Líquido vital, ¿en serio?

Un granjero riega sus cultivos con una manguera en Haití.Walter Astrada (FAO) / ©FAO/Walter Astrada
Un granjero riega sus cultivos con una manguera en Haití.Walter Astrada (FAO) / ©FAO/Walter Astrada

Este mes celebramos el Día Mundial del Agua y Naciones Unidas nos ha lanzado, a propósito de esta fecha, una pregunta que es cada vez más importante: “¿Qué valor tiene el agua para ti?”. Para la mayoría, casi para todos, la respuesta automática es que es invaluable; no por nada, quizá la muletilla más común del mundo al definirla sea la de “el líquido vital”.

Pero la verdad es que esa percepción no concuerda con el valor que le hemos dado al agua y ahora estamos pagando las consecuencias. La hemos utilizado como si fuese un recurso infinito y, sin embargo, todavía 77 millones de personas carecen de acceso a ella en América Latina y el Caribe, y más de dos tercios de la población tiene servicio discontinuo en la región que, irónicamente, posee las mayores reservas de agua dulce por habitante del planeta.

Si bien hemos logrado avances, puesto que en 1960 apenas el 33% de nuestra población contaba con acceso a agua potable, todavía tenemos una deuda pendiente que difícilmente vamos a cumplir si seguimos el camino de siempre.

Primero, porque las inversiones históricas, con el paradigma de grandes obras de infraestructura costosa es imposible de sostener: no han cerrado las brechas de acceso y han acentuado la desigualdad. De hecho, en promedio, los pobres en nuestra región pagan más por el agua que la clase media o los más ricos, principalmente porque la deficiencia del servicio los obliga a comprarla de proveedores informales, a veces poco fiables.

La desigualdad es todavía más apremiante en el servicio de saneamiento, puesto que todavía 18 millones de personas defecan al aire libre, mientras que 31% de los hogares de la región no están conectados a alcantarillado sanitario, lo que representa una amenaza constante a su salud y una fuente de contaminación que amenaza la integridad de nuestras fuentes de agua.

Además, el mal manejo de los recursos hídricos y las distorsiones creadas por el cambio climático han roto los ciclos de abundancia y escasez con los que hemos manejado el agua. De hecho, algunos de nuestros centros urbanos más poblados, como Ciudad de México, Santiago o Lima están bajo amenaza constante de estrés hídrico.

Entonces la respuesta es que el valor que le damos al agua es fundamental, pero no hemos actuado como si lo fuera. Sin embargo, tenemos la oportunidad de subsanar las brechas históricas de inversión y la necesidad de protegernos frente al cambio climático a través de nuevos paradigmas para atajar los problemas de siempre y los que nos presenta cada vez más frecuentemente y con mayor apremio el calentamiento global.

Eventos imprevisibles, como la pandemia de la covid-19, en donde la higiene básica con agua y jabón es una de las primeras líneas de prevención para los contagios, nos ha demostrado una vez más que no le hemos dado el valor que se merece.

Desde el BID hemos apoyado el desarrollo e innovación, a través de herramientas para mejorar la gestión de nuestros recursos hídricos, como HydroBID, que utiliza tecnología satelital e información específica de las cuencas para crear escenarios de disponibilidad presente y futura. Esta herramienta ya está implementada en 20 países de la región, entre ellos México, específicamente el Estado de Querétaro, que en el futuro contarán con datos confiables para establecer planes de manejo integral, además de pronosticar mejor los fenómenos de inundaciones y sequías.

Trabajamos también directamente con las empresas a través de Aquarating, la única herramienta en el mercado capaz de mostrar de forma ágil, fiable e integral la situación real de un prestador de servicios de agua potable y saneamiento en todas las áreas del negocio, luego de un exigente proceso de evaluación, que establece una línea base para construir un plan de mejora y transformación empresarial a corto, mediano y largo plazo.

También promovemos programas de infraestructura verde, que combinan la inversión en protección ambiental de cuencas hídricas con planes de manejo sostenible del agua. Quizá el mejor ejemplo es la Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua, un mecanismo innovador de financiación que une al sector público, privado y la sociedad civil para destinar recursos y programas para proteger cuencas de las cuales depende el abastecimiento de grandes centros urbanos en países como México, Colombia, Ecuador, Chile y Argentina.

Proteger nuestras cuencas es, hoy más que nunca, un seguro de vida para un escenario en el que el cambio climático es ya una realidad cada vez más apremiante. Podemos enfrentar esa amenaza, al tiempo que invertimos para subsanar las desigualdades históricas de nuestra región, a través de nuevos paradigmas, como el programa de Saneamiento Óptimo, que espera destinar cerca de 15.000 millones de dólares para desarrollar infraestructura de saneamiento en los sectores más vulnerables, con diseños y planes adecuados a cada comunidad y, al mismo tiempo, proteger las cuencas hídricas.

La etapa de recuperación pospandemia nos abre una oportunidad única para no volver a la normalidad, porque si no, no habremos aprendido la lección. Tenemos frente a nosotros la oportunidad de volver a poner a nuestra gente a trabajar con inversiones que tomen en cuenta las innovaciones tecnológicas y de gestión que nos ofrecen ya la posibilidad de lograr más y mejores servicios con menos recursos que antes, y al mismo tiempo, volvernos más resilientes frente al cambio climático.

Estamos todos a tiempo de, en verdad, darle al agua ese valor fundamental por el que la llamamos “el líquido vital”.

Sergio I. Campos G. es jefe de la división de agua y saneamiento en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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