Libia, los días después

¿Qué cuestiones urgentes hay por delante en Libia después de la caída de Muamar el Gadafi? Diversos grupos armados (se han llegado a contabilizar hasta 36) provenientes del este, el centro y el oeste del país consideran que han alcanzado la victoria. Los miembros del ejército y las diversas organizaciones de seguridad se han entregado, huido o han sido víctimas de las batallas.

La primera y urgente recomendación que ha recibido el Consejo Nacional de Transición (CNT) es no incurrir en los errores de Estados Unidos en Iraq, especialmente no licenciar al ejército ni echar a la calle a los administradores del Estado. Esas dos medidas pondrían a miles de personas, muchas de ellas armadas, en contra del nuevo régimen.

Pero, ¿qué hacer con los miles de hombres en armas que consideran que gracias a ellos se ha logrado la victoria? ¿Qué papel deben tener sus líderes? Libia necesita reformar el cuerpo de policía y formar un ejército profesional. Esto supone profesionalizar y centralizar lo que había, y darles una salida honrosa a quienes lucharon contra Gadafi con el fin que entreguen sus armas y vuelvan a la vida civil. ¿Quién asume esa tarea? Algunos, si no todos los líderes, y sobre todo los que representan a grupos tribales (hay 140 tribus en el país y gran diversidad étnica y religiosa), querrán tomar decisiones, especialmente las que se refieran a las armas, instrumentos indispensables de protección de sus comunidades ante la percepción de que no existe un Estado en el que delegar el principio del uso de la fuerza y que ofrezca garantías.

El nuevo gobierno necesita funcionarios con experiencia. Una amplia política de reconciliación que evite represalias excepto a quienes hayan cometido crímenes de sangre, ayudaría a convencer al funcionariado de trabajar para el nuevo gobierno. La guerra ha destruido parte de la infraestructura de producción y exportación del petróleo. Respecto a los recursos, el Gobierno de Gadafi vendió la quinta parte de las reservas de oro durante los meses que duró el levantamiento. El CNT tendrá que recuperar los fondos que el régimen tenía invertidos fuera, especialmente a través de la compañía Libyan Investment Authority (con sede en Londres).

Los fondos conocidos suman 150.000 millones de dólares en bienes y pagos por petróleo que fueron congelados internacionalmente. Es crucial que estos fondos reviertan en inversiones que creen empleo y restauren los servicios para la población. Sin la ayuda de la OTAN, los rebeldes no hubiesen podido triunfar, pero si Europa y Estados Unidos quieren iniciar una nueva era de relación con el mundo árabe, deben cooperar pero también poner freno a su avaricia y a la de sus sectores privados.

El CNT, que tiene serias dificultades internas, calcula que el proceso de terminar la guerra, llamar a los representantes de los grupos sociales y tribales a un diálogo nacional, discutir y celebrar un referéndum sobre una Constitución y convocar elecciones, puede durar casi dos años. Dos temas decisivos para el futuro del país serán el papel de los islamistas y el de las mujeres (a las que casi no se ha visto en esta revuelta, al contrario que en Egipto). Las elecciones, el Gobierno y la Constitución que emerjan de este proceso deberán ocuparse de fijar las bases para la reconstrucción y transformación de un estado patrimonialista y clientelista en uno democrático. En una sociedad de corte tribal y rica en recursos, el debate sobre un Estado centralizado o federal será fundamental. Si se puede aprender de Iraq, los enfrentamientos sectarios entre los grupos armados pueden dinamitar el proceso. Una de las posibles fricciones es la gestión de los beneficios de las exportaciones energéticas, especialmente entre las zonas productoras y no productoras de petróleo y gas. El CNT debe establecer, junto con un sistema impositivo, que la gestión sea transparente y fijar reglas claras a los gobiernos, bancos y empresas extranjeras con el fin de acabar con la corrupción que existía entre ellos y la élite de Gadafi a través de dobles facturas, sobreprecios y cuentas secretas.

Una cuestión inmediata es la de los inmigrantes, que han sido víctimas del conflicto desde febrero. Libia ha sido hasta ahora un muro al servicio de la Unión Europea (pagado por Italia) para frenar a 2.5 millones inmigrantes en los últimos años, mientras absorbía a otros como mano de obra. El nuevo gobierno tendrá que analizar si quiere seguir cumpliendo ese papel. Se calcula que en Libia había antes de la rebelión 1.5 millones de inmigrantes ilegales y 750.000 legales, provenientes de diversos países de África, Oriente Medio y Bulgaria. Ante los ataques racistas por parte de los rebeldes, es urgente que el CNT establezca una política de protección de los extranjeros. Una primera prueba de voluntad democrática y de respeto a los derechos humanos.

Por Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre (Noref) en Oslo.

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