Lo difícil es aportar soluciones

Por Xavier Sala i Martin, miembro de la Fundació Catalunya Oberta, la Columbia University y la UPF (LA VANGUARDIA, 15/04/03):

El otro día estaba en la universidad cuando escuché a dos estudiantes planear futuras actuaciones contra la guerra. “Acabo de tener una brillante idea –decía uno–, primero te abres de piernas y yo te pego una gran patada en los cataplines; después me abro yo, y me la pegas tú a mí. Así le daremos una lección a esos imperialistas norteamericanos.” “Fantástico –dijo el otro–. Seguro que los rectores catalanes considerarán que nuestro comportamiento es ‘formativo y enriquecedor’.”

No. Es broma. Esa conversación es un invento. Pero un invento que me vino a la cabeza al ver que los estudiantes se manifiestan cortando calles, autopistas y rondas. Al fin y al cabo, si es cierto que el 91% de la población está contra la guerra, los pobres ciudadanos que se quedan atrapados en sus coches por culpa de las manifestaciones también están, con toda probabilidad, contra el conflicto bélico.

Algo parecido pasa con las caceroladas nocturnas, que despiertan a los bebés de nuestros vecinos (que se oponen a la guerra), o con el boicot a productos “americanos” como MacDonalds, que no tienen en cuenta que son franquicias propiedad de personas catalanas que, a su vez, compran carne, lechugas y patatas a productores catalanes... que, por supuesto, también están contra la guerra. Por el contrario, se compran miles de Coca-Colas y se derraman por el suelo (como si al productor le importara lo que hace uno con el producto después de comprarlo) y se aumentan así los beneficios de la empresa cuyos propietarios seguramente están a favor del conflicto. El intento de poner presión a George W. Bush a base de perjudicar a los que están contra y beneficiar a los que están a favor de la guerra es tan peculiar como el de los estudiantes que practican la agresión testicular mutua.

Otro aspecto curioso es que todo el mundo protesta contra algo: contra la guerra, contra el PP, contra la democracia representativa. Pues, aprovechando que está de moda decir las cosas a las que uno se opone, aquí va mi lista: estoy contra la guerra porque no me gusta que los gobiernos utilicen la fuerza que les damos los ciudadanos para matar a inocentes. Claro que, por la misma razón, estoy contra los dictadores sanguinarios como Saddam, que asesinan y torturan a su población. El problema es que, que yo sepa, nadie ha encontrado una manera pacífica de echar a Saddam del poder (las sanciones y las inspecciones de la ONU no eran más que un chiste malo), por lo que uno se pregunta si la guerra y la consiguiente eliminación del dictador va a acabar provocando más o menos muertos y sufrimiento que el statu quo.

Además de estar contra la guerra y contra Saddam, estoy contra la absurda idea de que una guerra es “legítima” o “legal” si lo autoriza el Consejo de Seguridad de la ONU. Todos sabemos que los miembros de ese consejo se mueven por intereses oscuros o utilizan su voto para conseguir favores económicos que nada tienen que ver con la ética: ¿de verdad alguien cree que Chirac buscaba la paz y no la protección de sus contratos petrolíferos con Saddam?, ¿de verdad alguien cree que la guerra hubiera sido más “legítima” si EE.UU., y no Francia, hubiera conseguido comprar (repito, comprar) el voto de Camerún, Guinea o Angola?

También estoy contra los que organizan manifestaciones contra la guerra de Iraq e ignoran otros conflictos mucho más sanguinarios como los de Congo, Ruanda-Burundi, Sierra Leona, Etiopía-Eritrea o Costa de Marfil, conflictos que, por cierto, tampoco tuvieron el visto bueno de la ONU. La irritación selectiva de los organizadores de protestas revela un odio antiamericano difícil de reconciliar con el verdadero pacifismo.
Estoy contra la utilización política del genuino pacifismo de la ciudadanía. Los discursos de algunos dirigentes acusándose mutuamente de “nazis” o “hitlerianos” son indignos de un país civilizado como el nuestro. También estoy contra los líderes que fomentan el antiamericanismo en Europa y el antieuropeísmo (sobre todo francés) en EE.UU. para conseguir unos miserables votos. El terrorismo es un problema común a todos los occidentales y cuando los políticos hacen campañas generando división, los que salen ganando son los terroristas.

Y estoy en contra de las cazas de brujas que se han desatado en toda España contra las personas que discrepan de la opinión mayoritaria. Los sumos sacerdotes del pacifismo se han autodotado de una supuesta superioridad moral y se dedican a perseguir a todos los que no comulguen con ellos. Algunos llegan al insulto y a la agresión (aunque, dicho sea de paso, hay que aplaudir a los estudiantes que han actuado de escudos humanos para proteger a personas o edificios ante la violencia de los más gamberros). Pero aunque no haya violencia, estoy en contra de que se criminalice a las voces discrepantes, por minoritarias que sean. No hace mucho, desde estas páginas denuncié la persecución que sectores afines al Partido Popular hicieron de Marta Ferrusola y Heribert Barrera a raíz de sus declaraciones sobre la inmigración. Con el mismo énfasis hoy estoy contra la persecución física y verbal de la que son objeto las sedes y las personas afines al PP.

Ya ven: todos, incluso yo, tenemos nuestra lista de cosas contra las que estamos. Y es que criticar, decir no y estar en contra es muy fácil. Lo difícil es aportar soluciones.

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