Lo normal

Un hombre mata a su pareja y un columnista escribe que es «un chico normal», la madre de la joven asesinada refiere tras el crimen que discutían «lo normal», y cada día mujeres que sufren la violencia de género explican que «sus maridos les pegan lo normal». Mientras, muchos hombres que oyen todo eso comentan que con lo que están cambiando las cosas «es normal» que ocurran hechos como esos.

Algo anormal tiene que haber en lo normal cuando actúa como referencia para ejercer la violencia contra las mujeres, y luego para justificarla. Si nos aproximamos a la idea de normalidad comprobamos que son varios los elementos que giran a su alrededor. Así, por ejemplo, algo normal es aquello que se presenta como apropiado para un determinado fin, o algo esperado ante unos factores concretos. Si hablamos de unas circunstancias o de un contexto definido, lo normal es lo adecuado al mismo, y si lo hacemos sobre planteamientos futuros en términos de hipótesis lo normal aparece como lo probable.

Si se pudieran destacar dos elementos que definieran lo normal, uno sería de carácter cualitativo, y vendría a representar lo consecuente con una serie de factores individuales o circunstancias particulares, y otro sería de carácter cuantitativo, y aparecería como lo frecuente. A la postre, lo integrado sobre lo común es lo habitual, y lo habitual hace que lo frecuente sea normal, de manera que el elemento que más pesa para definir desde el punto de vista práctico la normalidad, al final es lo frecuente. Y esta limitación de reducir lo normal a lo repetitivo es una de las principales trampas de la cultura, que, como si fuera un trilero que cambia de lugar los conceptos para ocultar bajo el cubilete su significado, altera el orden y presenta lo frecuente como normal, cuando debería ser al contrario y hacer que lo normal, por su valor y sentido, lo llevara a ser frecuente.

No puede haber normalidad en las conductas que atentan contra los derechos de las personas ni en los valores y referencias culturales que les dan cabida y las legitiman. Y si no la hay desde el punto de vista conceptual ni ético, su repetición o su integración como parte de la habitualidad no pueden hacerlas normales. El uso repetido podrá hacerlas frecuentes y próximas, pero entenderlas como normales es incompatible con su origen ilícito.

Lo normal procede de la idea de un orden natural preconcebido en el que todo tiene un sentido prefijado, y en el que cada elemento debe desempeñar el papel asignado para la consecución del objetivo común. Y la normalidad es la referencia de lo habitual para que los hechos y acontecimientos sean como tienen que ser. El orden de la normalidad es el orden de lo frecuente, de lo común, de lo repetido… de lo de siempre. Porque el determinismo del que parte busca perpetuar las referencias que los hombres han dado como válidas a la hora de articular la convivencia por ser beneficiosas para ellos, por eso han hecho desde lo normal una distribución desigual de roles entre hombres y mujeres, y luego la han presentado como positiva para el conjunto de la sociedad.

Para ese orden la desigualdad no es considerada como un problema, todo lo contrario. El propio sistema se protege creando la idea de mal en negativo. Me explico. Como el diseño contempla que la desigualdad es buena para la sociedad, el hecho de no seguir las pautas y parámetros para que las cosas funcionen sobre ese esquema, es contemplado como un ataque al sistema. De manera que no cumplir con el orden natural de la normalidad es en sí mismo un acto de agresión o violencia frente al mismo. Lo hemos visto en la argumentación del columnista comentado, que interpreta que la libertad de la mujer para mantener una relación y formar una familia con quien decida es un acto de «violencia infinita» contra el hombre. Desde estas posiciones, la corrección del incumplimiento impuesto por la referencia cultural y actuar contra quienes se rebelan frente al papel que han de desempeñar, no es violencia, puesto que desde su punto de vista se busca mantener el orden y con él el bienestar del conjunto de la sociedad, aunque sea a consta del castigo correctivo a determinados individuos, las mujeres que no cumplen con su rol de esposas, madres y amas de casa.

El modelo alimenta la violencia contra las mujeres al entenderla como un instrumento adecuado para mantener el control, y al justificar su uso, incluso el homicidio, cuando la mujer decide romper la relación y salir de la violencia. Y mientras, quienes están más lejos de la solución se preguntan por qué siguen ocurriendo los homicidios. No nos debe extrañar cuando según los estudios sociológicos en España hay más de un millón de hombres que piensan que es adecuado usar la violencia contra la mujer cuando ésta se separa.

Para ellos es mejor que todo siga como está y de esa manera mantener las referencias tradicionales de la desigualdad. El orden lo da el seguimiento de las normas predeterminadas, y la idea de dejar hacer o de mano oculta que viene a recomponer de manera espontánea y natural aquello que no exige la aplicación rígida de las normas, o aquellas otras cuestiones de detalle donde las leyes no pueden llegar. Es la función que ha ocupado el control social, la reputación o el reconocimiento que tanto han acompañado a las mujeres para mantenerlas dentro de sus roles tradicionales. Ahora sabemos que esa mano oculta de la que hablaba Adam Smith para el mercado partiendo de la misma idea de orden natural, al referirnos a la desigualdad es la mano de un maltratador que obliga a las mujeres o las corrige violentamente, mientras otros dicen que es lo normal. Y es que la diferencia entre lo normal y lo natural sólo está en la justificación utilizada.

Por Miguel Lorente Acosta, delegado del Gobierno contra la Violencia de Género.

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