Hace años que, además de mi trabajo como profesora en la universidad, me dedico a dar charlas y cursos sobre islam y sobre cuestiones relativas al mundo político y cultural árabe. De un tiempo a esta parte, son bastante numerosas las asociaciones islámicas que me piden que explique determinados aspectos de su religión. Las sesiones se dirigen sobre todo a musulmanes, pero también están abiertas a otras personas que no practican el islam. Uno de los temas más solicitados es el estatus de las mujeres musulmanas. Debo decir que el auditorio siempre ha sido muy numeroso, atento e interesado, y eso es positivo porque ayuda a la comprensión mutua entre creyentes de diferentes credos y no creyentes.
Aunque hay buena conexión con el público, buenas maneras y muchas ganas de aprender, sobre todo por parte de los no musulmanes, observo que desde hace un tiempo se está produciendo un hecho nuevo: algunos de los musulmanes presentes en la sala se empiezan a inquietar y reaccionan de tal modo que da la impresión de que quieran marcar territorio y dar a entender que ellos son los únicos posibles conocedores de la lectura y de la doctrina coránica y, sobre todo, de la interpretación que de ella hace el islam.
A veces, algún oyente argumenta públicamente que no se puede traducir el Corán sin conocer las interpretaciones que han hecho los exégetas musulmanes a lo largo de los tiempos, es decir, desde la muerte de su Profeta, en el año 632. Hay que señalar que esta forma de pensar cuestiona grosera y desgraciadamente la labor de los traductores, que consiste en trasladar a una lengua lo que ha sido escrita en otra. La traducción de un texto no consiste en su interpretación, sino en convertir las palabras del original a otro idioma, conservando, evidentemente, su sentido. Un buen ejemplo de esta tarea con un texto considerado sagrado es la versión nueva directa del griego que hizo Joan Francesc Mira de los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan con los Hechos de los Apóstoles, la Carta de Pablo a los romanos y el libro del Apocalipsis (editada por Proa en el 2004).
Este magnífico escritor, traductor y profesor de griego ha hecho una versión no dogmática de los Evangelios y de otros textos neotestamentarios sin seguir los criterios de las traducciones canónicas que siempre han guiado estas versiones de los textos sagrados, que pretenden transmitir la doctrina religiosa y ajustarse a la tradición y al magisterio de la Iglesia.
Con el texto sagrado de los musulmanes pasa lo mismo. Desde el momento en que un texto original es visto como portador de un mensaje teológico, su traducción ha tenido tradicionalmente como objetivo principal la transmisión de este mensaje. De este modo, a menudo se pierde la belleza literaria del texto --y la del Corán es modelo y paradigma de literatura escrita en árabe-- y así llega al lector con toda la carga añadida que se ha ido acumulando con los siglos a partir de su instrumentalización teológica y doctrinal.
Este problema se pone de manifiesto de forma muy clara cuando se trata el tema del velo (o similar), considerado por algunos y algunas propio de la indumentaria obligatoria de las mujeres musulmanas. A menudo alegan que el texto sagrado sostiene que las mujeres deben ir cubiertas del todo, excepto la cara y las manos. En lo relativo a la forma de vestir, el Corán dice claramente que hombres y mujeres deben esconder sus partes sexuales, y que unos y otros deben vestir con decencia (Corán 24, 30-31), y todos sabemos que el concepto decencia ha ido cambiando con los años. Añade también que es necesario que las mujeres se tapen el pecho.
En otro fragmento, advierte a las mujeres que se pongan su manto cuando salgan de noche a hacer sus necesidades para no ser molestadas y confundidas con las esclavas (33, 59), y esto es perfectamente comprensible, porque de la lectura de otros pasajes del libro sagrado se desprende que en la sociedad árabe del siglo VII se dormía sin ropa (24, 57/59).
Algunas actitudes tergiversadoras son preocupantes. Hace poco, el amigo Ramon Sargatal hablaba del importante papel que puede desempeñar la escuela, porque si se fomentara una lectura crítica de todos y cada uno de los textos --también de los de estricta religiosidad-- vería crecer a una nueva generación de creyentes que, sin renegar de nada, dejaría de aferrarse al dogma y a la literalidad de la palabra como se aferran ahora gran parte de los padres.
Se está generalizando la idea de que los que más necesitan este cambio de actitud son los musulmanes. Hay quien piensa que, en nuestras latitudes, las conversiones al islam de occidentales educados en escuelas de directrices más científicas y críticas (incluso laicas) y con una formación menos dog- mática, ayudarían a ver la religión de otro modo. ¡Ojalá!, pero con los aires que se respiran en la campaña presidencial de EEUU no podemos ser demasiado optimistas en lo relativo al conocimiento de las libertades individuales y colectivas de los creyentes y de los no creyentes. Veamos, si no, el discurso pronunciado el pasado mes de junio por Sarah Palin en la iglesia de Wasilla, de donde había sido alcaldesa, en el que presenta la guerra de Irak como una misión divina: "Están mandando a nuestros soldados a una misión encomendada por Dios. Hay un plan, y es el plan de Dios" (recogido en el blog www.huffingtonpost.com). ¡Y el Partido Republicano no deja de subir desde el anuncio de la candidatura de Palin! Decididamente, no vamos bien.
Dolors Bramon, profesora de estudios islámicos.