Líbano, Iraq... y Shakespeare

Por Niall Ferguson, profesor de Historia ´Laurence A. Tisch´ de la universidad de Harvard. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 29/11/06):

Hace tres años, un perspicaz y clarividente periodista de Beirut amigo mío predijo que Iraq acabaría como Líbano pero "a la enésima potencia", aludiendo con ello a los dieciséis años de guerra civil en este país entre 1975 y 1991. Pues, bien, tal profecía se ha cumplido mientras presenciamos el cuadro de un Iraq sumido en una espiral de violencia y sangrientas luchas intestinas. Este amigo mío, en cambio, mostró entonces su optimismo sobre el futuro de Líbano. Sin embargo, el reciente asesinato del ministro de Industria libanés, Pierre Gemayel, suscita la sombría (e inexorable) posibilidad de que Líbano progrese por la misma senda de Iraq.

La guerra civil constituye el plato cotidiano de Oriente Medio. Por desgracia, los políticos de Estados Unidos y Europa exhiben una crónica incapacidad a la hora de entender cómo funcionan las guerras civiles. Y, como consecuencia, no sólo se esfuerzan por detenerlas una vez desencadenadas, sino que en ocasiones incluso avivan el fuego; considérese, si no, la forma en que el defectuoso y mal llevado a cabo reconocimiento por parte de Alemania de la independencia de Eslovenia y Croacia en diciembre de 1991 aceleró la fragmentación de Yugoslavia y la limpieza étnica de Bosnia.

La equivalente necedad actual estriba en la persistente creencia de que, merced al derrocamiento de Sadam Husein y a la liberación de los iraquíes, Estados Unidos podría impulsar una auténtica ola democratizadora en todo Oriente Medio... Muchos comentaristas, por cierto, interpretaron en estos términos las manifestaciones celebradas en marzo del año pasado en Beirut - la llamada revolución de los cedros- que dieron pie a la retirada de las tropas sirias de Líbano. Tales acontecimientos se vieron favorecidos asimismo por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq al Hariri. Sería una ironía que el reciente asesinato político inflamara nuevamente los cedros de Líbano.

El sueño de un Oriente Medio democratizado hundía sus raíces en otra errónea y desgraciada idea: que los principales conflictos de Oriente Medio durante la posguerra fría consistirían en choques de civilizaciones,sobre todo entre el islam y Occidente. Según esta óptica, convertir a Iraq en una democracia haría casi automáticamente las veces de palanca para transformar el ser mismo de la civilización islámica a fin de occidentalizarla políticamente y, por tanto, neutralizarla desde el punto de vista estratégico...

Pero la realidad nos dice que la mayoría de los conflictos de nuestra época se han desarrollado en el seno de civilizaciones, no entre ellas: presenciamos guerras civiles, no guerras santas. Y, como los casos de Líbano e Iraq ilustran a las claras, tales guerras tienen a librarse por obra y gracia de grupos étnicos vecinos. Sólo ocasionalmente los musulmanes combaten en su totalidad y de modo exclusivo en uno de los lados y los occidentales (abreviatura, digámoslo así, por cristianos u judíos) en el otro.

¿Recuerdan Romeo y Julieta,de Shakespeare? Los Montesco no eran precisamente seguidores de la charia o ley islámica ni tampoco los Capuleto eran fervientes partidarios de los valores judeocristianos. Eran, simplemente, "dos familias, de similar abolengo / de la hermosa Verona", hecho que no impidió que libraran entre sí una guerra civil interminable, donde "un odio antiguo engendra un nuevo odio, donde la sangre de la ciudad mancha de sangre al ciudadano".

Shakespeare impreca a las dos familias en boca del príncipe: "Profanadoras de esos aceros, que mancháis con sangre hermana (...). Vosotros, animales u hombres, que apagáis el fuego de vuestro furor insensato con torrentes purpúreos que brotan de vuestras venas". Tales líneas van directas al corazón de lo que es una guerra civil: odio mutuo entre vecinos, alimentado por un ciclo de violencia. A decir verdad, no era muy distinto en el Glasgow de mi juventud. A nadie en su sano juicio se le habría ocurrido calificar el antiguo odio entre los hinchas del Rangers y del Celtic de choque de civilizaciones;si acaso, de choque de brutalidades. Claro que los primeros son protestantes y los segundos católicos y ambos comparten una sola fe cristiana, pero los mismos hinchas raramente mencionaban las sutilezas de las respectivas doctrinas de la reforma y la contrarreforma cuando se pateaban mutuamente la cabeza. Las espadas, valga la expresión, están en alto y las armas, indudablemente, son mucho más letales en Oriente Medio. Tómese, por ejemplo, el caso de Líbano. Todo sería mucho más sencillo si la población pudiera dividirse entre chicos malos islamistas y chicos buenos prooccidentales.

Oficialmente, los musulmanes representan algo menos del 60% de la población y los cristianos algo menos del 40%, pero los primeros pueden subdividirse en drusos, ismailitas, alauíes, chiíes y suníes en tanto que los segundos en católicos (armenios, maronitas, melquitas, romanos y sirios) y ortodoxos (armenios, griegos y sirios) sin olvidar a los asirios, caldeos, coptos y protestantes. La población de Líbano se divide en no menos de 17 confesiones o tendencias religiosas.

Las escenas vividas recientemente en Beirut ilustran a la perfección la complejidad del conflicto. El asesinado era cristiano maronita y nieto del fundador de las falanges libanesas que en una ocasión se aliaron con Israel (con los judíos) para combatir contra la OLP (musulmanes). Pero la gente presente en el duelo escupía sobre las fotografías del general Michel Aun, cristiano que ha alineado su formación política con la de Hizbulah (musulmanes).

Resulta inquietante que The New York Times informara de que una manifestante en el curso del duelo dijo que "llegará el día de nuestra venganza". ¿Una pariente de Gemayel? No, una musulmana de 39 años que asistía a la manifestación con sus nueve hijos. Probablemente se trata de una seguidora del Movimiento del Futuro, partido suní cuyo líder, Saad Hariri, es hijo del antiguo primer ministro cuyo asesinato dio paso a la revolución de los cedros.

Las sendas respectivas de Líbano e Iraq empezaron a divergir en 1991, cuando Estados Unidos libró su primera guerra contra Iraq. En aquel entonces, se alcanzó un acuerdo discreto que acabó con la guerra civil en Líbano echando el país en brazos de Siria. Los escupitajos de ahora contra políticos antisirios como Pierre Gemayel dan a entender que los sirios no tienen intención de dejar escapar Líbano.

Entre tanto, en Iraq, George W. Bush cobra conciencia de los motivos por los que Bush padre no marchó sobre Bagdad en 1991. El cambio de régimen en Iraq ha liberado las fuerzas centrífugas al estilo libanés. Y, de nuevo, no cabe hablar aquí de un choque de civilizaciones.Sucede que, mientras no ha finalizado la guerra entre las tropas estadounidenses y los insurgentes de Al Qaeda, se aprecia una subtrama de enfrentamientos que enfrenta a chiíes y suníes en una guerra civil más amplia.

El factor clave, como en Romeo y Julieta,es que cada ataque sangriento y letal como el de Sadr City - que se inscribe en una cadena de atentados que se remontan a los de la mezquita de Asqariya en Samarra el pasado mes de febrero- engendra a su vez otro nuevo ataque, en un ciclo casi imparable de represalias y venganza sin fin. La Administración Bush sigue creyendo que los políticos iraquíes pueden ser sometidos para obligarles a compartir el poder y a garantizar el nivel necesario de seguridad. Siempre se puede soñar. Hace poco unos pistoleros suníes tirotearon el Ministerio de Sanidad porque su titular es chií, en represalia por anteriores secuestros chiíes en la persona de funcionarios del Ministerio de Educación... dirigido por un suní. En las guerras civiles, cada acción obtiene su represalia, como mínimo del mismo nivel. Y a veces de mayor nivel.

La mala noticia es que - como James D. Fearon, de la Universidad de Stanford, explicó a los congresistas estadounidenses- la retirada de las tropas de Estados Unidos de Iraq no hará más que acelerar la caída de Iraq hacia el abismo. Y la noticia peor es que el incremento de tropas no hará más que reducir el ritmo de la caída, que las guerras civiles como éstas tienden a prolongarse durante mucho tiempo. De un total de 54 guerras civiles importantes libradas desde 1945, la mitad duró más de siete años. Y la mayoría de ellas no finalizan con acuerdos consistentes, entre otros aspectos, en compartir el poder, sino con la victoria de un bando o del otro, a menudo por efecto de la intervención extranjera. ¿He dicho finalizan?

La verdadera lección de Líbano puede ser que algunas guerras civiles en realidad nunca terminan. No hay tragedia tan grande que haga entrar en razón a un Capuleto o a un Montesco. Sólo consienten en un mero alto en fuego... para regresar al ciclo de la sangre y la muerte.