Librepensadores

En el título de un libro del irlandés John Toland (1670-1722) «Christianity not misterious» (1696) en la Inglaterra anglicana, parece ser que aparece por primera vez la palabra «freethinkers», que hizo fortuna y fue denominación que muchos se autoasignaron como actitud representativa de hombre ilustrado, partidario del racionalismo, originaria de una actitud displicente y despreocupada ante la Fe y los planteamientos doctrinales de la religión de los jóvenes «ilustrados» partidarios decididos del progreso, que opinaban con absoluta libertad de los temas teológicos más profundos como algo baladí que no presentaba importancia alguna comparados con los dogmas científicos y técnicos de la cultura humana. En definitiva, el pensamiento libre era una de las «luces» con las que se intentaba barrer lo que ellos mismos llamaban el oscurantismo y, desde luego, todo principio de autoridad.

John Toland, aunque de padres católicos, se convirtió al presbiteranismo, vivió en Oxford y escribió el libro, tratado de filosofía deísta que causó un gran escándalo y fue condenado por el Parlamento irlandés y se vio obligado a huir, dedicándose a la política y defendiendo el liberalismo de los «whigs». Escribió innumerable número de panfletos contra el cristianismo, participando activamente en el movimiento enciclopedista francés, previo a la revolución francesa.

En España sólo afectó a una pequeña minoría. Se trata, pues, de un «combate» propio de la pubertad y la juventud. En Francia, sin embargo, tomó otros derroteros. La razón de esta diferencia quizá radica -pues no parece probable que exista un principio que pueda regir, significar y dar sentido a esta sinrazón- que en la España rural el viejo corazón cristiano continuaba ejerciendo peso indiscutible a través de las tres poderosas influencias ejercidas sobre la familia tradicional: la parroquia, el municipio y la escuela. Es cierto que en esa España se cebó mucho más el anticlericalismo, pero el respeto institucional se mantuvo fuerte. El P. Isla, en su «Gerundio de Campazas alias Zotes», expresa su bien fundada opinión de que, más que de ateos, hay que hablar de «libertinos impíos», de gente que arrastrada por el gusto de los placeres se separa momentáneamente de la Iglesia, e incluso de Dios.

El historiador francés Jean Sarrailh explica cómo al pasar del francés al español la palabra «libertino» lo ha hecho teniendo como principal significado la del sujeto poseedor de dinero que se introduce en una vida desenfrenada e inmoral, que prevalece por esa vía sobre la de irreligioso e impío, hasta que finalmente también esta cae al abismo. A medida que transcurre el siglo XVIII puede comprobarse -como se refleja en muchos escritores de costumbres- cómo en la sociedad aristocrática progresa incontenible el libertinaje de vida, con el consiguiente desprecio y despego de las normas de educación social, política y religiosa.

Puede comprobarse esto como un resultado del aumento de los viajes, el cosmopolitismo, e incluso las guerras revolucionarias, civiles y conquistas imperiales y el inevitable libertinaje de vida apreciada en otras capitales europeas. Al venir a España aquellos españoles que los habían presenciado y participado sólo traían a sus emplazamientos urbanos los defectuosos; la impiedad, desde luego, una de cuyas modas fue el «librepensamiento».

Esto se aprecia perfectamente en las «Cartas Marruecas» del ilustrado español José Cadalso, así como en el largo amanecer de la literatura costumbrista del siglo XIX. El mayor representante del librepensamiento en España fue Pedro de Abarca y Bolea, Conde de Aranda, y otro, no menor, Pablo Antonio de Olavide. Cuando este último regresó a España mostró gran arrepentimiento en su desviación de la fe. También son ejemplos los fabulistas Samaniego e Iriarte. Este último fue vigilado por la Inquisición, sobre todo por su poesía heterodoxa representada por «La Barca de Simón», donde comentaba in extremis una conocida parábola de los Evangelios que Menéndez Pelayo, en su gran investigación «Historia de los Heterodoxos Españoles», considerada como la poesía heterodoxa más antigua en lengua castellana.

Mario Hernández Sánchez-Barba, Catedrático de Historia de América. Universidad Francisco de Vitoria.

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