Liderazgo

Hace algunos años, en un congreso que se celebraba en Ciudad de México, participaba en una mesa redonda sobre liderazgos políticos. Uno de los miembros de la mesa, representante de una empresa cazatalentos, se encontró con una pregunta de uno de los asistentes que quería saber si los líderes nacen o se hacen. El representante de la empresa, por supuesto, contestó que se podía aprender a ser líder, que los líderes se construyen a través de técnicas y métodos adecuados.

El que suscribe se quedó pensando que quizá la alternativa que incluía la pregunta no era del todo correcta. Seguro que hacen falta aptitudes naturales para poder ser líder. Seguro que se pueden aprender cosas útiles de la mano de los metodólogos, ese enjambre de modernos alquimistas que inundan los congresos. Pero lo más importante para ser líder es el poder llegar a serlo sabiendo percibir las potencialidades de una situación difícil y complicada, incluso grave y peligrosa, traduciéndolas en oportunidad.

El que sabe discernir una situación, por muy grave y complicada que sea, como oportunidad para construir el futuro se puede convertir en un líder, aunque hasta ese momento no lo fuera, ni nadie pudiera prever que fuera a serlo. Pero para poder llegar a desarrollarse como líder, además de transformar la gravedad de la situación en oportunidad de futuro, es preciso que los conciudadanos perciban en el líder potencial un proyecto, una idea que vaya más allá de sus intereses personales, algo que suponga desbordar los intereses partidistas del implicado. Esa percepción depende de elementos invisibles e intangibles que poco o nada tienen que ver con la repetición de que no existen tales intereses partidistas o electorales.

La frustración de las esperanzas siempre coloca en situación complicada a las sociedades. Lo hace incluso con aquéllos que se refugian en el 'ya lo decía yo', y se regocijan por lo bajines. La frustración de las esperanzas complica mucho la situación incluso para éstos. En esas condiciones surgen situaciones que requieren liderazgo político, no aprovechamiento electoral y partidista fácil.

Al fin y al cabo, el arte de la política sigue consistiendo básicamente en gestionar de manera adecuada los miedos y las esperanzas de las sociedades. En la sociedad vasca y en el conjunto de la sociedad española podemos estar acercándonos a una situación de éstas. Incluso esperando que el proceso de desaparición de ETA continúe, no es perder el tiempo recordar a los partidos políticos, especialmente a los dos grandes, PSOE y PP, que puede estar llegando la hora del liderazgo de verdad. Tanto si se trata de aunar esfuerzos para que pueda avanzar lo que parece hallarse estancado, como para retomar conjuntamente posiciones que permitan seguir buscando el mismo fin, la desaparición de ETA, bajo supuestos algo cambiados respecto a los que hemos manejado en los últimos meses.

No eran pocas las voces que, al tiempo que ETA anunciaba su alto el fuego permanente, manifestaban que la condición fundamental, o por lo menos una de las más importantes, para que la apuesta tuviera éxito radicaba en la unidad de los dos grandes partidos. Y si algo ha sido evidente durante todo este tiempo, lo ha sido la división entre esos dos partidos. Sin ánimo de equidistancia se puede afirmar que el presidente no ha puesto todo el esfuerzo que la situación requería en buscar el acuerdo con el PP. Y tampoco el PP ha estado en la disposición requerida para mantener la unidad.

Porque si el Gobierno y el PSOE tienen razón cuando afirman una y otra vez que el Pacto Antiterrorista exige de la oposición no utilizar el terrorismo como instrumento de la lucha partidista, es evidente que si los supuestos en los que se basa el pacto, una forma determinada de luchar contra ETA, varían, lo primero que tiene que hacer el responsable de dirigir la nueva forma de luchar contra el terrorismo es conseguir la confianza del partido en la oposición. El Gobierno tenía derecho a iniciar los esfuerzos que ha realizado para conseguir la desaparición de ETA. Ha actuado con responsabilidad indagando las posibilidades de ver lo que había tras la declaración de Anoeta por parte de Batasuna, y tras el alto el fuego de ETA. La oposición tenía el derecho de criticar formas concretas, paso concretos, tenía el derecho de apuntar riesgos, de exigir cautelas, incluso de denunciar gestos, pero sin poner en duda la legitimidad del esfuerzo.

A partir de ese doble reconocimiento, la gravedad de la situación exige que ambos partidos asuman el liderazgo político del momento. El verdadero líder lo es del conjunto de la sociedad. No está a la altura de la situación el que es jaleado por los suyos y denostado por los otros: ése es cabecilla, no líder. Y lo que necesita la ciudadanía en estos momentos de zozobra, de estancamiento, de paulatina frustración de esperanzas es que los partidos políticos que cuentan asuman el verdadero liderazgo político: buscar la unidad en lo sustancial, acordar las discrepancias, ofrecerse mutuamente espacio de maniobra, pero eliminar la radicalidad de la crítica.

Ni el presidente Zapatero ni el PP serán responsables si ETA vuelve a las andadas. Sólo lo será ETA. Si el Pacto Antiterrorista sigue formalmente vigente, nadie tiene que volver a él y a nadie se le puede exigir que vuelva a él. Lo que requiere es una relectura conjunta. Si la resolución del Congreso no fue apoyada por ambos partidos a causa de su ambigüedad, lo que se requiere es una clarificación de la mano de ambos partidos. Si ambos partidos están de acuerdo en que no se puede ni se debe pagar precio político alguno, en lugar de hablar de cesiones o de rendición por un lado, y de torpedear y no querer la paz por otro, lo que se requiere es una aproximación conjunta al significado y al contenido de la afirmación de que lo que se haga deberá hacerse dentro de la legalidad y dentro de la Constitución.

Los analistas políticos de una parte han llegado a la conclusión de que el Partido Popular ha decidido no hacer ningún esfuerzo de aproximación a Zapatero. Los analistas políticos de la otra parte han llegado a la conclusión de que Zapatero buscaba desde el principio el rédito electoral del éxito del proceso. Tanto unos como otros, y los estrategas de cada partido, debieran recordar que el gran líder británico de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, fue echado del Gobierno al poco de ganar, junto a los otros aliados, esa guerra: parece que los ciudadanos perciben que las cuestiones de violencia, de sangre y de muertes o asesinatos no son cosas para manipular con facilidad de cara a ganar unas elecciones.

Para los ciudadanos vascos, en cualquier caso, parece que la máquina del tiempo ha dado marcha atrás. Era Joseba Álvarez quien decía recientemente que la solución al conflicto vasco no cabía en la Constitución. Si lo acaba de descubrir, ha sido un ingenuo. Si lo ha sabido siempre, pero nosotros creímos ver en la propuesta de Anoeta una disposición a luchar políticamente en el marco definido por la Constitución incluso para cambiarla, entonces los ingenuos hemos sido nosotros.

Pero conviene que tengamos muy claro que cuando Joseba Álvarez dice que la solución al conflicto vasco no cabe en la Constitución está afirmando que muchos vascos no caben en la solución. Y que al no caber en la solución son la causa del conflicto vasco. Porque, pase lo que pase con la desaparición de ETA, lo que no podemos es permitirnos el lujo de olvidar algunas cosas fundamentales. Entre ellas, que el llamado conflicto de Euskadi con el Estado lo es porque existe algo que se llama la complejidad y el pluralismo de la sociedad vasca. Si a esa complejidad y pluralismo se le llama conflicto, la única solución es negar a una parte de la sociedad. Si se le considera valor a preservar y desarrollar, la única solución posible es el pacto, el acuerdo, el compromiso entre los vascos. Y compromiso implica limitar y particularizar la identidad de cada uno, los sentimientos de pertenencia de cada uno para posibilitar la convivencia. Eso fue el Estatuto de Gernika. Y contra eso ha luchado siempre ETA con la violencia y el terror. No debiéramos olvidarlo nunca.

Joseba Arregui