Lo que está en juego en Ucrania

En diciembre de 1994, Ucrania rubricó el Memorando de Budapest para convertirse en un Estado libre de armas nucleares. Los firmantes, Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido, reafirmaron entonces su compromiso “de respetar la independencia y soberanía y las fronteras existentes de Ucrania” y “de no recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania”. El mismo mes, 25 años después, Ucrania se vuelve a reunir en París con sus homólogos de Rusia, Alemania y Francia, para negociar el fin de la violación de todo lo anterior por parte de uno de los signatarios. Las expectativas no eran grandes, los resultados han estado a la altura.

La cumbre “Formato de Normandía” ha vuelto a abordar el conflicto del Donbás que la narrativa del Kremlin presenta como una guerra civil en Ucrania cuando, de hecho, el área ocupada por las fuerzas apoyadas por Moscú solo cubre una porción de dos regiones, Donetsk y Lugansk, equivalente a un 3% de todo el territorio ucranio. El encuentro supone un ligero avance, si el acuerdo es aplicado, y demuestra que la iniciativa —y, de nuevo, las concesiones— ha recaído sobre todo en Ucrania, ya que el presidente Zelenski, al aceptar la conocida como fórmula Steinmeier, dio los pasos necesarios para posibilitar la cumbre, cumpliendo con su promesa como candidato. Putin es quien no tenía nada que perder en París. Como mucho, dinero, ya que mantener a los rebeldes del Donbás y a toda Crimea representa un pozo sin fondo; pero Rusia se lo puede permitir, de momento.

Lo acordado apenas toca problemas políticos y se centra en los aspectos militares y de seguridad básicos: alto el fuego total para finales de 2019, intercambio de prisioneros y retirada de las tropas, así como nuevos puntos de cruce en la línea de contacto para la población local. Pero los problemas clave que el Kremlin impuso en los acuerdos de Minsk siguen en pie: elecciones locales (no se precisa quién votaría y en qué condiciones) y estatuto especial permanente “de algunas áreas de Donetsk y Lugansk”. Para Kiev, la secuencia solo puede ser, primero, control de la frontera con Rusia, un coladero desde 2014 para introducir armas y mercenarios en la región y, solo después, elecciones locales, pero con garantías (seguridad, observación internacional, participación de todos los partidos ucranios, medios, voto de desplazados). Zelenski ha declarado que estas serán celebradas como parte de los comicios locales en toda Ucrania previstos para finales de 2020, algo que, probablemente, no gustará a Moscú y augura problemas. Esto permitiría la participación de, aproximadamente, 1,5 millones de personas desplazadas del Donbás y de Crimea. En cuanto al estatuto especial, Ucrania está dispuesta a descentralizarse, un proceso ya en marcha, pero no a federalizar el Estado, algo que Rusia promueve solo para mantener su influencia dentro de las fronteras de Ucrania. Y, por supuesto, la cumbre ni siquiera aborda la cuestión de Crimea, donde la persecución, el encarcelamiento y la desaparición de quienes se oponen a la anexión, especialmente los tártaros de Crimea, son noticias corrientes.

Putin tiene la llave de todas estas cuestiones, pero muy poco interés en usarla. Políticamente, le resulta muy rentable al Kremlin mantener esta guerra a fuego lento como factor permanente de inestabilidad para Kiev, impidiendo al Gobierno ucranio concentrar sus energías y recursos en las reformas internas que el país necesita urgentemente. Le ha venido muy bien además el reciente empeño del presidente Macron por restablecer buenas relaciones con Moscú. En Francia, los expertos siguen buscando una explicación convincente a este giro que no va acompañado de contrapartidas claras o de una visión estratégica integral; mientras que, en Rusia, analistas independientes señalan la insólita convergencia del Elíseo con el Kremlin, pero también se preguntan si Putin necesita a Macron, aparte de ofrecerle un elemento adicional de división en la UE… Está claro que las relaciones con Rusia representan uno de los mayores retos para la política exterior de la UE. Pero una cosa es tener en cuenta a Rusia, con la que ya existe un diálogo constante y a distintos niveles, y otra muy distinta es que la Rusia de Putin pueda ser considerada un socio digno de confianza.

En suma, Ucrania quiere la paz, pero no a cualquier precio, y está ofreciendo a Rusia una salida, digna, pero salida. La mejor arma de Ucrania frente a Putin es que su anhelo de convertirse en Estado de derecho se materialice con éxito, desmintiendo el discurso esencialista del presidente Putin acerca de la especificidad de la democracia rusa-eslava. Un éxito que incite a pensar a un número creciente de gente en Rusia como ya está ocurriendo. En París, Putin debía de sentirse bastante relajado, pero tal vez ello no dure mucho tiempo. La emergencia de un soft power de Ucrania, verse señalado ante la comunidad internacional, como ocurre con la decisión unánime y sin precedente de la Agencia Mundial Antidopaje, y la unidad de la Unión Europea y la OTAN, eso es lo que más teme Putin.

Anna Korbut es analista y periodista ucrania, y Carmen Claudín es investigadora sénior asociada de CIDOB Barcelona Centre for International Affairs.

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