Listas responsables para Europa

Estamos a menos de tres meses de las elecciones al Parlamento Europeo (PE) que se celebrarán en mayo y apenas se percibe mayor interés que los fratricidas ajustes de cuentas en las fuerzas políticas o algunos comentarios sobre su incidencia en elecciones primarias internas.

Una amplia mayoría de la ciudadanía comparte que la Unión Europea (UE) ha sido determinante y ha condicionado nuestras vidas estos años, si bien la causa de la crisis nunca fue Europa, sino los errores que consentimos a nuestros gobiernos. Esta convicción sobre la importancia de Europa en nuestras vidas y haciendas debería movilizar a la ciudadanía de aquí a las elecciones de mayo para decidir nosotros, la inmensa mayoría, y no unos cuantos extremistas cómo deben ser los cinco años siguientes.

Para esa movilización es vital la estrategia de los partidos políticos con actual representación en la Eurocamára y de los que no la tienen pero comparten el proyecto europeo. Es muy preocupante que algunos partidos antieuropeos extremistas, populistas y nacionalistas se están movilizando para utilizar Europa como caja de resonancia de su propaganda destructora y poner fin o debilitar la unidad europea y hacernos retroceder al mapa de 1914 o 1939.

Los partidos políticos deben rendir cuentas de lo hecho en la legislatura anterior y presentar su proyecto para la siguiente. No he oído ni leído balances de qué forma han contribuido a lo realizado ni que piensan sobre si se deben reformar los tratados y en qué sentido o qué otras normas se deben cambiar o aprobar nuevas.

No digo que el PE no haya hecho sus deberes en esta legislatura que termina. Pero el buen paño no se guarda en el arca. Más de un centenar de eurodiputados se han echado a la espalda un buen trabajo de estudio, debate, negociación y adoptado buenas y grandes decisiones normativas. Pero otros centenares se han limitado a pasar el tiempo y hacer patrimonio por culpa de unas listas elaboradas sin gente que sepa y sienta Europa.

El Parlamento Europeo tiene poderes legislativos más importantes en calidad y cantidad que los parlamentos nacionales. Con frecuencia los periodistas sólo dicen que el Consejo ha aprobado tal o cual proyecto; y nunca nos dicen que primero lo aprobó el Parlamento Europeo y que lo que después aprueba el Consejo como segunda Cámara, o coincide íntegramente con lo aprobado por el Parlamento o no hay norma. En términos generales, en la UE ninguna norma de mediana importancia entra en vigor si no la ha aprobado el Parlamento Europeo. El Consejo, o aprueba todas las enmiendas del Parlamento o tiene un problema...

El PE no sólo tiene el poder legislativo en paridad con el Consejo, sino que la forma en que lo ejerce es infinitamente más democrática que la de algunos parlamentos nacionales, por ejemplo, el español. Aquí los diputados nacionales están, de hecho, sujetos al mandato imperativo a pesar de que la Constitución lo prohíbe: al pueblo español se le niega la reforma de la Constitución y los políticos se permiten violarla impunemente. Los diputados de la mayoría parlamentaria no pueden pensar por sí mismos, votan lo que ordena el Gobierno trucando la democracia por una autocracia. Y la oposición socialista hace lo que ordena el jefe de su bancada. Los diputados no representan a su electorado, no piensan, ni expresan ni forman la voluntad general.

Por el contrario, dadas las peculiaridades de la UE y de su Parlamento, allí se conserva el método parlamentario clásico. Los partidos nacionales por sí mismos no tienen capacidad de influencia al ser grupos parlamentarios transnacionales. En el seno de cada grupo parlamentario se debate y negocia y los que trabajan los proyectos, saben argumentar y razonan, conforman la posición pues gozan de una autonomía envidiable; tienen capacidad para influir y decidir en la UE. Allí los eurodiputados competentes de las cuatro o cinco grandes corrientes negocian todo y el punto de partida no es el enfrentamiento entre sí, sino los intereses generales de la UE y la meta es el pacto equilibrado con el Consejo; si esto no fuera posible, hacer prevalecer la voluntad del Parlamento sobre el Consejo y sobre la Comisión. Su dialéctica no se basa en el odio y desprecio a los otros grupos o a otras instituciones, sino que son el contrapeso a la Comisión y sobre todo al Consejo.

A diferencia de la investidura personal del presidente del Gobierno en España, el PE no sólo dará la confianza (entre junio-julio) a la persona del futuro presidente de la Comisión. Examinará en septiembre cada comisario nominado, puede rechazar a los sospechosos de corrupción, incompetentes o bocazas, como ya sucedió, y después dar su aprobación a todo el colegio recompuesto de la Comisión. En España los ministros no pasan ningún control previo para detectar a tiempo su ignorancia enciclopédica o su falta de probidad.

Que allí la política es más seria y concienzuda que aquí lo prueban también otros hechos relevantes: el Parlamento europeo se atreve a devolver proyectos normativos a la Comisión. No recuerdo ningún proyecto legislativo devuelto a un Gobierno de España. Aquí los diputados tragan todo con tal de mantener el pesebre. Allí el PE devuelve proyectos de presupuestos y obliga a hacerlos nuevos; aquí jamás se ha rechazado el presupuesto. Después la Comisión justifica ante el PE, partida a partida, cómo gastó el presupuesto y el PE aprueba o rechaza la gestión. Aquí jamás se aprueba o rechaza el gasto efectivamente hecho por la Administración. En Europa hay un segundo control del Tribunal de Cuentas en el que rinde informe minucioso antes del año siguiente de cerrar el ciclo anterior. Aquí, como son «comisarios» de los partidos (como el mismo Consejo del Poder Judicial... y casi todas las instituciones del Estado) se trabaja lento para que así pasen los años y todo haya prescrito: la impunidad pactada en todos los niveles del Estado. Allí, antes del debate anual sobre el estado de la Unión, con más de un mes de antelación, se tiene que enviar el informe detallado y después se inicia el debate sabiendo de lo que se va a hablar y lo que se debe rebatir. Aquí se lanza el secreto discurso a quemarropa y se improvisa la respuesta por la oposición.

Por ello repugna que periodistas y políticos vean en las elecciones europeas una encuesta política de primera calidad. La poca democracia que tenemos en España viene de Bruselas y es de calidad.

Es vital examinar con lupa las listas de candidatos a eurodiputados que nos seleccionan los partidos políticos españoles. En la pasada legislatura de los 54 eurodiputados españoles, con generosidad, no llegan a diez quienes han hecho un buen trabajo. Incluyeron a los que estaban quemados, o agotadas sus opciones internas, o son meros floreros que buscan hacer caja y la travesía del desierto, en fin, el desecho de tienta...Por lo que vamos viendo, sigue habiendo desidia en los grandes partidos: no buscan personas con formación europeísta, prestigio, gente limpia, gente con ideas o dispuesta a buscarlas... En las pasadas elecciones en la lista del PP la persona más competente como parlamentario y europeísta creo que iba en el puesto 18...Y ahora alguien es cabeza de una lista a pesar de que «no sabe» o «no le consta» o «no conoce» en qué consiste el Estado de derecho pues deslegitima y presiona sobre una juez que instruye un sumario por corrupción mientras jalea a los jueces que instruyen sumarios por corrupción del otro gran partido.

En todas las elecciones europeas la movilización del electorado ha sido decreciente pero era una ciudadanía proeuropeísta. Ahora el temor estriba en el ascenso de los extremismos antieuropeístas, quienes quieren acceder para dinamitar el proyecto más importante en la Historia de la Humanidad de convivencia civilizada entre estados y ciudadanos. Si los ciudadanos se inhiben y no exigen rendir cuentas a las fuerzas políticas, si no se participa con un voto responsable, todos pagaremos un alto precio.

Araceli Mangas Martín es catedrática de Derecho internacional público y Relaciones internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.

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