Líbano y la credibilidad de Bush

Por John L. Esposito, profesor de Religión y Asuntos Internacionales, Universidad de Georgetown, y autor de Guerras profanas: terror en nombre del islam. Traducción: Joan Parra (LA VANGUARDIA, 27/07/06):

Si hoy el presidente Bush se pregunta cuál va a ser su legado, es posible que piense que va a dejar, entre otras cosas, un mundo en el que el antiamericanismo ha crecido exponencialmente tanto en los países amigos como en los países enemigos de EE. UU., en el que el terrorismo ha crecido en lugar de retroceder, y en el que EE. UU. se encuentra atrapado en Iraq y Afganistán. Gaza y ahora también Líbano ofrecen a la Administración Bush una oportunidad inmejorable para demostrar su liderazgo global y la sinceridad de su compromiso con la extensión de la democracia y el fomento del proceso de paz de Oriente Medio, políticas que la Administración Bush utilizó para legitimar la invasión y ocupación de Iraq. Por desgracia, hasta ahora la Administración ha preferido ser parte del problema y no de la solución.

Como muestra, una reciente encuesta internacional de Gallup, desde el norte de África hasta el Sudeste Asiático, una mayoría aplastante de la población (91%-95%) afirma no creer que EE. UU. sea un país amigo, digno de confianza o que trate con respeto a otros países, y un 80% opina que a EE. UU. no le importan los derechos humanos en el resto del mundo. Fuera de Iraq, más del 90% de los musulmanes cree que la invasión de Iraq ha causado más perjuicios que beneficios. ¿Y cómo ha respondido la Administración estadounidense a esto? En un mundo donde la guerra contra el terrorismo globalizado se ha convertido, en la mente de muchos musulmanes (y no musulmanes), en una guerra contra el islam y el mundo musulmán, el Gobierno ha optado por poner énfasis en la diplomacia pública, dando protagonismo a Karen Hugues, una consejera de Bush con mucho talento, y prefiere hablar de una guerra de ideas.

Sin embargo, las respuestas de EE. UU. en lo que respecta a Gaza y Líbano están minando la credibilidad del presidente y la eficacia de la guerra contra el terrorismo. EE. UU. mira hacia otro lado mientras Israel desencadena dos guerras cuyas víctimas principales son civiles. No ha apoyado la mediación de la ONU frente a claras violaciones de la legislación internacional y el uso por parte de Israel de castigos colectivos, políticas aplicadas en Gaza que Amnistía Internacional califica de crímenes de guerra. Rechaza apoyar las llamadas al cese de las hostilidades y a la intervención de la ONU y continúa ofreciendo asistencia militar a Israel.

EE. UU., con su apoyo incondicional a Israel, no está participando simplemente en una acción contra Hamas o Hezbollah, sino en una guerra contra gobiernos elegidos democráticamente en Gaza y Líbano, un aliado de EE. UU. durante muchos años. La respuesta desproporcionada a la captura de dos soldados y el asesinato de otros dos por Hezbollah el 12 de julio ha tenido como consecuencia la muerte de más de 350 personas, el desplazamiento de más de 700.000 y la destrucción de las infraestructuras de Líbano; sus principales víctimas no son los terroristas, sino cientos de miles de civiles inocentes.

Las críticas del secretario general de la ONU Kofi Annan al bombardeo israelí de Líbano por un "uso excesivo de la fuerza" tuvieron como réplica al día siguiente este titular de The New York Times:"EE. UU. acelera la entrega de bombas a Israel". ¿Es de extrañar que los periodistas del mundo árabe hablen de una guerra israelo-norteamericana, que un líder cristiano occidental, residente en Líbano desde hace largo tiempo, hable de "la violación de Líbano", o que en el Sudeste Asiático, como recoge un observador, "los malasios le estén diciendo a Bush que en lugar de hacer la guerra contra el terrorismo, lo que está haciendo es dar alas a los terroristas"?

No hay respuestas fáciles, pero como argumenta John Voll, la invasión israelí de Líbano hace aproximadamente veinte años demostró que una respuesta militar masiva no era la solución (John O. Voll, Massive military response is not the solution).La Administración Bush debe dar una respuesta concertada con la comunidad internacional y organizaciones internacionales como la ONU. EE. UU. debe encabezar la demanda de un alto el fuego inmediato e incondicional y un acuerdo negociado, y ocupar un lugar destacado entre los donantes de fondos para la reconstrucción de las infraestructuras de Gaza y Líbano. No debe ponerse en cuestión, bajo ningún concepto, el compromiso de EE. UU. con la existencia y la seguridad del Estado de Israel; pero los intereses nacionales y la credibilidad de EE. UU., no sólo en el mundo árabe-musulman, sino a escala internacional, dependerán de nuestra capacidad de actuar de acuerdo con nuestras promesas. Frente al uso desproporcionado de la fuerza, la guerra indiscriminada con víctimas civiles inocentes (muertos, heridos y desplazados que no tienen nada de terroristas), los castigos colectivos y la violación masiva de los derechos humanos, EE. UU. no debe hacer excepciones, ni ante los árabes ni ante Israel.