Libia iraquí

Cuando la Libia posterior a la revolución mira hacia delante, el Iraq se cierne como un ejemplo peligroso. Después de cuarenta y dos años de dictadura, Libia, como el Iraq en 2003 después de la caída de Sadam Husein, necesita algo más que ilusiones para llegar a ser una democracia sólida. Necesita una construcción del Estado organizada en Trípoli… y formulación de políticas realistas en las capitales occidentales.

Las transiciones logradas dependen desde el comienzo de factores que siguen faltando gravemente en Libia: unos dirigentes relativamente cohesionados, una sociedad civil activa y unidad nacional. Sin ellos, casi con toda probabilidad Libia carecerá de equilibrio y, en gran medida como el Iraq de Sadam Husein, sufrirá las consecuencias de la persistente división política y del desorden y la inestabilidad civiles, además de diversas presiones geopolíticas múltiples.

Para evitar ese resultado, se necesita un fuerte centro político, pero, desde el comienzo del levantamiento en febrero de 2011, Libia ha estado políticamente atomizada. Carece de la clase de sociedad civil que podría haber dirigido el levantamiento y haber plantado las semillas para una política postautoritaria, como ocurrió en Túnez y (más problemáticamente) en Egipto.

Puede que la transición de Libia resultara entorpecida por la intervención de la OTAN, pues el rápido paso de un levantamiento popular espontáneo a un movimiento dirigido por una minoría y con apoyo exterior impidió que la revolución siguiera el rumbo lineal que se vio en Túnez y Egipto. Así, pese al importante apoyo internacional, el Consejo Nacional Libio de Transición (CNT) sigue careciendo del nivel de consenso necesario para constituir un gobierno viable.

El CNT ha padecido disputas internas periódicas y su comparación y funcionamiento están envueltos en secretismo. El pasado mes de julio, el dirigente militar del Consejo, Abdul Fatal Younis Al Obeidi, fue asesinado en circunstancias ambiguas. Después, en noviembre, el fiscal militar del CNT mencionó a su propio ex Viceprimer Ministro, Ali Al Isawi, como principal sospechoso. El conflicto y la opacidad que rodean ese caso son señales reveladoras de la fragilidad política del país desde la muerte del coronel Muamar El Gadafi.

Libia debería tomar nota de las incesantes luchas de poder y combates intestinos que caracterizaron la transición del Iraq posterior a Sadam Husein. En 2010, las maquinaciones de los dirigentes políticos iraquíes –personales, además de tribales y sectarias– dejaron al país sin gobierno durante 249 días.

Actualmente, Libia parece destinada a pasar por luchas similares, debidas más que nada a la presencia de poderosos agentes políticos que no forman parte del CNT. Por ejemplo, el Consejo Militar de Trípoli, formado por 20.000 hombres, que controla la capital, ha sido xxx independiente del CNT y forzó la salida de su primer ministro de Asuntos Exteriores, Mahmoud Jibril.

Entretanto, el Consejo Revolucionario de Trípoli rival ha advertido que, si no se atendieran sus exigencias de representación, derribaría a cualquier gobierno futuro. Además, el CNT afronta presiones de los bereberes de Libia, que constituyen el diez por ciento de la población y ya han salido a la calle a iniciar los nuevos acuerdos políticos y rechazan cualquier sistema que no haga sitio a su cultura y su lengua.

Esa disensión podría resultar agravada por dos factores más. El primero es la competencia entre las ciudades más importantes por hacer valer sus derechos a los frutos de la revolución: Misurata, donde se exhibió el cadáver de Gadafi; Trípoli, donde se celebró la ceremonia de liberación, y Zintan, en la que se mantiene preso al hijo de Gadafi, Saif Al Islam El Gadafi. Y todos ellos, como la mayoría de los libios, comparten la esperanza, carente de realismo, de que su recién conseguida libertad resuelva de algún modo sus desdichas socioeconómicas.

El segundo factor que complica la situación es el de que el poder político está ahora en manos de milicias rivales. Las rivalidades intestinas que comenzaron xxx el pasado mes de noviembre entre guerreros de Zawiya y Warshefana y entre las diversas facciones de Trípoli serán difíciles de desactivar, pues los thowar (“revolucionarios”) han rechazado los repetidos llamamientos del CNT para que abandonen las armas. Trípoli corre peligro de volverse como Bagdad hacia 2005, con diferentes grupos que controlaban el territorio e instituyeron una economía política clientelistas de barrio.

La competencia interurbana y la desafiante independencia de las milicias resultan tanto más preocupantes cuanto que Libia está plagada de armas, con alijos no vigilados, arsenales abandonados, depósitos de municiones saqueados y miles de misiles térmicos tierra-aire de los que se disparan desde el hombro. El pasado mes de noviembre, Mojtar Belmojtar, el comandante de Al Qaeda en el Magreb Islámico, confirmó que su organización aprovechó la oportunidad para hacerse con parte de ese arsenal cuando comenzó la revolución.

Entretanto, no es probable que los objetivos de Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos, la Liga Árabe, la OTAN y Qatar, todos los cuales han desempeñado un papel en la transformación de Libia, vayan a ser los mismos. Dicho de otro modo: también es probable que las presiones exteriores orienten a Libia en varias direcciones diferentes, lo que no hará sino retrasar aún más un proceso autónomo y sostenible de construcción del Estado.

Gadafi dejó tras sí una bomba-trampa. El desplome del gobierno autoritario creó un vacío de seguridad sin un aparato estatal en funcionamiento, por lo que Libia quedó enormemente expuesta a la influencia internacional, con frecuencia al servicio de intereses empresariales. Para evitar la repetición de los costosos errores cometidos en el Iraq, Libia necesitará a dirigentes diestros, que puedan elaborar una nueva concepción nacional con la que unificar a autoridades rivales, controlar a las milicias indisciplinadas y reducir al mínimo la vulnerabilidad estratégica del país.

Por Mohammad-Mahmoud Ould Mohamedou, jefe del Programa de Oriente Medio y Norte de África en el Geneva Center for Security Policy.

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