Libertad de expresión para todos

El ataque a la revista francesa Charlie Hebdo fue un atentado contra la democracia, la libertad y los ideales que apuntalan a todas las sociedades libres. Al enfrentar a las fuerzas del extremismo y el terror, debemos tener el coraje de alzar la voz en defensa de esos ideales y de salvaguardar el derecho a decir lo que creemos. Pero también tenemos que preocuparnos por respetar el hecho de que los demás tienen el mismo derecho.

Charlie Hebdo no es la primera publicación que ha sufrido por publicar imágenes que algunos percibían como ofensivas contra el Islam. En 2005, cuando yo era primer ministro de Dinamarca, el periódico danés Jyllands-Posten provocó una polémica internacional al publicar doce bocetos del profeta Mahoma. Algunos musulmanes, en Dinamarca y en el exterior, acusaron a Jyllands-Posten de blasfemia por publicar una imagen del profeta. Otros dijeron que las imágenes eran un insulto al Islam. Hubo pedidos de represalias contra el periódico, contra mi gobierno y contra los intereses daneses en el extranjero.

Nuestra respuesta se fundamentó en el principio de que la libertad de expresión es uno de los pilares sobre los cuales descansa la democracia, y que si uno la socava, está socavando a la propia democracia. En los países libres, todo ciudadano tiene el derecho de decir lo que quiere, de creer lo que quiere y de criticar o burlarse de lo que quiere -en textos, dibujos o cualquier otra forma de expresión pacífica-. Todo ciudadano también tiene el derecho de no coincidir con las opiniones de los demás y de expresar su desacuerdo de un modo pacífico y legal.

En 2005, durante la crisis de las caricaturas, algunos analistas y políticos en el mundo musulmán decían que se había abusado del derecho a la libre expresión y reclamaban una disculpa y una condena de las caricaturas, en primer lugar del Jyllands-Posten, luego de mi gobierno. Sin duda, la libertad de expresión es un derecho que hay que usar con sabiduría y responsabilidad. Pero creímos, y sigo creyendo, que no sería ni sabio ni responsable intentar limitarlo, y que la manera correcta de responder a lo que se percibe como un insulto es presentar un contraargumento, no montar un ataque terrorista. Y, en las democracias, siempre se puede llevar la cuestión a la corte.

Ese principio fue nuestra guía en la crisis de 2005. No pedimos disculpas por las decisiones editoriales de un periódico independiente, a pesar de la enorme presión de grupos y gobiernos musulmanes. Tampoco intentamos justificar la publicación de las caricaturas. Simplemente defendimos la libertad de expresión.

A pesar del horror y la furia que sentimos frente a los ataques contra Charlie Hebdo, todos debemos creer profundamente en ese principio, porque limitar la libertad de expresión sería debilitar a nuestras propias sociedades. Los ataques contra los periodistas de Charlie Hebdo fueron repugnantes y despreciables, pero si respondemos a ellos cercenando la libertad sobre la cual descansan nuestras sociedades, estaremos haciéndoles el juego a los asesinos.

Los gobiernos deben alzarse en defensa de la libertad de los periodistas de escribir lo que quieren y la libertad de todo ciudadano de respaldar o disentir con lo que ellos escriben. Y los periodistas deben seguir escribiendo y dibujando aquello en lo que creen. La autocensura minaría su libertad y alimentaría una mayor presión contra la libertad de expresión.

En los últimos días, algunos editores decidieron que la respuesta apropiada para la masacre de Charlie Hebdo era volver a publicar las caricaturas de la revista. Otros decidieron no hacerlo. Y hubo quienes criticaron las acciones de Charlie Hebdo. Los editores tenían derecho a tomar esas decisiones y a expresarse como lo creían apropiado. Esa es la esencia de la democracia. El día en que esas decisiones se toman por miedo a la represalia es el día en que termina nuestra libertad.

Para los ciudadanos, libertad de expresión significa tener el coraje de manifestarse a favor de lo que creen, sin recurrir a la violencia -contra periodistas o contra los representantes de cualquier creencia religiosa-. Dispararles a periodistas a sangre fría por publicar una caricatura es un crimen abominable. Pero también lo es atentar contra una mezquita o atacar a un musulmán por su fe.

Hay lugar para el debate, incluso para el debate apasionado, sobre la cuestión profundamente moral de cómo equilibrar la libertad de expresión con el respeto por la religión. Pero las armas de este debate deberían ser las palabras, no las armas -el teclado, no la Kalashnikov-. Cada uno de nosotros tiene derecho a tener una opinión. Ninguno de nosotros tiene derecho a matar a quienes no están de acuerdo.

La marcha de millones de personas en París el 11 de enero fue una expresión maravillosa de solidaridad y de paz. Cada líder y legislador debería esforzarse por vivir a la altura de esos ideales cuando responde a la amenaza del extremismo.

Los ataques terroristas en París, es de esperar, serán un punto de inflexión en la defensa de la libertad de expresión, y de la libertad en general, porque millones de personas han tomado conciencia de qué es lo que está en juego. No podemos dar por sentada la libertad de expresión. Debemos alzarnos en su defensa, inclusive -y tal vez especialmente- cuando no estamos de acuerdo con lo que se está diciendo.

Anders Fogh Rasmussen, former Prime Minister of Denmark and Secretary General of NATO, is Founder and Chairman of Rasmussen Global

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