Lo bueno está por llegar

Por Salvador Cardús i Ros (LA VANGUARDIA, 05/10/05):

No hay que andarse con remilgos a la hora de felicitar a los jefes políticos de los partidos catalanes que lograron, in extremis, el acuerdo para que tuviéramos proyecto de Estatut. Particularmente, tenía el convencimiento -y así lo escribí- de que habría Estatut porque con ello se jugaba el futuro político no tanto del país -que tiene mucha cuerda- como de los líderes actuales. La insistencia en que se trataba de un Estatut para los próximos veinticinco años señalaba hasta qué punto era sentido como una especie de seguro de vida político, especialmente para aquellos que están en sus cincuenta. Pero que acertara en las apuestas que se hacían en cada una de las reuniones a las que asistía los últimos días de la negociación, aún me obliga más a reconocer que, efectivamente, al final se impuso la ambición que aúna los concretos intereses personales con los vagos intereses del país. Maragall ha ejercido de verdadero presidente de la Generalitat: casi a los dos años de llegar al primer rango en la representatividad del país, ya puede asegurarse que, según lo habitual, la butaca ha acabado conformando al político y los intereses generales del puesto han pesado más que las conveniencias estratégicas del partido. Pero quien ha dado una sorpresa mayor ha sido Artur Mas. Que sabía ganar elecciones en las condiciones más adversas, ya lo habíamos comprobado. Pero que tenía el temple lo bastante sereno como para llevar hasta un final positivo una negociación que le fuera favorable, no era tan conocido. Y es que, en algún momento, parecía que jugaban a la ruleta rusa. Así pues, Mas también ha sabido llevar la ambición del país por delante de las conveniencias estratégicas tan bien señaladas por la oposición. No entiendo nada de política de partido ni conozco sus entresijos internos, pero la pertinaz denuncia de los Iceta y Zaragoza asegurando que CiU no quería para nada una aprobación del Estatut, coincidiendo con la que parecía ser la opinión de algunos colaboradores de Mas, confirmarían que efectivamente éste tomó sus decisiones con gran inteligencia y al margen de partidismos. Ahora puede afirmarse sin ninguna duda que CiU tiene Mas para rato. En cuanto a ERC, parece ser que ha hecho un buen papel, favoreciendo un acuerdo que necesitaba tanto como los demás, pero en el que sólo podía actuar de catalizador. Su mayor victoria ha sido su aportación política al redactado final. Por su parte, el PP ha jugado la peor carta, como estaba anunciado, e IC-V ha esperado al final para volver a sacar el bus de l´Estatut, que es lo suyo.

El país sufrió tanto en este tramo final, la agonía negociadora fue vivida de manera tan desgarradora y casi obscena, que el acuerdo ha sonado como aquellas trompetas que hundieron las murallas de Jericó. Dejemos que se celebre el momento y, si lo necesitan, que nuestros negociadores se tomen algún día de vacaciones. Ya habrá tiempo para las consideraciones de fondo. Por ejemplo, para saber si el acuerdo final ha permitido superar la desconfianza popular en los estilos políticos. O para ver si se han olvidado los cuchillazos dialécticos o van a salir de nuevo de un momento a otro. También habrá que considerar si ésta es una manera digna de llegar a grandes acuerdos de futuro. Y deberemos estudiar los contenidos, sobre los cuales pido permiso para anticipar dos comentarios que discutir más adelante. En primer lugar, un texto de tal calado debería haber pasado por las manos de un buen corrector de estilo. En algunos párrafos ha quedado el rastro de los borrones y les falta elegancia estilística. ¿Se podría arreglar antes de tenerlo acabado? En segundo lugar, al Estatut se le notan mucho los añadidos debidos a ese tardoprogresismo que es patrimonio, en partes desiguales, de nuestra izquierda un poco ajada por la edad. El problema es que se trata de asuntos que han puesto fecha concreta al Estatut -son temas de moda-y lo envejecerán rápidamente. Por poner un ejemplo, me parece que la referencia a la memoria histórica, tal como se ha incluido, está fuera de lugar, especialmente cuando se reivindica sólo la memoria de una parte de la realidad y en un único sentido. Sea como sea, aparte de estas pequeñeces, parece que si la propuesta de Estatut superara los trámites en las Cortes, estaríamos ante un avance nada menospreciable. Pero esta condición, superar los trámites, no va a ser poca cosa. Y ahí sí cabría la súplica de evitar allí algunos de los errores cometidos aquí. Sabiendo que en política por la boca muere el pez, sería recomendable la mayor discreción en nuestros negociadores que la mostrada hasta ahora. Y agradeceríamos que, si existen asuntos pendientes entre líderes dentro de un mismo partido, por favor, no aprovechen lo del Estatut para echar pulsos. En este sentido, cabría pedir a los mismos hacedores de ahora que siguieran muy de cerca a sus parlamentarios en Madrid y actuaran con la mayor lealtad posible. Pero que nadie se engañe. Si el proyecto pasa por Madrid sin que le saquen no sólo todas las plumas, sino la cresta, el pico y las pechugas, será justo en aquel momento cuando empezará verdaderamente la gran tarea. Los trabajos a que obliga el nuevo Estatut son hercúleos. Se trata de un Estatut que presupone y va a exigir una actividad gubernamental infinitamente más potente, rigurosa y profesional que la realizada y realizable hasta ahora. También exigirá mucho más compromiso de la sociedad civil. Y he ahí donde va a estar, verdaderamente, el éxito del Estatut y donde se va a ver si se ha superado o no una etapa política y entramos en una nueva dimensión. No tanto en aquella que rezaba un eslogan socialista sobre la promesa de felicidad para todos los catalanes, pero sí aquella otra frase de Maragall, en el sentido de que a este país no le iba a reconocer ni la madre que lo parió. Ya ven que estoy muy positivo, pero que nadie olvide aquello de no dir blat que no estigui al sac, i ben lligat.