La crisis económica ha puesto en duda la solidez del milagro económico español, que se ha transformado en espejismo en el momento en que se han notado los primeros rigores de la crisis. Lo explica a la perfección el artículo publicado por Francisco J. Palacio en la edición de ayer de este mismo periódico. La economía española --fundamentada de forma desproporcionada en la construcción y el turismo, y con un peso considerablemente menor de la industria, en comparación con las principales potencias económicas-- no ha resistido la presión. Cayó el sector de la construcción y después el de la automoción: los dos como consecuencia directa de la paralización de los créditos. No obstante, no deja de llamar la atención que, mientras Alemania, Francia y Gran Bretaña han tenido que salir al rescate de sus principales entidades financieras, sus respectivos mercados de trabajo se han comportado de forma notablemente sólida, y han destruido puestos de trabajo de forma casi simbólica.
Justo al contrario que en España, donde el sistema financiero se ha mostrado, hasta ahora, lo bastante fuerte para afrontar la situación, mientras que el empleo ha sufrido un bajón tan brutal que ni la crisis, como la madre de todas las justificaciones, es suficiente para dar sentido a lo que está sucediendo. Las causas, pues, hay que buscarlas en nuestro modelo productivo.
El crecimiento de la economía española durante los últimos 15 años ha sido --ahora se ha visto-- ficticio. El empleo que se creó no estaba estrechamente ligado a la fortaleza de nuestros sectores productivos. Ni el país ha tenido una verdadera estrategia industrial ni la mayoría de los empresarios la creyeron necesaria. Al fin y al cabo, las cosas iban bien. La bajada de los tipos de interés, la especulación con el suelo y el alza especulativa del valor de la vivienda hicieron de la construcción el sector más atractivo para los inversores del corto plazo. Y todo ello en detrimento de una industria sin guión de futuro. Este sector, principal fuente de empleo, riqueza y seguridad en toda Europa, en España no te- nía más aspiración que la de la reducción de los costes laborales para mantener un modelo de competitividad que nos acerca más al norte de África y a los países asiáticos que a nuestros referentes continentales de bienestar social y desarrollo económico. Entonces, cuando las principales organizaciones sindicales reclamábamos la superación de este modelo productivo nadie vio la necesidad de ello ni la oportunidad. Se creaba empleo, de poco valor añadido y menos calidad, pero, en definitiva, se creaba. Las empresas multinacionales invierten en un país muy atractivo: salarios bajos, contratación temporal y facilidades para el despido; sin contar con los beneficios fiscales y las ayudas para el teórico desarrollo de productos. Igual de atractivo que hoy es invertir en China o en el Este de Europa.
Es evidente que la reclamación iba en la dirección correcta. Pero la crisis lo ha acelerado todo: las debilidades de nuestro modelo, el ritmo de las deslocalizaciones, las dificultades para el consumo en una economía excesivamente ligada al crédito. Y mucho me temo que las recetas del Gobierno, la oposición y las organizaciones empresariales no van a enmendar
sustancialmente los errores del pasado. Por parte del Gobierno tenemos un plan de rescate de la banca que no pide nada a cambio a las entidades financieras; una inversión millonaria en obra pública municipal que busca reavivar el sector de la construcción, pero que solo servirá para compensar el déficit de las arcas locales, y un tímido auxilio económico para la automoción que no ataca la razón profunda del problema: que somos el octavo productor mundial de auto- móviles, pero todas las empresas que producen en España son multinacionales extranjeras, y pocas con centros de investigación y desarrollo. Con la oposición del PP solo podemos contar si es para bajar impuestos y promover el despido libre. Y, por parte de las patronales, las soluciones son las de siempre: menos salario y más horario.
Llueve sobre mojado. Los déficits históricos sin resolver y la crisis actual se han combinado de forma perversa para colocar a nuestra economía ante el desafío de transformar el actual modelo productivo, superando las bases en las que se fundamenta la ventaja competitiva de nuestro tejido industrial.
Es por ello que la UGT de Catalunya exige al Gobierno del Estado y a la Generalitat de Catalunya tres cosas. La primera, liderazgo y coherencia en las propuestas, para que se genere confianza en las personas y en las empresas. La segunda, políticas industriales agresivas que pongan en circulación los recursos económicos suficientes para los sectores estratégicos como la automoción y el farmacéutico, e inversiones en investigación y desarrollo para que nuestro tejido industrial deje de acoplar piezas realizadas en otros países y pase a desarrollar productos propios y de alto valor añadido. El reto es crear empleo de calidad: competir en costes laborales con China, la India o el norte de África no es una opción. Y, la tercera, políticas sociales de cobertura amplia que suavicen los durísimos efectos de la crisis económica sobre los más desfavorecidos.
Tendremos que hacer con urgencia y por necesidad lo que deberíamos haber impulsado por convicción.
Josep Maria Álvarez, secretario general de UGT de Catalunya.