Lo natural

Deseo felicitar públicamente a la parejita que esta semana decidió fornicar en el metro de Barcelona. Les felicito por su desinhibición, por su frescura, por su afán de dinamitar tabús inventados por la Iglesia católica y hasta por la elección de estación. Sin duda, si yo tuviera que escoger una estación del suburbano de la ciudad para mis prácticas sexuales también sería la de Liceu, con sus verdores vegetales iluminados, que recuerdan al Edén original.

Permítanme, asimismo, felicitar al autor o autora del vídeo que perpetúa el momento y lo eleva a la categoría de asunto observable, debatible y compartible. Gracias por enriquecer la vida de quienes no estábamos allí con un documento de tal valor, que muestra además las reacciones de diversos testigos, entre la risa y el disimulo, a quienes hago extensiva la felicitación, por su ejemplar comportamiento. Con respecto al autor o autora del vídeo, solo puedo afearle que lo grabara con el móvil en posición vertical. Por favor. Semejante falta de previsión no es propia de los grandes testigos de la historia.

Por último, deseo también felicitar a dos mujeres igualmente admirables: la señora que, apenas 24 horas después de la escena que acabo de describir, tuvo el coraje de orinar en el andén de otra estación, mientras un amigo le sujetaba la puerta del vagón, y luego entrar tranquilamente en el convoy y seguir viaje; y los políticos que esta semana han defendido a la parejita fornicadora alegando que hacer el amor en el metro es una cosa natural.

Natural. Defendamos la naturalidad. Convirtámosla en nuestra razón de ser, en nuestra inspiración diaria, en el objetivo de nuestras vidas. Seamos naturales hasta las últimas consecuencias. Hagamos que los niños sueñen con, de mayores, ser naturales. Sí, es un movimiento imparable al que he decidido sumarme. Por supuesto, no sin sacrificios. A la mierda toda la cultura aprendida. Civismo, pudor, comedimiento, educación, respeto… ¡Paparruchadas! A partir de mañana abrazaré la filosofía de la naturalidad. Es decir: allá donde me apriete alguna necesidad, le daré satisfacción. Nadie podrá recriminarme nada y acaso más de uno –afecto también al nuevo orden– corra a imitarme. Al cabo, fornicar, defecar, orinar, sorber o sacarse mocos, cortarse las uñas, hurgarse el ombligo e incluso nacer y morir son actos completamente naturales que todos los grandes simios practicamos. Si lo dudan, vayan al zoo (departamento de primates), donde conocerán un montón de congéneres en quienes espejarse.

No hay razón alguna para sentir pudor. Como saben, el pudor es un asunto bíblico, judeocristiano, católico, apostólico y romano, contra el que nos sublevamos. ¡Desnudémonos! ¡Seamos naturales! Prescindamos de la ropa en cuanto la meteorología lo permita. La costumbre tendrá grandes ventajas: ahorraremos en vestuario, no seremos esclavos de modas y podremos satisfacer sin estorbos cualquier necesidad que nos acucie.

Por supuesto, será natural encontrar a mujeres pariendo en el metro de la ciudad o en cualquier otro sitio público. También morir podrá hacerse en la vía pública, a los ojos de todos. La emoción de asistir a actos de tal trascendencia, que sin duda serán grabados por numerosos móviles o retransmitidos en directo, eclipsará el pequeño inconveniente de la falta de higiene, o de intimidad. Qué más da. La intimidad pronto habrá pasado de moda. Y la higiene es lo más antinatural del mundo.

Por supuesto, las leyes tendrán que adaptarse a las nuevas costumbres. En Barcelona ya nada estará prohibido. No harán falta más debates sobre la recogida de la sangre menstrual, puesto que todas las humanas dejaremos de preocuparnos por ese vano asunto. La gente se bañará en masa en las escaleras del muelle de las Golondrinas, convertido en un nuevo Ganges. El mobiliario urbano se empezará a fabricar con un nuevo plástico impermeable, a prueba de fluidos de todo tipo (incluidos los corrosivos). Mejor si es acolchado, para facilitar las prácticas amorosas urbanas. A estas alturas, la estación de Liceu se habrá convertido en un lugar de peregrinaje para parejitas y será necesario reservar con mucha antelación en la página web del Ayuntamiento para poder disfrutar –por turnos– de diez minutos de sexo en los andenes o bien –opción de pago– en el interior del tren.

Con el tiempo, llegaremos aún más lejos en nuestra conquista de la naturalidad. Permitiremos el asesinato siempre y cuando el autor tenga razones naturales para perpetrarlo: temer al prójimo o estar estresado, por ejemplo. Nos gustará entonces aceptar que la violencia es natural en nosotros. Por supuesto, la violación no será delito. Ni el robo. Somos codiciosos y antojadizos, es natural tomar aquello que deseamos (incluidas las personas).

Qué felices seremos, y qué libres, y qué avanzados, cuando todos logremos ser auténticamente naturales.

Care Santos, escritora.

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