Lo que las democracias deben hacer por Ucrania y por sí mismas

Marcha solidaria con Ucrania este sábado 6 en Berlín. Los manifestantes exigieron también el envío de más material bélico a Kiev.CLEMENS BILAN (EFE)
Marcha solidaria con Ucrania este sábado 6 en Berlín. Los manifestantes exigieron también el envío de más material bélico a Kiev.CLEMENS BILAN (EFE)

Mientras muchos empezábamos el Año Nuevo con fuegos artificiales, alegría y la compañía de nuestros seres queridos, los ucranios tenían que soportar ataques aéreos rusos a gran escala, la destrucción de sus viviendas y el asesinato de los suyos. Vladímir Putin, el personaje más parecido a Adolf Hitler que ha habido en Europa desde 1945, está empeñado en derrotar y arrasar una Ucrania independiente. Ucrania está igualmente empeñada en resistir. ¿Pero qué están decididas a conseguir las demás democracias en este combate de trascendencia histórica? Nuestra respuesta en 2024 no solo marcará el futuro de Europa, sino que nos dirá mucho sobre la fuerza que tienen respectivamente la democracia y la autocracia en estas primeras décadas del siglo XXI.

Para empezar, debemos tener claro cómo están las cosas en Ucrania. La guerra no se encuentra en un punto muerto del que vaya a salir un conflicto enquistado o un acuerdo negociado, como algunos en Occidente esperan con ingenuidad. Es una guerra larga, compleja y de grandes dimensiones, que seguramente se prolongará hasta 2025 o incluso más. Ninguna de las partes se da por vencida; todavía puede ganar cualquiera de las dos, pero no pueden ganar las dos.

Putin está aprovechando todas las ventajas que le dan el tamaño, la crueldad, estar al frente de una dictadura y contar con el apoyo de otras dictaduras, como Irán, Corea del Norte y China. En cuanto a Ucrania, tiene que afrontar grandes decisiones, empezando por la de reclutar o no a una multitud de jóvenes para renovar sus exhaustas fuerzas. Sin embargo, lo que más influirá en el resultado de esta larga guerra serán las decisiones que tomen en los próximos meses las democracias que apoyan a Ucrania.

Hasta ahora estamos haciendo lo suficiente para evitar la derrota de Ucrania, pero no para que gane. Si damos un paso más en 2024, podríamos suministrar a Ucrania las herramientas para que recupere más territorio y Rusia se acabe convenciendo de que no puede vencer. Esa es la única forma de avanzar hacia una paz duradera.

Lo primero que eso significa, en los próximos días, es proporcionar más medios de defensa aérea. En las próximas semanas, significa suministrar más misiles de largo alcance, sobre todo los Taurus alemanes, pero también los ATACMS estadounidenses, para que Ucrania siga haciendo retroceder a la flota de Putin en el mar Negro y atacando su bastión de enorme importancia estratégica y simbólica, Crimea.

Sin embargo, como explica con detalle y de forma convincente un estudio reciente del Ministerio de Defensa estonio, para asegurar una victoria ucrania a largo plazo hay otros dos factores fundamentales: ampliar el entrenamiento de las tropas ucranias e incrementar sustancialmente y a toda velocidad la producción industrial de armas y municiones. (Del millón de cartuchos de artillería que la UE ha prometido a Ucrania para el mes de marzo, hasta ahora se ha entregado menos de un tercio).

Las democracias, a diferencia de las dictaduras, no pueden hacer una cosa así por decreto. Nuestro sistema político requiere que los líderes de varias democracias nacionales se pongan de acuerdo sobre unos fines estratégicos claros y convenzan a sus votantes y a sus parlamentos para que autoricen los medios necesarios. Y ya antes del desastre que sería una posible segunda presidencia de Donald Trump está claro que Estados Unidos, dada la fragilidad actual de su democracia, no va a tomar la iniciativa.

Por consiguiente, la responsabilidad corresponde a Europa; al fin y al cabo, se trata de defender a un país europeo. ¿Están haciendo lo que deben los líderes europeos? Veamos sus mensajes de Año Nuevo.

El primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, ni siquiera mencionó la guerra en su optimista recuento de los éxitos de su Gobierno, claramente redactado pensando en las elecciones generales del próximo año. El canciller alemán, Olaf Scholz, solo la tocó de pasada y enseguida se volcó en el sagrado tema de la economía nacional. El nuevo primer ministro polaco, Donald Tusk, dedicó su comentario en exclusiva al restablecimiento de la democracia en su país.

Aunque el presidente Emmanuel Macron centró su discurso en el orgullo francés, sí propuso un “rearme de la soberanía europea” que incluía “detener a Rusia y ayudar a los ucranios”. Pero el mensaje fundamental lo transmitió el presidente finlandés, Sauli Niinistö: “Europa debe despertar”. Y la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, fue de una franqueza admirable: “A Ucrania le faltan municiones. Europa no ha suministrado suficientes. Vamos a presionar para que Europa fabrique más. Es urgente. Y los F-16 daneses estarán pronto en el aire. La guerra de Ucrania es una guerra por la Europa que conocemos”. Ese es el lenguaje que necesitamos.

Cuando se habla de liderazgo en tiempos de guerra, siempre se cita la frase de Winston Churchill: “No puedo ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Pero en este caso, los únicos que están derramando sangre, sudor y lágrimas son los ucranios. Lo único que se nos pide a nosotros es que tengamos las ideas claras, un empeño firme y una reasignación de recursos totalmente manejable. Además, la inversión industrial en defensa que con tanta urgencia se necesita creará puestos de trabajo en nuestros países y reforzará nuestra propia seguridad. ¿Es demasiado pedir?

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador sénior en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Europa: una historia personal (Taurus). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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