aunque demasiado pocos para hacer lo que se debería hacer, ayudar a construir un Líbano próspero y democrático, libre de influencias sirias y del extremismo islámico. Y eso pasa, necesariamente, por desarmar a Hizbolá con los medios que sean necesarios. Rodríguez Zapatero puede que se engañe a sí mismo, pero el resto de nosotros no deberíamos ser tan crédulos.