Lo que ha ganado España con su pertenencia a la OTAN

En líneas generales, la población española no considera positivo que España sea miembro de la OTAN. La lejanía de Rusia, el antimilitarismo de la izquierda y la vocación aislacionista de la derecha española son sólo algunas de las razones que explican por qué en España la OTAN no es tan popular como lo es en Polonia, Reino Unido o Noruega.

Sin embargo, la integración de España en la OTAN ha sido uno de los mayores aciertos de nuestra política exterior. Cuando se cumple el 40º aniversario de nuestra integración, es hora de resaltar aquellos aspectos positivos en los que la Alianza Atlántica ha contribuido a la estabilidad de España.

1. Fin del aislamiento internacional

Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, España permaneció aislada del resto de miembros de su comunidad estratégica. La colaboración de Francisco Franco con Adolf Hitler y sus aliados nos postraron a un papel de segundo nivel sólo parcialmente roto por el anticomunismo de Dwight D. Eisenhower y los acuerdos bilaterales España-EEUU del 1953.

Sin embargo, el turbio y nunca aclarado papel de España en la Segunda Guerra Mundial en general, y con los judíos en particular, alejaron a nuestro país tanto de la Unión Europea (UE) como de la propia OTAN. Por eso, la entrada de España en la OTAN supuso volver al grupo de Estados, los de Occidente, con el que compartimos valores.

2. Entrenamiento para fines mayores

Si bien la entrada en la OTAN se produjo en 1982, nuestra meta estaba en la UE. La experiencia adquirida en la negociación con la OTAN y, posteriormente, el día a día de nuestros diplomáticos en el Cuartel General de la Avenida de Leopoldo III fueron lecciones vitales para una meta mucho más complicada de lograr: la integración en la UE. Un hito que llegaría sólo cuatro años más tarde.

Este camino que España emprendió a comienzo de los años 80 fue un modelo para los mal llamados "Estados de Europa del Este". Estados que, tras su liberación del yugo soviético, adoptaron la misma estrategia de integración que España: primero la OTAN y luego la UE.

3. Democratización de las Fuerzas Armadas

Durante los más de 35 años que duró el régimen de Franco, las Fuerzas Armadas se acostumbraron a estar presentes en la toma de decisiones políticas. Al igual que ocurrió con los países del Pacto de Varsovia en los 90, España tuvo que eliminar "el caqui" de los centros de toma de decisiones.

Hoy, la presencia de militares en activo en la mesa del Consejo de Ministros nos resulta impensable. Sin embargo, debemos ser conscientes de que esta costumbre sólo comenzó a cuestionarse con la entrada de nuestro país en la Alianza Atlántica.

4. Profesionalización e internacionalización de las Fuerzas Armadas

España puede presumir de tener unas de las mejores Fuerzas Armadas del mundo. Nuestros soldados se profesionalizaron en los años 90 para estar a la altura de nuestros aliados, y la calidad de su formación es comparable a la que se imparte en las mejores academias militares del mundo.

Hoy, nuestros soldados hablan idiomas y son capaces de manejar las últimas tecnologías. Si no fuera así, no hubieran podido integrarse en misiones internacionales tan importantes como la SFOR (Bosnia), KFOR (Kosovo) o ISAF (Afganistán). El adiestramiento que impartimos y recibimos en centros con sello OTAN hacen de nuestros soldados un recurso humano interoperable con los mejores ejércitos del mundo.

5. Optimización del gasto de defensa

Históricamente, España no sólo gastaba poco en defensa, sino que lo hacía mal. Aunque es cierto que España no ha llegado al compromiso de gasto de Washington (1999) ni al de Praga (2002), nuestro presupuesto militar parece ascender de forma tenue, pero continua.

Si todo va bien, llegaremos al 2% en 2030. Cifra aún insuficiente, pero mejor que el 0,24% que invertíamos hace unos años. Además de invertir más, el hecho de formar parte de la OTAN no sólo nos hace ahorrar dinero en capacidades que desarrollan otros socios, sino que nos permite alcanzar otras, como los AWACS, con los que nosotros solos nunca hubiéramos podido soñar.

6. Experiencia en la gestión de asuntos civiles

Si una cosa ha quedado clara en los últimos años es que ningún Estado, ni tan siquiera Estados Unidos, puede asumir en solitario los retos a los que nos vemos obligados a enfrentarnos. De hecho, Estados Unidos recurrió a la OTAN para gestionar el desastre ocasionado por el Katrina en Nueva Orleans.

La Alianza Atlántica, además de ser un elemento disuasorio frente a potencias hostiles como Rusia, es también un gran gestor de desafíos civiles. La OTAN vigiló los cielos españoles cuando se celebró la boda de los reyes, ayudó a Grecia en su seguridad durante los Juegos Olímpicos de Atenas y asistió a Pakistán en la reconstrucción del país tras el terremoto de 2005.

7. Incremento del peso internacional de España

Con la incorporación de España a la Alianza Atlántica en 1982, nuestro país dio un paso de gigante en importancia internacional. Basten tres hechos para apuntalar esta afirmación.

El primero es el relativo a la celebración de la Cumbre de Madrid (1997), en la que se acordó la primera ampliación al Este, además de la firma de dos documentos de colaboración especial con Rusia y Ucrania. Madrid siempre será recordada por estos dos hechos.

El segundo es el nombramiento de Javier Solana como secretario general de la OTAN. Un hito histórico, ya que, hasta la fecha, ningún español había sido elegido para liderar una institución internacional.

El tercero es la puesta en práctica de una idea española (el Diálogo Mediterráneo de la OTAN) que trata de promover la confianza entre países de ambas orillas del Mediterráneo y que ha conseguido sentar en la misma mesa a árabes e israelíes.

8. Protección frente a potenciales enemigos

Si algo caracteriza a la OTAN es su capacidad de disuasión frente a enemigos como Rusia. El artículo 5 del Tratado de Washington certifica la defensa colectiva. O, lo que es lo mismo, que todos los miembros actuarán en defensa de cualquier otro Estado miembro que sea atacado por un actor externo.

Como hemos visto en Ucrania, esta herramienta está más viva que nunca. Si bien es cierto que el Kremlin se ha atrevido con dos países candidatos, como Ucrania y Georgia, Rusia no ha tenido el valor de atacar otros como Polonia, Estonia o Lituania, que sí están ya bajo el paraguas de la Alianza.

Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

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