Libros que vuelven a vivir en Kabul

EL 5 de mayo de 2021, el decano de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, Eugenio Luján, hacía entrega a los representantes de la Embajada de Afganistán en España de los primeros mil libros que debían conformar la Biblioteca Básica del Español en la Universidad de Kabul. Aquel acto era, a un tiempo, la culminación de un proyecto que, desde el Vicedecanato de Cultura, había coordinado en 2019 –y que se vio interrumpido por la pandemia del Covid–, y el inicio de un ambicioso programa de apoyo a los estudios de español en Kabul, donde estaba implicada también la Embajada de España en Afganistán, que culminaría con becas y formación de profesores afganos para que completaran en España sus estudios de posgrado. Aquel 5 de mayo, los libros permanecían en sus cajas sonrientes, como así estábamos los profesores y alumnos que habíamos donado nuestros ejemplares, y las editoriales que habían participado en el programa: Cátedra, Sial-Pigmalión, Visor, FCE y la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón.

En el mes de julio, en una ceremonia en la Embajada en Afganistán, se hizo entrega simbólica de los libros a los profesores responsables del departamento de Español en Kabul. Libros que habían llegado gracias a uno de los últimos vuelos militares españoles, a la espera de la llegada de nuevos ejemplares. Pero ya no salieron más libros.

El 15 de agosto los talibanes entraron en Kabul.

El guion del fracaso político de Estados Unidos y de los países que lo acompañaron se había cumplido según lo esperado y temido por tantos. A partir del anuncio de la retirada de las tropas estadounidenses, el destino de Afganistán estaba ya vendido en las bolsas de los negocios y de la corrupción, del fanatismo y de la falta de derechos. Era cuestión de tiempo. Pero nunca se pensó que fuera en tan poco tiempo.

La historia llenó los titulares de los periódicos durante semanas, a medida que iba llegando el plazo final de la evacuación, de la dificultad de ayudar a las miles y miles de personas que sabían su vida amenazada en el nuevo régimen talibán por haber trabajado por un país diferente, en los atentados en el aeropuerto de Kabul, en las carreteras vigiladas camino de Pakistán o en los puestos fronterizos controlados.

Como tantos otros, aquellos días los viví con la desesperación de la derrota anunciada, de las imágenes que se publicaban o se emitían en televisión en que se apreciaba la oscuridad que llegaría a tantas mujeres, a tantos profesionales, a tantas personas. Pero además lo viví sintiendo cómo tiritaba en mi ordenador un correo electrónico de la Embajada de Afganistán para cerrar un cita en septiembre y comenzar con el programa de apoyo a los estudiantes y profesores afganos de español, o recordando las decenas de cajas con los libros que se habían quedado en un rincón en la Embajada de España en Kabul. Esos mismos libros asustados, con miedo a ser convertidos en una pira inútil de fuego, ya lejos de las esperanzas y los sueños de hacía tan solo unos meses, unos días.

Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Y eso que nosotros lo vivíamos a miles y miles de kilómetros.

Durante meses, todos mantuvimos la respiración. Lo más inmediato, lo más urgente fue acoger a los cientos de refugiados, atenderlos, apoyarlos, darles ese abrazo que todos necesitamos. Y darles un futuro, la posibilidad de un futuro, aunque fuera a miles de kilómetros de las tumbas de sus antepasados.

Todos contuvimos la respiración y, sin saberlo, éramos conscientes del silencio, de la oscura injusticia que caía sobre Kabul, de las dificultades que miles y miles de afganos, que millones y millones de afganas tenían para levantarse cada mañana, de llegar con vida al fin del día. Y en cada momento, un sueño perdido, una derrota y una sumisión más. Cada día, Kabul se volvía más invisible.

El 10 de febrero de 2022, me llegó un correo electrónico desde allí, como una botella que se lanza al mar de la desesperación, que también puede ser el de la esperanza: «Soy Sarah Walizada, la antigua directora del departamento Español de la Universidad de Kabul. Le comunico desde Kabul para compartirle la situación que sufre el departamento de Español en esta parte del planeta». El departamento contaba por aquel entonces con cerca de 150 alumnos, y con solo… una profesora: la propia Sarah, que tenía que hacer frente a todos los problemas de mantener un departamento que deseaban que desapareciera por falta de docentes, y, además, hacerlo como mujer, mujer que se le deja mantener su trabajo por la falta de hombres, de profesores varones.

Y Sarah –como otros compañeros suyos, como otros tantos que siguen en Kabul y en otras ciudades de Afganistán, aunque siente que «no son»– mantiene con su esfuerzo, con su trabajo, con su fortaleza (cada vez más debilitada) encendida la llama de la esperanza. Luchan cada día para que no esté todo perdido, a pesar de encontrarse, día a día, cada vez más solos.

Pero ella sabe que no está sola. Los libros de la Biblioteca Básica del Español ya están en las estanterías de la Universidad de Kabul. Y allí los estudiantes (tres días los varones y otros tres días las mujeres) pueden ir a consultarlos, leerlos, hacerlos suyos. Y con los libros, el material que les vamos haciendo llegar un grupo de profesores de todo el mundo. Y con ellos, estudiantes que se convierten en tutores de su compañeros en la distancia de la geografía, pero no en el amor por el aprendizaje del español y por la cultura española.

Ha acabado en Kabul un nuevo curso universitario, y en aulas diferentes se han examinado, un año más, los estudiantes de español. Y lo han hecho acompañados por los libros que les habíamos enviado. Y lo han hecho porque en Kabul, porque en Afganistán siempre hay quijotes, personas que anteponen sus ideales a su conveniencia y obran de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que consideran justas. Gracias a ellos, a gentes como Sarah Walizada, los libros vuelven a vivir en Kabul. Solo necesitan que nosotros no les dejemos solos, una vez más.

José Manuel Lucía Megías es catedrático de la Universidad Complutense y escritor.

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