El candidato europeísta Emmanuel Macron ha ganado la primera vuelta de las presidenciales francesas. Y cuando el próximo 7 de mayo, salvo sorpresa mayúscula, gane a Marine Le Pen, se convertirá en el presidente más europeísta que haya conocido el país galo. Tal y como sucedió en Holanda, el mensaje de repliegue nacional de la extrema derecha ha generado su propio antídoto. Si bien Wilders obtuvo la segunda posición y más del 13% de los votos en las generales de marzo, la suma de dos partidos pro-sociedades abiertas y europeístas, los verdes y socioliberales del D66, superó el 21%. Macron ha ganado con un mensaje parecido, contrarrestando la internacional populista de Wilders, Le Pen, Farage o Trump que domina el debate público.
Sin duda son buenas noticias para Europa, sobre todo comparadas con la alternativa que ofrecían sus rivales. Le Pen ha modulado su discurso eurófobo a medida que las encuestas reflejaban un estancamiento en su intención de voto, pero los ataques a Bruselas no han desaparecido de ninguno de sus actos de campaña. De abandonar el euro y la UE ha virado a renegociar las relaciones con Bruselas y convocar un referéndum à la Brexit. También quería hacer lo propio Mélenchon, apodado el "euroincoherente", sobre todo después de declinar dar su apoyo a Macron para la segunda vuelta. Fillon abogaba por retornar amplios poderes a los estados miembros, con el deseo de reformar la UE bajo la lógica de un intergubernamentalismo puro. De todos los candidatos en primera vuelta, incluido el socialista Hamon, Macron era el único que se diferenciaba claramente del resto en su apasionada defensa de la UE.
Pero seamos cautos a la hora de poner el futuro de Europa como elemento crucial de la campaña presidencial. De entre los temas que más importan a los electores a la hora de decidir su voto, las cuestiones europeas aparecen en décimo lugar. Los electores de Macron sitúan la preocupación por las cuestiones europeas en el 25%, por detrás del paro (32%) y el poder adquisitivo (30%). Para los electores de Le Pen, la inmigración (69%), el terrorismo (46%) y la inseguridad (42%) son las cuestiones prioritarias, relegando Europa al 18%.
La campaña se ha jugado pues a dos niveles. Por un lado, y como no podría ser de otra forma, en clave nacional, con visiones contrapuestas en materia socio-económica o de renovación de la clase política francesa. Por el otro, en el nuevo eje de partidarios de sociedades abiertas contra cerradas, donde la división entre eurófilos y euroescépticos actúa como principal derivada. Es lógico si tenemos en cuenta que las presidenciales se celebran simultáneamente en un ambiente dominado por el rechazo al sistema político francés (más que el europeo) y un creciente euroescepticismo (con un 33% de los franceses que desean reducir los poderes de la UE).
Así que, con Macron de presidente, Europa no habrá ganado todavía la batalla. Para ello deberá, en primer lugar, recomponer el eje franco-alemán, después de que una de sus patas haya perdido fuelle durante el mandato de Hollande. Alemania se ha convertido en la única locomotora de Europa, con consecuencias negativas para el conjunto de la UE, con un excesivo seguidismo a Berlín en ciertos casos, una oposición a ultranza en otros, y sobre todo con la falta de alternativas a una Europa alemana. Con Macron, el centro de gravedad de la UE puede reequilibrarse. Esto es especialmente relevante en un momento en el que también se reequilibra el peso de los estados miembros tras el Brexit, pasando del "big three" a un "big four" renovado. Las elecciones alemanas de otoño serán clave para ver si el tándem franco-alemán arranca de nuevo, ya que Macron probablemente se sienta más a gusto con Martin Schulz como canciller (otro europeísta convencido) que con una Angela Merkel sujeta a la presión de sus socios de la CSU.
Un tándem franco-alemán revigorado y un esquema más inclusivo para la participación de otros estados miembros será crucial para dar respuesta a los debates planteados por el White Paper de Juncker. Macron se alejará de una solución basada solamente en devolver poderes a los estados o de reducir la UE al mercado único. Las distintas velocidades, combinadas con una retórica europeísta, pueden convertirse en la fórmula preferida para los retos actuales de la UE, desde la reforma de la zona euro, Schengen o la cooperación en seguridad y defensa. Esto tendrá consecuencias directas sobre el Brexit, donde Macron se acercará en un primer momento a la Comisión y a su negociador, Michel Barnier, cuyo objetivo es mantener la unidad de acción ante Londres. Más a largo plazo, su carácter liberal en lo económico debería facilitar un partenariado especial en materia de comercio, seguridad, defensa e inteligencia con el Reino Unido.
Finalmente, está por ver si de la retórica de Macron se destila un cambio de paradigma en el ninguneo de los estados a las instituciones europeas que ha caracterizado las dinámicas de integración desde la crisis. El salto hacia delante de la UE depende tanto del impulso renovado de Macron como de los estados miembros que prefieren una UE menguante. Francia, recordemos, es un socio imprescindible pero tradicionalmente receloso de ceder soberanía en momentos determinantes (como lo atestigua el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa en 1954 o de la Constitución Europea en 2004). Pese a su europeísmo, Macron puede verse sometido a la retórica de la grandeur francesa en casa, sobre todo si en las legislativas sigue sin contar con un apoyo parlamentario fuerte y debe cohabitar con un primer ministro de distinto color político.
Consciente de que con una derrota de Marine Le Pen se alejaría el escenario catastrofista de la desintegración de la UE, el Presidente Macron puede dar el impulso necesario para repensar Europa. Pero antes deberá convencer de que él no es sólo nueva política francesa, sino también nueva política europea. ¿Le seguirán el resto de sus socios?
Pol Morillas, investigador principal, CIDOB