Líderes narcisistas

Sabemos por los especialistas en literatura antigua que han llegado hasta nuestros días varias versiones del mito de la bella ninfa Eco y el hermoso pastor Narciso. Sin duda, la narración más conocida es la recogida en Las metamorfosis de Ovidio, compuesta cuando alboreaba el primer siglo de nuestra era. Aunque el poeta romano se valió de éste y otros mitos para la recreación literaria, en la tradición griega constituían un excelente material para el perfeccionamiento moral al que todo ser humano debe aspirar.

En el dominio de la psicología, el término narcisismo, según afirmó Freud en el comienzo de su ensayo Introducción al narcisismo (1914), "fue elegido en 1899 por Paul Näcke para designar aquellos casos en los que el individuo toma como objeto su propio cuerpo y lo contempla con agrado, lo acaricia y lo besa, hasta llegar a una completa satisfacción", agregando unos renglones más abajo que ya él había sospechado que "una de las condiciones que parecían limitar eventualmente la acción psicoanalítica era precisamente tal conducta narcisista del enfermo". De ahí que los psicoanalistas más ortodoxos piensen que el narcisista, por haber retraído su libido a su propio yo, está impedido para establecer el vínculo objetal necesario con el psicoanalista que es prerrequisito para su cura. Asimismo, el vienense, en el texto aludido, achacó a los tocados por esta condición la tendencia a la megalomanía, la sobrevaloración del poder de sus deseos y de sus ideas, junto con una fe excesiva en la fuerza (mágica) de sus palabras.

Dejemos a un lado los antecedentes, pero no sin antes recordar que, en 1920, Freud precisó con acierto que el término narcisismo lo había acuñado el médico y sexólogo inglés Havelock Ellis (1859-1939) en 1898. Hoy, lo que se conoce como trastorno narcisista de la personalidad (TNP) es una entidad clínica, cuya descripción se debe sobre todo a los trabajos seminales realizados a finales de los años 60 del siglo pasado por dos médicos psicoanalistas de origen austriaco y afincados en EEUU por causa del nacionalsocialismo, Otto Kernberg y Heinz Kohut. Aunque esta patología no figurará en un sistema oficial de clasificación diagnóstica hasta la publicación de la tercera edición (1980) del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), una de las biblias de la patología mental. En dicho Manual el cuadro figura entre los trastornos de la personalidad del grupo B, que son los que combinan anomalías en el pensamiento y el afecto. El individuo con un TNP presenta un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o el comportamiento) que suele dar la cara al principio de la edad adulta, manifestándose -tanto en la vida laboral como social- en la forma que señalan al menos cinco de los nueve rasgos siguientes (DSM-IV-TR): 1) Tiene un grandioso sentido de autoimportancia: exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados. 2) Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios. 3) Cree que es "especial" y único, y que solo puede ser comprendido por, o relacionarse con, otras personas (o instituciones) especiales o de alto estatus. 4) Exige admiración excesiva. 5) Es muy pretencioso: tiene expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que esas expectativas se cumplan automáticamente. 6) Es interpersonalmente explotador: se aprovecha de los demás para alcanzar sus propias metas. 7) Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás. 8) Con frecuencia envidia a otros o cree ser envidiado. 9) Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios.

A menudo las personas con este trastorno son descritas como altivas, egocéntricas, manipuladoras y exigentes. Tienden a creer que las reglas no están hechas para ellas por alguna razón imaginaria o simplemente por ser tan singulares. Sin embrago, esperan que los demás las cumplan. Y para reafirmarse en el desmesurado concepto que tienen de sí mismos persiguen la cercanía o la foto con personajes eminentes, o fingen poses que gozan de prestigio en el imaginario colectivo, artificiosidad que Theodore Millon (1996) denominó "estatus por asociación". Aunque ven la paja en el ojo ajeno y les gusta reprobar a los demás con contundencia, son muy sensibles a la crítica -Gabbard (1994) los definiría como "hipervigilantes"- y, en no pocas ocasiones, su respuesta denota ira contenida, cuando no manifiesta.

El narcisismo -como sucede con otros muchos trastornos psíquicos y también somáticos- constituye un continuum, en el que no siempre resulta fácil establecer la raya fronteriza entre la autoestima saludable y lo que ya pertenece al dominio de la patología. Una dificultad adicional reside en el hecho de que algunos individuos, cuya conducta reúne los criterios de TNP, pueden tener gestos que traslucen generosidad (Gabbard y Crisp-Han, 2016).

Otro aspecto a tener presente es que estas personas no siempre se encuentran impedidas -por causa de su trastorno- para ocupar o aspirar a posiciones de poder y prestigio. Es más, pueden atesorar el talento suficiente para lograr el éxito. A lo que les ayuda su empeño por lucir ante los demás una fachada impecable, exhibiendo a menudo un comportamiento social amable e, incluso, atractivo. De suerte que acaban granjeándose el aprecio de aquellos conocidos en la esfera social o profesional que nunca los trataron suficientemente como para advertir su frialdad u hosquedad, y que ocultan bajo una pulida superficie. Pero ya avisó Kernberg (1975) de que "un seguimiento meticuloso de sus realizaciones durante un largo período pondría de manifiesto la superficialidad y levedad de su trabajo, o una falta de hondura que, finalmente, desvelaría el vacío que encubre el brillo". Añadiendo que "con cierta frecuencia se les puede encontrar entre esos genios prometedores que nos dejan sorprendidos por la banalidad de sus desarrollos". Pues, tal como señaló Th. Millon (1996), "en vez de esforzarse en adquirir conocimientos y talentos de manera genuina, prácticamente todo lo que hacen persigue persuadir a otros de sus capacidades". También este psicólogo se percató de que algunos narcisistas "no tienen rival en su pugna por ser el número uno, pero los pasos a seguir para conseguir este objetivo no están determinados por los logros genuinos, sino por el grado en que puedan convencer a otros de su propia realidad, sustancialmente falsa".

Algún estudioso de la psicología política piensa que ciertos narcisistas buscan posiciones de liderazgo para conseguir el poder que les permita «estructurar un mundo exterior» en el que sustentar sus necesidades de grandeza (B. Glad, 2002). Ya que a pesar de sus exhibiciones de fuerza y prosopopeya, en realidad, se sienten inseguros. De hecho, el líder narcisista tiene dificultades para aceptar razonamientos o informaciones que contradigan su punto de vista, lo que contribuye a que se rodee de un círculo de aduladores que le diga lo que quiere escuchar en vez de lo que debería decirle (Post, 2015). Consecuentemente, la toma de decisiones, en especial cuando se trata de asuntos delicados o complejos, se ve teñida tanto por las peculiaridades de su personalidad como por la falta de un contrapeso real en su entorno más cercano; en no pocas ocasiones sus colaboradores acaban convertidos en una extensión de él (Kohut, 1977).

Su grandiosidad y sus sueños de gloria se mantienen bajo control mientras su poder es limitado, pero tienden a erigirse en su norte conforme aquel va en aumento. Además, suele ser demasiado optimista con respecto a sus posibilidades, subestima al adversario y confunde el éxito con la fama. Por lo que dedica todas sus energías a ensalzar su figura, jactarse de sus logros, ciertos o falsos, y a presentar cualquier realización como algo "extraordinario" (Th. Millon,1996). Su necesidad de epatar o provocar el aplauso de continuo, especialmente en el caldo de cultivo creado por una sociedad abducida por el espectáculo, las redes sociales y los platós, le impide concentrarse en elaborar la respuesta adecuada para los problemas reales a los que se enfrenta (Kernberg, 2014).

De todos es conocido cómo transcurrió la vida de Narciso, hijo de la ninfa Liríope, enamorado de su propio reflejo y metamorfoseado en la planta del mismo nombre que, como ya advirtieron los autores del Systema vegetabilium en 1830, "es un género muy complejo y cargado de numerosas incertidumbres".

José Luis Puerta es médico y doctor en filosofía.

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