Lo bueno de ser malo en algo

La mayoría de los surfistas no se ven como los profesionales en videos de competencias. Pero el punto no es verse bien. Credit Brian Caissie/Getty Images
La mayoría de los surfistas no se ven como los profesionales en videos de competencias. Pero el punto no es verse bien. Credit Brian Caissie/Getty Images

El surf se ha convertido en una especie de obsesión para mí durante los últimos quince años. Practico surf ocho meses al año. Voy con mi familia de vacaciones a destinos de surf y busco olas (amables) en los océanos Atlántico y Pacífico. He gastado miles de dólares en tablas de todos los tamaños y formas.

Sin embargo, soy muy mala haciéndolo. En el deporte de los reyes (hawaianos), soy un bufón. En la jerga de surf, soy una kook. Me caigo y azoto. Mi propio tablero me golpea en la cabeza. Me quedo sin aliento cuando me revuelca una ola de 1,2 metros. Me doy por vencida cuando las olas se elevan y nado de regreso a la orilla. Cuando sí monto una ola, rara vez lo hago con gracia. En aquellas ocasiones raras en que logro treparme a una de manera decente, con equilibrio, por lo general lo arruino celebrando con una patada o el puño alzado.

Una vez lloré de alegría por lo que cualquier observador habría considerado una actuación mediocre en una ola mediocre. Sí, la mediocridad me conmovió hasta llorar.

Entonces, ¿por qué continuar: por qué practicar algo en lo que nunca seré buena?

Porque es bueno ser malo en algo.

Cuando la gente escucha que practico surf, quienes se quedan en tierra firme asienten para expresar que les parezco asombrosa. Sé lo que están imaginando: que estoy en un propulsor montando una ola hasta que casualmente pateo la parte trasera para montar otra. La verdad es que la mayoría de los surfistas no se acercan a lo que vemos en videos destacados. Pero lo importante no es lo bonito; lo importante es la paciencia y la perseverancia que se requieren para volver a la tabla e intentarlo de nuevo. Me tomó cinco años montar una ola por mi cuenta después de que un instructor de surf me empujó a mi primera ola.

Cuando sí atrapo una ola y siento el deslizamiento, me aferro a esa sensación durante horas, días o incluso semanas. Soy adicta a la búsqueda de esos momentos, por muy evasivos que puedan ser. Pero lo que me ha sostenido no es la descarga de adrenalina momentánea. Mientras intento alcanzar algunos momentos de felicidad, experimento algo más: paciencia y humildad, definitivamente, pero también libertad. La libertad de ir tras lo inútil… y la libertad de ser mala en algo sin que eso te importe es reveladora.

Mi amigo Andy Martin es miembro sénior del área de Literatura Francesa en la Universidad de Cambridge. Ha viajado por todo el mundo, pero en cuanto a su condición de surfista, me dice: “Solo en Cambridge me calificarían así”. En su mente, él cree ser malo, pero se siente bien con ello: este es el resultado de la humildad que solo llega cuando eres malo y perseveras.

La idea de ser malo en algo pasa por encima de la noción sobrevalorada del perfeccionismo. La mentira del perfeccionismo va más o menos así: “Si fracaso, es solo porque busco la perfección”, o “Nunca puedo terminar nada porque soy perfeccionista”. Puesto que quien es perfeccionista no se conformará con nada menos, se queda sin nada.

El autoconocimiento es clave. Nadie te dice qué tan malo eres en algo. A menos que tengas un jefe cruel, un padre abusivo o un amigo malicioso, la mayoría de la gente está dispuesta a ayudarnos a mantener la ilusión de que nuestros esfuerzos no son en vano. No, no podemos contar con la gente que nos rodea para hacernos saber qué tan malos somos. Es mucho más aceptable halagar que criticar. Así que la responsabilidad de admitir lo malos que somos haciendo algo recae en nosotros mismos. Hay que hacerlo de todos modos.

Al eliminar la presión de tener que sobresalir o dominar una actividad, nos permitimos vivir en el momento. Podrías pensar que esto suena bastante simple, pero vivir en el presente también es algo en lo que la mayoría de nosotros somos malos.

Piensa en la concentración que adquieres cuando te dan algo totalmente nuevo que lograr. Ahora, ¿qué sucede cuando esa tarea ya no es nueva, pero todavía te hace concentrarte intensamente porque aún no la has dominado? Eres un novato, un aficionado, un kook. Eres malo haciéndolo. Algunos podrían pensar que tu persistencia es estúpida. A mí me gusta pensar que es algo meditativo y lleno de promesas. En palabras del maestro Zen Shunryu Suzuki: “En la mente del principiante hay muchas posibilidades; en la mente del experto, hay pocas”. Cuando surfeo, vivo en la posibilidad.

O, como el gran padre del surf, el duque Kahanamoku, sabiamente aconsejó: “Sé paciente. La ola llega. La ola siempre llega”.

Pero entonces, ¿qué va a pasar?

Como mi amigo Michael Scott Moore escribió en su libro Sweetness and Blood: “Cuando un surfista despega en una ola, hay dos resultados posibles”. Predeciblemente para mí, el resultado es un fracaso épico. Sin embargo, mantengo la esperanza de que esta vez sea mejor que la anterior.

Quizás ser malo en algo en lo que no hay mucho que perder puede llevarnos a un lugar mejor. Tal vez podría ser una especie de antídoto para la excesiva confianza, una epidemia de nuestra cultura. Vernos una y otra vez haciendo algo en lo que somos malos —sin importar cuán trivial sea— podría hacernos un poco más comprensivos sobre lo difíciles que son muchas cosas: tratar de explorar los asuntos de salud, escuchar a nuestros vecinos, mejorar la economía o mitigar las relaciones con naciones hostiles.

Al exponernos a la experiencia de intentar y fracasar, podríamos desarrollar más empatía. Si conseguimos pasar de los juicios instantáneos a la paciencia, tal vez podamos ayudarnos más los unos a los otros… y ser mucho más comprensivos.

Si aceptamos nuestros fracasos y perseveramos a pesar de ellos podríamos darnos un descanso de ese imperativo de tener éxito y, en cambio, encontrar aceptación con intentarlo. Fracasar está bien. Y lo que es mejor: ¿acaso no es un alivio?

Siempre habrá otra oportunidad. Y habrá otra después de esa; confía en mí. Sé paciente. Las olas llegan. Las olas siempre llegan.

Karen Rinaldi es la autora de la novela The End of Men, que se publicará próximamente. Es la fundadora y editora del sello Harper Wave en HarperCollins.

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