Liberar el potencial de las adolescentes

Hace poco visité un “club de jovencitas” (un lugar seguro donde mujeres adolescentes se reúnen con personal asistente entrenado, para forjar vínculos sociales y aprender habilidades vitales) en el distrito Tonk de Rajastán (India). Al llegar salieron a recibirme numerosas muchachas, saltando al costado del camino, tan llenas de energía y risa que tuve que sonreírme yo también. ¿De qué serían capaces (pensé) 600 millones de chicas así?

Hoy tenemos con nosotros a la generación de mujeres de entre 10 y 19 años más grande de la historia, listas para dejar su marca en el mundo. Gobiernos, organismos de desarrollo e instituciones privadas están ansiosos por ayudarlas a traducir ese potencial juvenil en un motor de creatividad, crecimiento económico y progreso social. Pero para lograr ese futuro, todavía hay que superar grandes obstáculos.

Unos 170 millones de mujeres adolescentes (casi una de cada tres en todo el mundo) no van a la escuela. Esto supone la pérdida de una oportunidad enorme: por cada año de escolarización perdido, el ingreso potencial de esas jóvenes se reduce entre 10 y 20%. Pero subsisten grandes barreras contra una mejor escolarización, de las que la primera es la persistencia del matrimonio infantil.

Cada año, 15 millones de jovencitas (una cada dos segundos) se casan antes de llegar a los dieciocho años; el matrimonio temprano o forzado afecta a alrededor de una de cada cuatro adolescentes en el mundo. Además de aumentar el riesgo de violencia doméstica, el matrimonio temprano aumenta un 90% la probabilidad de embarazo adolescente. El resultado más probable es una familia numerosa, que demandará más atención no remunerada; eso afectará los logros académicos de la joven madre y reforzará la disparidad salarial de género.

Las mujeres que se casan antes de cumplir dieciocho (aunque no sólo ellas) también se enfrentan a una seria reducción de su movilidad. Un estudio realizado en Sudáfrica comprobó que en general, el acceso a la esfera pública de las adolescentes es mucho menor: al alcanzar la pubertad, el área de movilidad de las mujeres se reduce de 16,3 kilómetros cuadrados a sólo 6,7. En cambio, a esa misma edad la de los hombres crece a más del doble, de 9,8 kilómetros cuadrados a 20,2. La movilidad reducida de las adolescentes las expone a riesgo de aislamiento social y limita sus oportunidades de crear capital social.

Como resultado de estos y otros factores, sólo el 47% de las mujeres en países de ingresos bajos y medios participan en la fuerza laboral, contra un 79% de los hombres. Mi equipo de investigación calculó que bastaría reducir esa divergencia apenas a la mitad (de 32 puntos porcentuales a 16%) para aumentar un 15% el PIB de los países afectados sólo el primer año; eso añadiría 4 billones de dólares al PIB global.

Dar a las adolescentes las habilidades y conocimientos que necesitan para tornarse personas productivas capaces de participar en la economía del siglo XXI las empodera en todos los aspectos de la vida y les permite decidir qué aporte hacer a sus familias, comunidades y economías. Es lo mejor que se puede hacer por el desarrollo global, y por las adolescentes y mujeres.

Cada vez más gobiernos, fundaciones, empresas y comunidades se dan cuenta de esto, y han comenzado a invertir en la salud, la educación y el bienestar de las adolescentes. Pero todavía se canaliza una cantidad importante de recursos a estrategias ineficaces o (peor) a programas que ya se sabe que no funcionan. Y demasiados benefactores bienintencionados ven a las adolescentes como víctimas que hay que salvar, en vez de fuerzas de cambio innovadoras y llenas de energía como son.

¿Cuál es el mejor modo de ampliar las oportunidades de las adolescentes? Ya se sabe, por ejemplo, que la educación puede ser la inversión más eficiente para la promoción del desarrollo económico. También se sabe que la situación de las adolescentes (incluidas las que ya son madres) mejora considerablemente cuando tienen acceso a información y servicios de salud sexual y reproductiva, que les permiten decidir el tamaño y la estructura de sus familias y proteger su propia salud y bienestar.

Pero los defensores de los derechos de las adolescentes (en gobiernos, organizaciones no gubernamentales y agencias de financiación y ayuda al desarrollo) enfrentan a diario problemas para responder a sus necesidades. Y aunque se sabe que estas son multifacéticas y están interconectadas, es común que se trabaje en compartimentos estancos, apuntando a un mismo problema sin comunicarse con otros en la misma situación. Esta falta de mecanismos eficaces de coordinación, colaboración y uso compartido del conocimiento se traslada a las inversiones, que muchas veces terminan concentradas en un solo proyecto, sector o área geográfica, lo que suele disminuir su efectividad.

Por eso el Population Council creó el Centro de Innovación, Investigación y Aprendizaje para las Adolescentes (en inglés: GIRL), una especie de concentrador global de conocimiento para la investigación y la planificación en la materia. El Centro GIRL, del que soy director, busca exprimir al máximo la inversión mundial en el bienestar de las adolescentes, mediante la promoción de políticas informadas y la coordinación de las metas y prioridades de diversas partes involucradas.

A tal fin, estamos creando el almacén abierto de datos sobre la adolescencia más grande del mundo, mediante la depuración de los registros que el Population Council tiene sobre más de 120 000 personas de edad adolescente, y de datos recabados por otras organizaciones que trabajan en investigación y programas para las adolescentes. El almacén de datos permitirá realizar análisis rigurosos que ayuden a las autoridades a comprender mejor la evolución de la vida y las necesidades de las mujeres durante la adolescencia y las intervenciones más eficaces para cada grupo y situación. También conectará a personas de diferentes disciplinas y sectores, unidas por el objetivo de promover cambios sistémicos que den a todos los adolescentes (especialmente las niñas) la oportunidad de hacer realidad su potencial.

Empoderar a las adolescentes para que con sus energías y talentos transformen las sociedades en que viven no será fácil. La clave está en la adopción de una estrategia integral que reconozca las conexiones fundamentales entre programas y objetivos, y aproveche las soluciones ya probadas, con visión de largo plazo.

Thoai Ngo, the director of the Poverty, Gender, and Youth (PGY) Program at the Population Council, also directs the Council’s new Girl Innovation, Research and Learning (GIRL) Center. Traducción: Esteban Flamini.

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