¿Llegará a cuadrar la economía mundial?

Este año ha comenzado con una impresión de optimismo prudente para la economía mundial. Europa se ha salvado después de haber estado al borde del abismo. Los Estados Unidos no han caído por el precipicio fiscal. El Japón está actuando para cambiar su estrategia económica y China parece estar volviendo a encarrilarse.

Además, los índices de los mercados financieros de los EE.UU. están cercanos a los niveles anteriores a la crisis y el de la inestabilidad prevista es el más bajo de los últimos años. Las más importantes instituciones financieras están mejor capitalizadas de lo que lo habían estado en mucho tiempo. Se han reparado los balances y muchos agentes económicos nadan en efectivo. Si bien 2013 no será un año extraordinario, puede que se lo considere el primer año del período posterior a la crisis.

Desde luego, las circunstancias políticas siguen siendo difíciles casi por doquier. Los EE.UU. afrontarán tres nuevos obstáculos fiscales –falta de autoridad legal para pagar la deuda, falta de presupuesto de funcionamiento para el Gobierno federal y la temida perspectiva de un embargo– antes del final de marzo. En Italia y Alemania van a celebrarse elecciones decisivas. El nuevo Gobierno de China llega al poder entre niveles sin precedentes de preocupación del público por la corrupción y el enriquecimiento indebido de funcionarios públicos. Y no está claro que la fragmentada política del Japón permita una gobernación estable en los próximos años.

Pero existe la perspectiva de un círculo virtuoso en el que la mejora económica propicie una política menos hosca, lo que, a su vez, reduciría la incertidumbre e impulsaría aún más la recuperación. Al menos hasta ahora, los peores temores sobre las consecuencias políticas adversas de los deficientes resultados económicos no se han materializado... ni siquiera en Grecia. Así, pues, supongo que, si no ocurre nada tremendamente negativo, la política no desbaratará la economía mundial.

Lamentablemente, muchas otras cosas negativas podrían ocurrir. En particular, si bien cada una de las regiones más importantes de la economía mundial tiene una estrategia de crecimiento verosímil, todas ellas podrían no cuadrar. Prácticamente, la única afirmación en la que los economistas internacionales conviene es en la de que la suma de todos los balances comerciales debe ser igual a cero y, como corolario, todo elemento de crecimiento impulsado por las exportaciones de que disfruten los países debe quedar compensado en algún punto del sistema con un crecimiento de la producción inferior al crecimiento de la demanda. Así, pues, un importante problema actual es el de que en todo el mundo parece haber mucha más planificación para el crecimiento impulsado por la exportación que aceptación de una competitividad reducida y aumento de las importaciones.

Al comienzo de 2010, el Presidente de los EE.UU., Barack Obama, fijó el ambicioso objetivo de duplicar las exportaciones del país desde entonces hasta el final de 2014. En un momento en que ha transcurrido un poco más de la mitad de ese período de cinco años, los EE.UU. van bastante bien encaminados para lograrlo, lo que quiere decir que el aumento de las exportaciones supera el de las importaciones o el crecimiento de la economía mundial.

En Europa, la única forma como los países de la periferia que se encuentran en una situación financiera difícil pueden reducir su deuda es la de obtener superávits comerciales. En vista de que Alemania no está dispuesta a reducir su competitividad más allá de ciertos límites y el Banco Central Europeo ha dado repetidas señales de que la política monetaria seguirá siendo sumamente flexible, también en esa región el objetivo parece ser el crecimiento impulsado por las exportaciones.

Y en Asia el Primer Ministro del nuevo Gobierno del Japón, Shinzo Abe, ya ha reducido el valor del yen y ha mantenido las perspectivas exportadoras al situar en el centro de su programa la reflación mediante la relajación monetaria, mientras que las estadísticas más recientes de China indican un crecimiento de las exportaciones mucho mayor de lo previsto.

Así, pues, ¿de dónde saldrán el resto de las importaciones necesarias para apoyar toda esas exportaciones suplementarias? Tal vez unos precios más débiles de los productos básicos brinden un margen para otras importaciones y las posiciones comerciales de sus productores pasarán a caracterizarse por unos superávits menores, pero en una economía mundial muy boyante unos precios inferiores de los productos básicos no estarían en consonancia con las tónicas del pasado.

Tal vez las economías en ascenso con unas perspectivas mejores atraigan mayores corrientes de capitales, que financiarían unos déficits comerciales mayores al adquirirse directa o indirectamente bienes de capital, pero, ¿será suficiente para compensar todo lo que está sucediendo en las economías mayores? Es muy probable que algunos aspirantes a campeones de la exportación resulten decepcionados al no materializar los previstos aumentos de competitividad.

Ésa es la razón por la que las opiniones serenas sobre los efectos de la austeridad basadas en la experiencia histórica son erróneas. Un solo país o región que se consolide o se desapalanque en una economía mundial próspera puede abrigar la esperanza de que sus menores tipos de interés se plasmen en una divisa más débil y en una situación comercial mejor, pero la mayoría de las economías más importantes no puede abrigar dicha esperanza en una economía mundial en apuros. La austeridad de cada uno de los países impone costos exteriores al reducir la demanda de los productos de otros países. En ese sentido, tiene cierta concomitancia con las políticas de empobrecimiento del vecino, que se puede intensificar, si la expansión monetaria contrarresta la austeridad.

Lo que eso entraña para las autoridades queda claro. Más que casi en cualquier momento de los últimos años, la coordinación internacional a fin de evitar una austeridad excesiva será esencial para el éxito económico mundial. En 2013, la tarea fundamental del G-20 y del Fondo Monetario Internacional debería ser la de velar por que las estrategias nacionales sean no sólo localmente prudentes, sino también mundialmente coherentes. De lo contrario, la ecuación del crecimiento mundial podría no cuadrar.

Lawrence H. Summers was US Secretary of the Treasury (1999-2001) and Director of the US National Economic Council (2009-2010), and is a former president of Harvard University, where he is currently University Professor. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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