Lo sé. Hoy no podemos evitar las lagrimas, esas que nunca deben ver los terroristas, porque de ellas se alimentan, pero mañana, cuando la impotencia, la pena honda, la desolación y esa inquietud que se parece al miedo nos den un respiro, mañana, hay que responder y con algo más que palabras y gestos de apoyo, por auténticos que estos sean. Bienvenida sea la solidaridad, brindada desde todos los rincones, ya que es necesaria para honrar no solo a las víctimas, sino a toda Francia y a quienes compartimos con ellos los valores que los terroristas quieren destruir. Pero esa condena, sentida en las entrañas que hoy vemos por todas partes, no sirve de nada si dura lo que los monumentos iluminados con los colores de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Yo creo que tenemos el deber de añadir hoy a esas tres grandes palabras una más: seguridad. Y que tanto sufrimiento nos sirva para gobernar y legislar eficazmente contra el terrorismo desde la unidad que solo se da en las situaciones excepcionales, cuando la mezquindad política no tiene cabida.
Llevo bastantes años en el Parlamento Europeo, trabajando entre otras en la Comisión de Libertades, Justicia e Interior, donde el terrorismo debería ser un tema desgraciadamente recurrente, y les confieso con tristeza que en muchas ocasiones se ignora, se despacha con agilidad sospechosa o, en el peor de los casos, se utiliza con fines partidistas, generalmente para atacar a quienes, como yo, exigen como mínimo reconocer la gravedad de los hechos y poner los medios suficientes para defendernos de una amenaza que se alimenta de nuestra debilidad. Partiendo de la base de que el terrorismo no es ni de derechas ni de izquierdas, como tampoco lo son sus muertos, no comprendo por qué son tantos en el Parlamento los que, cuando se trata el terrorismo, se parapetan ante una muralla de excusas para frenar cualquier acción.
Recuerdo que una vez tuve que responderle a una diputada que insinuaba que nosotros teníamos la culpa de que nos mataran, por provocarlos. La seguridad no es algo de lo que avergonzarse. Es nuestro deber permitir que los ciudadanos vivan y se muevan en libertad, sin miedo a sufrir un ataque terrorista como los de Nueva York, Madrid, Londres o París. En la Carta de los Derechos Humanos, el primero de todos es el del derecho a la vida. Si nos matan no podemos ejercer ninguno de los demás. Esta frase la repito siempre que debatimos sobre esa balanza entre libertad y seguridad. Claro que si entregamos a los terroristas nuestra libertad a causa del miedo, ganan ellos, pero si seguimos ignorando la realidad, aprovecharán todos los resquicios que nuestra ceguera les otorga para volvernos a hacer llorar. Llevo años interviniendo en el Parlamento y recordando a sus señorías que cualquiera puede convertirse en víctima. No es alarmismo, es terrorismo. Y yo no estoy obsesionada, como muchos creen. No soy monotemática. Alguien tiene que alzar la voz y decir basta ya, y que Europa necesita una acción conjunta, decidida y eficaz para que no tengamos que poner más velas, ni flores, ni entregar más vidas inocentes a estos terroristas que sueñan con morir matándonos.
El G-20, donde se reúnen los dirigentes de la comunidad internacional, tiene una buena ocasión para mostrar a los ciudadanos que estas reuniones sirven para tomar decisiones que no puede ser demoradas. ¿Qué más nos tienen que hacer para que reaccionemos de una santa vez? No es fácil. Sabemos que las soluciones son múltiples, desde la integración para combatir la radicalización hasta la coordinación policial a nivel europeo y, por supuesto, la acción militar, esa que todos queremos evitar, pero que en ocasiones es inevitable. Y no hay que rasgarse las vestiduras por hablar de guerra. ¿Acaso no es una guerra la que nos tienen declarada estos bárbaros? Hoy es día de duelo, de dolor, donde las emociones se amontonan y las víctimas deben ser la prioridad, pero mañana, o cuando seamos capaces de levantarnos y mirar ya sin lágrimas lo que tenemos delante, no debemos abandonarnos al cómodo olvido. Los políticos, a sus discursos y a sus intereses, y los ciudadanos, a su rutina y también a sus intereses; no son tan diferentes los unos de los otros, al fin al cabo. Todos tenemos la responsabilidad de enfrentarnos al terrorismo, cada uno en su sitio. Sin una sociedad unida es difícil acabar con el terror, y sé que el terrorismo es un asunto que, pasada la onda emocional, se vuelve políticamente incómodo.
Yo seguiré luchando por los derechos de las víctimas y por sacudir conciencias, como hago desde hace diecisiete años, cuando entendí que quienes aman la muerte mucho más que la vida pueden cambiar tu suerte en un minuto. Ellos matan a unos para aterrorizarnos a todos, pero no les vamos a dar la victoria del miedo. A vivir, a trabajar, a disfrutar, a amar, pero también a defendernos de quienes quieren destruir lo mas sagrado que poseemos, la vida.
Teresa Jiménez-Becerril, eurodiputada.