Líbano: la caja de Pandora

El país de los cedros está viviendo uno de los momentos más difíciles de su violenta historia contemporánea tras la atroz guerra civil vivida entre 1975 y 1990.
Dos son los factores que están llevando al Líbano al borde del abismo. El primero, el sistema confesional de reparto de poder, del cual se dotaron los libaneses tras conseguir su independencia de Francia en 1943. En virtud de este sistema, todos los cargos gubernamentales y políticos se repartirían entre las facciones religiosas en relación con su peso demográfico.
Este sistema de equilibrio de poder generó una endogamia crónica en los grupos étnico-religiosos, que rápidamente crearon sus respectivas milicias y clanes políticos; ninguno de ellos ha demostrado el más mínimo interés en el desarrollo de las instituciones. El reparto confesional ha producido un Estado débil, sometido a un continuo cambalache po- lítico. Eso ha convertido al país en una presa asequible y muy apetecible para terceros países, como Irán, Siria, Arabia Saudí o Francia, con la intención de utilizarlo en sus juegos de poder regional.

ESTA FORMA de distribuir el poder es la causa de la parálisis institucional y política que vive el Líbano, con un parlamento más de un año inactivo, y desde noviembre del 2007 con el cargo de presidente vacante. El único referente político, es el Gobierno antisirio de Fuad Siniora, en tensión continua desde el año 2005.
Pero todas las partes se obstinan en mantener un sistema que no es viable, que solo sirve a sus intereses sectarios y en el cual toda propuesta de cambio es interesada, nunca en beneficio del conjunto del país.
A las tensiones y las rivalidades político-religiosas motivadas por el propio sistema, se suma el segundo de los factores: la espiral de violencia que vive el Líbano desde febrero del 2005, cuando el primer ministro Rafik Hariri fue asesinado. Se produjo una enorme respuesta civil, la Revolución de los Cedros, que concluyó con la retirada de Siria en abril del 2005 y con la victoria electoral, en mayo del mismo año, de la coalición 14 de Marzo, una liga de partidos antisirios.
Siria y los libaneses prosirios no se tomaron la situación con una sonrisa, y el terror se desató. Entre el 2005 y el 2008, se suceden actos terroristas con centenares de víctimas y fueron asesinados diversos políticos (Pierre Gemayel, Walid Eido y Antoine Ghanem), periodistas (Samir Kassir y Gebran Tueni), policías (Wissam Eid) y militares (François Hajj) de manifiesta tendencia antisiria.
Por si esto fuera poco, desde diciembre del 2006, hay abierta una violenta campaña de huelgas y graves desórdenes públicos, orquestada por Hizbulá, para derribar al Gobierno de Siniora. Ello ha obligado a intervenir al Ejército en diversas ocasiones, originando numerosas muertes entre los manifestantes.
A este baño de sangre hay que añadir la guerra de Israel y Hizbulá en julio del 2006, el atentado contra el contingente español de las fuerzas de paz de la ONU en junio del 2007 y la operación del Ejército libanés contra el grupo terrorista de Fatá al-Islam infiltrado en el campo de refugiados de Nahr el-Bared.
El resultado es un país paralizado, sumido en la violencia, con las milicias de ambos bandos armándose hasta las cejas. Y eso que todavía no han entrado en escena los clanes antisirios, aunque su paciencia se es- tá acabando como muestran las palabras del pasado 10 de febrero de Walid Jumblat, druso y destacado miembro de la coalición 14 de Marzo: "Si queréis la guerra, le daremos la bienvenida".
A esto hay que sumarle una injerencia extranjera notable, especialmente por parte de Irán y Siria. Los primeros desean mostrar a la sociedad internacional y a Estados Unidos su capacidad de influencia y desestabilización cara a una ¿futura negociación con Washington?
Además, estas fuerzas pretenden controlar un territorio y a Hizbulá para convertirlos en su mejor baza de represalia en caso de ser atacados por los estadounidenses.
Los sirios quieren recuperar a toda costa su presencia en Líbano, aunque nunca se fueron del todo, pues dejaron allí a buena parte de sus servicios de inteligencia, que colaboran estrechamente con Hizbulá y grupos terroristas afines para derrocar al actual Gobierno.

LA SOLUCIÓN pasa por el apoyo efectivo de Occidente e Israel al Gobierno de Fuad Siniora, que debe promover una reforma del sistema político que instaure y afirme la soberanía libanesa para terminar de una vez por todas con la anormal y perniciosa tutela extranjera. Y, por supuesto, que se produzca una presión interna y externa para desarmar a Hizbulá, auténtico agente del terror y del caos en la zona.
Sin embargo, nos tememos que los líderes libaneses insistirán en un sistema que únicamente conduce a la crisis política, el dictado extranjero y la violencia cíclica (y perpetua).
Pero ahora las apuestas han subido y una nueva guerra civil es posible. Por si alguien lo dudaba, se libra una guerra en Oriente Próximo (cuya siguiente parada podría ser Irán) y las chispas que saltan se acercan peligrosamente al polvorín del Líbano.
Pandora, en silencio, acaricia su caja. Esta vez... ¿cuánto tiempo podrá reprimir su curiosidad?

Por Rubén Herrero, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense.