Liderazgo en tiempos de contagio

Busquen en Google «Europa» y «crisis», y encontrarán 784 millones de resultados. Esos términos aparecen juntos con tanta frecuencia que bien podría tratarse de un sustantivo compuesto. Con cada nueva eurocrisis, los comentaristas se preocupan por la supervivencia del proyecto europeo.

En la superficie, muchas eurocrisis parecen similares. Los gobiernos europeos atraviesan distintas fases de duelo —desde la negación y el enojo a la reconstrucción y aceptación— y eventualmente culpan a los sospechosos de siempre. Para los europeos del norte, el problema siempre está en el sur de Europa; para los del sur, los alemanes son los malos y China es un posible salvador.

Pero, por supuesto, hay diferencias fundamentales entre la generación de líderes que guiaron a Europa a través de la crisis financiera de 2008 y quienes luchan hoy contra la COVID-19. Eso quedó claro este mes cuando el ex primer ministro británico Gordon Brown  se lanzó a  recorrer los medios para compartir las lecciones que aprendió mientras ejerció el cargo.

Gracias a su respuesta proactiva a la crisis de 2008, que incluyó la organización de la cumbre del G20 en abril de 2009 donde los líderes mundiales acordaron una respuesta coordinada de política económica, algunos comentaristas han  sugerido  que Brown salvó por sí solo al sistema financiero mundial. Ahora, Brown pregunta porque los líderes actuales no han organizado una cumbre similar para anticiparse a las secuelas económicas de la pandemia.

Los líderes actuales tienen una percepción fundamentalmente indistinta. Brown, el presidente estadounidense Barack Obama y el presidente francés Nicolas Sarkozy dejaron sus puestos a Boris Johnson, Donald Trump y Emmanuel Macron (a quienes podríamos agregar al primer ministro danés Mette Frederiksen, el primer ministro italiano Giuseppe Conte y el primer ministro austríaco Sebastian Kurz).

Los instintos políticos de esos líderes fueron moldeados por la fuerte y amplia reacción contra la clase dirigente pos-2008 y contra la globalización en términos más generales. Los líderes actuales son decididamente menos atlantistas que sus predecesores. Cuando eran jóvenes adultos, presenciaron la desastrosa guerra estadounidense en Irak y observaron cómo el nacimiento de una crisis financiera Estados Unidos se expandió hasta llevar el caos al mundo entero. A diferencia de sus predecesores, ven a Estados Unidos —al menos, al Estados Unidos de Trump— más como una fuente de problemas que de soluciones.

La orientación de los líderes europeos actuales es mucho menos neoliberal en cuanto a la política económica. En el período posterior a 2008, incluso los socialdemócratas que habían exigido medidas de estímulo a gran escala resultaron relativamente conservadores y abrazaron en mayor o menor medida la austeridad. Después de haber atravesado esos años en que hubo que ajustar los cinturones, la nueva generación es mucho más intervencionista y no solo en términos económicos. En la crisis de 2008, el mayor de los miedos —por citar a Roosevelt— era el propio miedo, por lo que los gobiernos tenían que transmitir normalidad. Hoy, los gobiernos deben promover y utilizar el miedo para contener al virus mortal.

Tampoco esta cosecha de líderes comparte la confianza de la generación anterior en el gobierno mundial. Por el contrario, su primer instinto frente a la COVID-19 no fue organizar una cumbre global sino cerrar sus fronteras y renacionalizar las cadenas de aprovisionamiento. Esta reacción puede reflejar la experiencia de la crisis de refugiados de 2015, cuando el gobierno multilateral pareció fracasar en forma espectacular.

Eso nos lleva a la líder que une ambas eras: la canciller alemana Angela Merkel. Mientras pasaban las generaciones políticas, Merkel quedó. Mantiene su puesto desde 2005 y ha logrado cambiar continuamente su perspectiva para reflejar los instintos que prevalecen en cada crisis.

Desempeñó un papel activo en la respuesta cooperativa a la crisis de 2008 y se convirtió en la cara de la Willkommenskultur (cultura de bienvenida) de la Unión Europea en 2015, cuando el bloque recibió aproximadamente a un millón de refugiados, pero ahora ha cerrado las fronteras alemanas. Después de 2008 se unió a la iniciativa neoliberal en favor de la austeridad, pero ahora acordó abandonar la política presupuestaria alemana de «cero negro» (déficit cero) y anunció que su gobierno hará todo lo necesario para salvar a la economía alemana. Su legado se centrará probablemente en que mantuvo unida a la UE a través de múltiples crisis. Pero muchos la criticaron por  no mencionar a Europa en absoluto en un reciente  discurso nacional, el primero desde que asumió el cargo.

Dadas esas tendencias hay quienes sostienen que mientras los líderes de la crisis financiera lograron rescatar a la UE del borde del abismo, es más probable que la generación corona la destruya. ¿Están en lo cierto?

La reacción inicial a la pandemia no es una buena señal. Los gobiernos europeos están en desacuerdo y sus ciudadanos cuestionan cada vez más la propia idea de la interdependencia, especialmente cuando involucra a desconocidos ajenos a su comunidad inmediata. Por otro lado, todas las eurocrisis han ensombrecido la interdependencia cosmopolita. En cada crisis, los euroescépticos han criticado el proyecto europeo porque compromete el control nacional, ya sea sobre las fronteras, la seguridad o el dinero. El momento de la COVID-19 no es la primera vez en que los europeos temen las consecuencias de una mayor integración. Habrá una batalla de narrativas en los próximos meses sobre cuál será el origen de la salvación, si la cooperación o el aislamiento.

La tarea para los líderes actuales, entonces, es lograr que la interdependencia sea nuevamente percibida como algo seguro. Y, de una extraña manera —dada su falta de religión europea— estos líderes pueden contar con credibilidad para argumentar a favor de la cooperación, demostrando que es la mejor forma en que los países europeos pueden proteger a sus ciudadanos.

En el frente económico, el Banco Central europeo parece estar encontrando el camino después de algunos fallidos mensajes iniciales. Se ha comprometido a hacer «todo lo necesario» para estabilizar la zona del euro y las economías que la componen. Las instituciones europeas ahora necesitan encontrar formas de complementar las respuestas de los estados miembros, financiando la investigación, obteniendo equipos de protección y respiradores, compartiendo información, participando en conversaciones mundiales, sosteniendo al mercado único e incluso desarrollando «coronabonos».

Si los líderes de la UE logran demostrar que el bloque es un socio y no una amenaza para la soberanía nacional, es posible que la generación corona establezca unos cimientos más sólidos para el futuro europeo que la generación de 2008.

Mark Leonard is Director of the European Council on Foreign Relations.

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