Librando las batallas justas

Por Jeffrey D. Sachs, profesor de Política en la Universidad de Columbia. Su último libro es El fin de la pobreza (EL MUNDO, 10/04/06):

La Guerra de Irak no es una tragedia sólo por las muertes, la destrucción y la pérdida de miles de millones de dólares en inversiones desaprovechadas, sino también porque supone un mal encauzamiento de los esfuerzos humanos en todo el mundo.

Nuestros mayores desafíos en la Tierra no son los choques de civilizaciones del tipo nosotros contra ellos, sino los desafíos de todos juntos para prevenir catástrofes ecológicas y sanitarias que acechan a la vuelta de la esquina. Para que el presidente George W. Bush disponga de una mínima oportunidad de ganarse las mentes y los corazones de Oriente Próximo, no tiene que ponerse al frente de la guerra, sino de la ecología para ayudar a la región a enfrentarse a los miles de desafíos que presentan la escasez de agua, la crisis sanitaria y la falta de empleo que ha invadido la región y que constituye el núcleo de su inestabilidad.

Quizá nuestro mayor problema en estos tiempos es que nuestros políticos se mueven en la superficie de los acontecimientos, sin comprender las realidades subyacentes. El desastre del huracán Katrina reveló algo más que la pobreza de Nueva Orleans; también descubrió un Gobierno incapaz de enfrentarse con el impacto ecológico de la intensificación de los huracanes en el Caribe, o con los desafíos de la ingeniería medioambiental en un ecosistema frágil bajo enorme presión humana y natural. El desastre de Darfur es al menos tanto una crisis ecológica debido a la creciente escasez de agua, lo que da por resultado la intensificación de los conflictos entre pastores y agricultores sedentarios, como una crisis política para el gobierno de Sudán.

La Administración de Bush se muestra insólitamente ignorante y hostil hacia la ciencia, especialmente hacia las ciencias biológicas y del medio ambiente, pero los problemas son más profundos y van más allá de Estados Unidos y su actual Administración. Los gobiernos de todos los países no están preparados para hacer frente a los desafíos que plantea el desarrollo sostenible, es decir, cómo conciliar el deseo de un aumento del nivel de vida con la creciente presión impuesta en los frágiles ecosistemas del planeta por las actividades económicas.

El Gobierno de Estados Unidos presenta exigencias a otros países, e incluso los invade, sin ningún indicio de que son conscientes de que estos países ya se enfrentan a desafíos decisivos sobre el cambio climático, la deforestación, el hambre, las enfermedades infecciosas, la deficiencias de las infraestructuras, la degradación de la tierra, el crecimiento de población y la escasez de agua, todos los cuales afectan profundamente sus posibilidades de estabilidad, prosperidad y democracia.

Aunque resulte terrible, lo cierto es que prácticamente todos los ecosistemas del planeta se encuentran bajo una presión humana tremenda y sin precedentes. Los océanos se están quedando sin peces, corales y otras formas de vida marina a un ritmo sorprendente.El cambio climático no es un temor del futuro, sino un proceso que ya está en marcha. Los bosques tropicales se están talando, con la consiguiente pérdida de especies y de hábitats, a un ritmo pasmoso, que podría ser irreversible. Los residuos tóxicos están arrasando costas, estuarios y otras zonas vulnerables.

Todo esto está ocurriendo en un planeta que tiene un producto bruto de alrededor de 50 trillones de dólares y una población de 6.500 millones de habitantes. No obstante, la actividad económica mundial podría multiplicarse por cuatro y quizá incluso más para el año 2050, como resultado del continuo crecimiento poblacional junto con el sensacional -y deseable- incremento del ingreso per cápita en Asia y quizá en otras partes del mundo. La mala noticia, sin embargo, es que este aumento será una pesadilla ecológica si se obtiene con el actual régimen de saqueo de recursos y de uso de la tecnología.

No se llegará a la victoria a través de la democratización dirigida e impuesta militarmente por Estados Unidos en Oriente Próximo.La democracia llegará a Oriente Próximo y a otras regiones, pero no a punta de pistola ni por órdenes de Washington. El cambio político será interno, y se verá acelerado si no se produce una intromisión directa por parte de Estados Unidos. El método más seguro para establecer la democracia en Oriente Próximo y otras regiones inestables es a través de un desarrollo sostenible y eficaz que aumente los ingresos, reduzca las vulnerabilidades a los peligros naturales y refuerce la sociedad civil y las clases medias.

Para llevar adelante este esfuerzo, hay que tomar tres medidas.Primero, Estados Unidos y otros gobiernos deben refrescar su memoria y recordar las promesas solemnes que han hecho -en la Cumbre de Río de 1992, la Cumbre del Milenio de Naciones Unidas de 2000, y la Cumbre Mundial de Johannesburgo sobre desarrollo sostenible de 2002-, para luchar contra la pobreza extrema e impedir el cambio climático, la extinción de especies y la degradación de los hábitats terrestres y marinos.

Segundo, el presidente estadounidense y sus homólogos de otros países deberían dedicar tiempo a escuchar atentamente a sus más destacados científicos. Van a oír mucho que les ayudará a ver desde otra perspectiva el conflicto de Irak y la guerra contra el terrorismo. Los científicos insistirán en la urgencia de las amenazas medioambientales y explicarán que los desafíos ecológicos mundiales unen al mundo para abordar problemas que son enormemente más importantes que las cuestiones superficiales que nos dividen.

Tercero, la inmensa y casi inimaginable pérdida de vidas y de dinero en Irak debería detenerse para reencauzar, rápida y decididamente, los recursos hacia proyectos comunes de reducción de pobreza y de sostenibilidad medioambiental. La Guerra le está costando a Estados Unidos más de 1.000 millones de dólares cada año. Esta enorme cantidad de dinero, si se destinara a proyectos para luchar contra la pobreza extrema, controlar la malaria y la gripe aviar, garantizar un suministro de agua segura en Oriente Próximo y restaurar nutrientes en las tierras empobrecidas de las granjas africanas, salvaría millones de vidas cada año.

Estos esfuerzos también pondrían fin rápidamente a esta pesadilla autocumplida del choque de civilizaciones, y revelarían la verdad profunda de que los pueblos de todo el mundo están dispuestos a cooperar a pesar de las divisiones religiosas, nacionales y sociales para proteger nuestro planeta y poder legar a nuestros hijos un mundo seguro y próspero.