Lo que nos enseñó el apagón de Facebook

La caída de Facebook, WhatsApp e Instagram de lunes 4 de octubre provocó un apagón de varias horas. (Dado Ruvic/Reuters)
La caída de Facebook, WhatsApp e Instagram de lunes 4 de octubre provocó un apagón de varias horas. (Dado Ruvic/Reuters)

Facebook finalmente dejó de verse invencible esta semana. Las revelaciones de una exempleada explotaron la compañía desde adentro, y las vísceras derramadas fueron lo suficientemente grotescas como para preguntarnos si el escándalo representaba una amenaza existencial.

¿Qué pasó después? Facebook desapareció.

La progresión de la acción de golpear la mesa con indignación por los pecados de Facebook a un universo temporalmente sin Facebook fue casi cinematográfica. El masivo apagón del lunes 4 de la plataforma, que duró varias horas, nos mandó, como la mayoría de las películas que valen la pena ver, a un mundo de fantasía que nos dijo mucho sobre el mundo real: imagina la vida sin Facebook.

El resultado mostró cuán esencial y prescindible es la plataforma al mismo tiempo. De manera apropiada, el día en que Facebook desapareció de todos lados parece haber sido el resultado de un intento de Facebook de estar en todas partes.

La explicación por la que especialistas parecen haberse decidido es más o menos la siguiente: alguien dentro de Facebook, quizás de forma accidental, envió una señal a un sistema de enrutamiento en las profundidades de internet que hizo imposible conseguir los servidores de la compañía. Por lo general, esta situación es más una pequeña molestia que un embrollo porque se puede enviar una nueva señal para corregir el registro. Pero Facebook, con una predictibilidad casi hilarante, ejecuta todas sus reparaciones de forma interna, por lo que absolutamente todos los aspectos de la infraestructura remota necesarios para reiniciar la plataforma ya eran inaccesibles.

Además, Instagram y WhatsApp también se habían caído porque Facebook había insistido años atrás en entrelazar inextricablemente los servicios, en una medida que para los escépticos estuvo diseñada para anticipar cualquier acción antimonopolio, pues gracias a eso poder romper la empresa es muchísimo más difícil.

Naturalmente, la injustificada dependencia de Facebook en sí mismo es un espejo que nos muestra nuestra propia dependencia en Facebook.

Sin importar a quién le preguntes, la desaparición de la plataforma reveló muchas verdades. Entre algunas de ellas: Facebook es demasiado poderoso, porque cuando desapareció también lo hizo Instagram y WhatsApp; Facebook es bueno para la sociedad porque sin él no tendríamos ni Instagram ni WhatsApp; y Facebook no es tan poderoso después de todo, porque cuando colapsó durante unas pocas horas, la sociedad se mantuvo en pie. Sin embargo, si esto último es cierto, ¿por qué estamos tan preocupados por su control monopólico de la atención humana?

La realidad, al menos en Estados Unidos, tiene más matices. Una gran cantidad de personas inteligentes alegan que Facebook debería estar regulado como una empresa de servicios públicos, pero sin duda fue mucho más fácil pasar unas cuantas horas sin el sitio web y sus aplicaciones hermanas que quedarse sin electricidad o agua.

El mundo e internet siguieron adelante, de forma funcional (“Hola literalmente a todos”, saludó la cuenta corporativa de Twitter al recibir a la diáspora instantánea) y disfuncional (“¿Podría ser este el gran apagón?”, se preguntaron los teóricos de la conspiración en los foros extremistas en los que se congregan, en referencia a la loca idea de QAnon de un período de 10 días de arrestos masivos de élites pedófilas). Y todo esto pudo ocurrir sin Facebook.

Sin embargo, en cierta medida también pudo ocurrir gracias a Facebook. La conversación en Twitter estuvo dominada por conversaciones sobre Facebook; muchos de los que hacen vida en los foros extremistas fueron expuestos por primera vez a las siniestras teorías que ahora los obsesionan, en Facebook.

La tensión es mayor en los países donde las y los ciudadanos en verdad dependen casi exclusivamente de Facebook, WhatsApp e Instagram para las comunicaciones y el comercio. Allí Facebook desapareció y la vida empeoró. Pero la vida empeoró solo porque un Facebook hambriento de mercado quiso hacerse indispensable al acaparar WhatsApp e Instagram en la década de 2010. Pero quizás WhatsApp e Instagram nunca hubieran llegado a ser tan útiles si Facebook no les hubiera prestado sus recursos y su marca.

Este infinito círculo de eventos y eventualidades nos atrapa de tal manera, que dentro de cada faceta de la lucha por el pasado y el futuro de la compañía se genera una sensación de inevitabilidad. Sin embargo, al menos en este país, donde ya se hizo evidente que Facebook no es internet, no tenemos que seguir atrapados.

Una red de amigos ya establecida es más conveniente que una nueva red construida desde cero; un producto respaldado por miles de millones de dólares de ganancias inagotables por lo general es superior a uno advenedizo y rudimentario; es preferible tener la oportunidad de conectarse con cualquier persona alrededor del mundo, en cualquier momento y lugar, incluso con los daños correspondientes, a no tener ninguna posibilidad de conectarse. Sin embargo, la forma en que nos relacionemos con esta red, este producto y esta oportunidad, depende de nosotros.

Y eso nos lleva de vuelta a la terrible falla que causó el apagón del lunes: el deliberado enredo de Facebook consigo mismo. Esta fue una decisión de diseño, y no una especialmente inteligente, a juzgar por los resultados. Sin embargo, nuestras vidas no están diseñadas por la deidad creadora ubicada en Menlo Park, California.

Los legisladores estadounidenses tienen la responsabilidad de regular Facebook para que se comporte de manera más responsable, pero el éxito del sitio web depende de nuestra devoción por él. Esta semana nos desconectamos por obligación. La semana que viene podríamos desconectarnos por elección.

Molly Roberts writes about technology and society for The Post's Opinions section.

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