Desde que el escritor Simon Sinek definiera la idea de «círculo dorado» en torno al liderazgo comprendemos mejor lo útil que resulta lo que él propone: someter a los líderes a un test de tres preguntas básicas para examinar quiénes son capaces de inspirar y quiénes no y, lo que es más interesante, conocer para qué lo hacen. Ejemplos entretenidos encontramos en la política para advertir, pongamos por caso, el para qué el presidente de los Estados Unidos provoca. El resultado del test nos arrojaría que, a base de alimentar a su personaje histriónico (what), jugando con las emociones populares (how), está consiguiendo poner en jaque las estructuras de orden y poder tradicional (why). Y así, mientras el personal mira al dedo, que en su caso es la anécdota, pocos repararían en la luna que sería lo esencial.
Este nuevo tipo de liderazgo aparentemente banal, pero con causa, abunda cada vez más en política utilizando la machacona técnica de lanzar bravatas por las redes sociales con el ánimo último de exacerbar populismos, nacionalismos y adhesiones de instinto primario. Así, cuanto más crecen los discursos en simplicidad más aumenta la polarización social. La narrativa se dispara, sin matices centrales entre el blanco y el negro, enfrentando a ricos y pobres, casta y ciudadanía, inmigrantes y patria, independencia y estado que nos roba... Verán que podríamos estar hablando de Trump lo mismo que de Jonhson, Salvini, Puigdemont, Torra o de todos aquellos que devalúan la verdad en favor de sus hechos alternativos, alterando las emociones colectivas mediante la tergiversación de la comunicación para conformar una opinión pública a su medida.
En su ensayo Las mejores palabras, Daniel Gamper argumenta que la alfabetización casi completa de la sociedad ha redundado en infoxicación por la acumulación y el carácter efímero de lo que se dice y escribe, lo que, en el caso de Trump, le permite lanzar mensajes en Twitter sin mayores consecuencias que el desconcierto; «la oposición si responde queda atrapada en su juego que es el de establecer caóticamente el orden del día político sin pasar por los procedimientos democráticamente establecidos».
Al mismo ritmo vertiginoso en que se propagan los mensajes caóticos o engañosos, estamos viendo caer el velo de la nueva política nacida al calor del crack de 2008, descubriendo que la diferencia entre la denominada vieja y nueva es que antes el político mentía entre subterfugios mientras que hoy se permite decir una cosa y la contraria sin lapsus de tiempo y sin el castigo popular exigente con la verdad. La nueva política se va desnudando… y la tradicional se desmorona a medida que las reglas del juego van tomando laxitud, se esfuman los controles parlamentarios, cede la independencia de las instituciones, se adormece la alfabetización democrática ciudadana y perdemos las referencias de los grandes sistemas representativos, como lo fueron el americano o el británico. Todo ello en el tiempo récord de apenas veinte años en que han irrumpido Wikipedia, Facebook, Twitter, Instagram, los blogs o WhatsApp, sin advertencia previa. El resultado es que hoy los políticos pueden vivir del cortoplacismo vacuo y ser tan vacuos como su cortoplacismo, sin más penalización inmediata que el creciente desprestigio de la propia clase política, mientras los ciudadanos seguimos adormecidos en la ensoñación de ser editores de nuestros instantáneos impactos a través de las redes sociales.
Como la energía que ni se crea ni se destruye sino que únicamente se transforma, las formas regladas que hasta ahora han asistido a la política en democracia van mutando a otro sistema, en dirección a la economía, al mundo empresarial que se afana por crecer en transparencia desde que los populismos decidieron trasladarle las responsabilidades de los avatares cotidianos de la crisis y desde que los políticos les apretaron con normativas que para ellos fueron aflojando. Así, en relación inversamente proporcional al maniqueísmo con que se ha encumbrado a políticos de show, se ha demonizado a los empresarios sin atender a otros elementos técnicos, de trabajo, dedicación, esfuerzo, asunción de riesgos, consecución de objetivos, apuestas de innovación o aceptación de deudas, hasta el punto de que un honesto emprendedor rehén por infortunio de acreedores no parezca merecer la asistencia que se reclama para quien asumió otro tipo de crédito o hipoteca. La lapidaria frase de Unamuno «que inventen otros» bien valdría para los emprendedores que abandonan al son de que «arriesguen los demás».
En medio del oleaje, es hora de reivindicar instituciones sólidas como reclama el ODS16 de la Agenda 2030 y de poner en valor el papel de las empresas y los empresarios responsables como motores de sostenibilidad y generación de riqueza social, sin los cuales es imposible alcanzar el resto de los objetivos, en lo se refiere a promoción de la salud, bienestar, educación de calidad, trabajo decente, crecimiento económico, en igualdad de género para garantizarnos un planeta sostenible con innovación y tecnología.
Resulta curioso observar cómo ahora que se desvanecen los controles en la política, las compañías, que ya no tienen obreros sino empleados, establecen normas de gobernanza, compliance o códigos de conducta, y hablan de personas, promueven la diversidad, fijan objetivos de igualdad y exhiben liderazgos disolventes de estereotipos en base a la exitosa receta de mezclar la técnica con las emociones. Hoy hay cientos de empresas responsables que buscan su «círculo dorado» no únicamente en torno al producto que ofrecen y a cómo lo hacen, sino también por qué propósito, causa o creencia lo trabajan, una filosofía con la que igualmente buscan configurar equipos motivados y leales. En este punto estamos, en la nueva revolución empresarial de las formas que llega con el propósito inspirador de los líderes 2030, los que quieren escuchar, buscan horizontalidad lejos del tradicional rol paternalista, piden desmantelar los despachos atalaya y se mezclan compartiendo zonas comunes. Digamos que, como sucede con la energía que únicamente muta, en esta época de incierta mudanza la democracia estaría desmarcándose de la política para adentrarse en la economía de la mano de las empresas sostenibles y los líderes responsables.
Gloria Lomana es presidenta de 50&50 Gender Leadership.